Cuando
la joven princesa Catalina, de solo 15 años, fue presentada en Moscú a su
futuro esposo Pedro, su corazón se llenó de desdicha. Su prometido no solo
carecía de todo tipo de atractivo, sino que además tenía cierto aspecto de
estúpido y pervertido, según el gusto de cada historiador, en cuanto a
Catalina, registró en su diario: “tiene fisonomía de degenerado”.
No
podía haber una unión de personajes tan disímiles: ella había recibido una
educación extensa y minuciosa; además del alemán, su idioma natal, hablaba con
fluidez el francés y pronto aprendió el ruso. Era una gran lectora y más tarde,
admiradora de los escritores del Iluminismo francés.
No
se podía decir lo mismo del adolescente de 16 años que tenía frente a ella.
Huérfano de padres a temprana edad, Pedro fue educado por maestros de escaso
nivel docente, de quienes recibió abundantes malos tratos y exigua enseñanza.
Solo hablaba alemán y balbuceaba un poco de ruso, el idioma del país del que se
suponía debería gobernar.
Pedro
III de Rusia (1728-1762). Pintado por Fyodor Rokotov.
El
matrimonio entre él y Catalina fue idea y decisión de su tía Isabel, hermana de
su madre e hija de Pedro el Grande, que se transformó en la emperatriz de
Rusia. Isabel mandó traer de Alemania a su sobrino y por vía diplomática
sugirió a los padres de Catalina el deseo de casarla con Pedro. Por entonces
Rusia ya era una potencia, y un deseo de la emperatriz era prácticamente una
orden, desairarla significaba ganarse un enemigo poderoso. Además, para los
padres de Catalina esta decisión fue bienvenida ya que el principado que
gobernaban se encontraba en bancarrota.
Catalina
la Grande (1729-1796). Escuela de Giovanni Battista Lampi.
Durante
los diez días de celebración de la boda con fiestas, banquetes interminables,
bandas militares y salvas de cañones, Pedro no se acercó una sola vez al lecho
de su flamante esposa, que de paso sea dicho era una mujer que por su belleza y
su gracia podía despertar la pasión de cualquier hombre.
Como era previsible,
el matrimonio fue un desastre, Pedro regresaba al lecho sucio y borracho, y
pronto sus ronquidos se volvían insoportables sin haber siquiera tocado a su
esposa. Su relación con ella se limitaba a que compartiera su colección de soldados
de madera, y Catalina, con profundo tedio, debía participar en juegos de
batalla con su inmaduro esposo. Muchas veces él la obligaba a hacer guardia con
un mosquete durante horas en la entrada del dormitorio.
Pronto
Catalina detectó que Pedro también presentaba comportamientos de psicópata con
fuerte carga de sadismo; le gustaban los juegos violentos en que hacía
participar a los miembros de la corte, donde todos –menos él– recibían golpes
de todo tipo. En una ocasión lo encontró en un rincón deleitándose en
arrancarle una por una las plumas a un pájaro que tenía prisionero entre sus
manos.
Tenía
veleidades de llegar a ser un gran general conduciendo sus huestes a batallas
triunfales y era despiadado con la guardia palaciega, a cuyos miembros
castigaba severamente ante la menor falta en el uniforme o en los desfiles. Ese
comportamiento con quienes eran su custodia, en el futuro lo pagaría muy caro.
Afortunadamente
Pedro no reinaba, su tía, la emperatriz Isabel, seguía conduciendo los destinos
de Rusia ante el despecho y el odio de su impotente sobrino. Mientras tanto,
los años transcurrían y no había visos de un heredero, hasta que finalmente
Catalina se embarazó.
Es necesario señalar que Pedro tenía sus amantes, y por
lo tanto Catalina poseía los suyos, aunque en forma mucho más subrepticia. Los
académicos todavía discuten si el hijo que nació de las entrañas de Catalina
era también de Pedro o de alguno de sus favoritos.
Cuando
la emperatriz Isabel falleció en junio de 1761, Pedro ascendió al trono como Pedro
III zar de Rusia. Pese a su obsesión por llevar adelante un buen gobierno, su
incapacidad política y su limitada inteligencia lo condujeron –durante los seis
meses que estuvo en el poder– a cometer todo tipo de errores. Para colmo, él no
se sentía ruso, sino alemán, y su corte estaba rodeada de prusianos. Tampoco
guardaba simpatía alguna por la Iglesia ortodoxa, porque pertenecía a la
religión anglicana.
El zar hizo
todos los esfuerzos posibles para generarse la antipatía del pueblo, de la
Iglesia y del Ejército. Admiraba a Federico el Grande de Prusia y trató siempre
de obtener su afecto con acciones que eran contrarias a los intereses de Rusia.
Como resultado, ambas naciones firmaron un tratado de paz mediante el cual
Pedro le devolvió a Prusia las tierras obtenidas durante la Guerra de los Siete
Años.
Se trataba de una decisión política inédita, con pocos antecedentes en la
historia. Nadie regala territorios a su vecino y menos si fueron conquistados
tras una guerra dura y prolongada. La Prusia del Este fue devuelta a Federico
sin que éste otorgara indemnización o compensación alguna, salvo nombrar a
Pedro general prusiano honorario, que lo colmó de alegría y de orgullo.
En
el ínterin, Catalina trataba de distanciarse lo más posible de su esposo, mientras
que mantenía una excelente relación con la oficialidad y con la Iglesia. Su
belleza y sus modales la volvían más seductora, armas que la zarina utilizaba
astutamente. Fácil es deducir que estaba preparando el terreno para apoderarse
del trono cuando llegara el momento propicio. En realidad, la situación se
había vuelto insostenible para la zarina, Pedro no perdía oportunidad para
humillarla en público y hacia ostentación delante de ella con sus amantes.
La zarina contaba
con su servicio de espionaje a cargo de su amante de turno, el oficial de
artillería Grigory Orlov y sus hermanos, y había establecido lazos estrechos
con la guardia imperial, que por entonces detestaba al zar. El 27 de junio de
1762, uno de los miembros del grupo fue súbitamente arrestado y el resto de los
conspiradores decidió que había que entrar en acción inmediatamente.
Esa misma
noche, el sueño de Catalina fue bruscamente interrumpido por Orlov, quien
ingresó en su recámara diciéndole: “Es hora de que te levantes, todo está listo
para que seas proclamada”. La zarina relata en su diario que se vistió tan
rápido como pudo sin hacerse arreglo alguno y subió al carruaje que le habían
preparado. Orlov estaba sentado junto al cochero.
En San
Petersburgo fue proclamada emperadora por la Guardia Real. Pasado el mediodía
Pedro llegó al palacio y lo encontró vacío. Se dice que buscó a Catalina hasta
debajo de su cama. Mientras la buscaba llegó un oficial que le informó que uno
de los regimientos se había sublevado. Sus consejeros le sugirieron que se
dirigiera a las barracas donde estaban los amotinados y los exhortara a deponer
su actitud, pero Pedro adoptó la opción más débil y después de recorrer los
jardines del palacio decidió sentarse a cenar, mientras despachaba a varios
correos para que averiguaran lo que acontecía en San Petersburgo. En cuanto
llegaron a la ciudad, todos esos hombres se plegaron a los rebeldes.
Finalmente,
después de un fallido intento de fuga por mar, el zar se encerró en su palacio
y pocas horas después se entregó a sus captores. Federico el Grande, a quien
Pedro oportunamente había llenado de lisonjas y concesiones, señaló: “El zar
dejó que lo destronaran como a un niño que lo mandan a la cama”.
Al día siguiente,
Catalina, ya dueña de la situación, recibió una cascada de cartas de su esposo
implorando clemencia y renunciando al trono a cambio de que le permitieran
tener su violín, su perro y su amante Elizaveta Vorontsova. Catalina accedió a
todo menos a Vorontsova. Una vez que Pedro firmó el acta de abdicación, quedó
confinado en el palacio de caza en Ropsha, estrechamente vigilado por
carceleros bajo el mando directo de Alexei Orlov.
Una semana
después apareció misteriosamente muerto, y la mayoría de los historiadores
concuerda en que Catalina fue la responsable de su muerte, pero era cuestión de
quién tomaba la iniciativa primero, porque el futuro de la zarina, en el mejor
de los casos, habría sido el confinamiento en alguna cárcel rusa o en un
convento. Para bien de la nación Pedro III solo alcanzó a gobernar seis meses
de sus 34 años de vida.
Es importante
señalar que la biografía de Pedro III posee como una de las principales fuentes
la agenda diaria de Catalina, quien detestaba a su esposo. Es probable que ella
haya magnificado sus defectos y comportamientos tan extravagantes, por darles
un término piadoso, pero los registros y las impresiones de los embajadores y
visitantes extranjeros que conocieron los vericuetos de la corte coinciden en
la deplorable imagen de Pedro.
Museo Hermitage en San Persburgo, obra de Catalina la Grande. Además de suvaliosa pinacoteca, posee una de las más grandes colecciones de obras de arte del mundo.
Por
su parte, Catalina reinó hasta el día de su muerte, en 1796, o sea durante 34
años. Cuando se habla de ella, suele destacarse que era sexualmente insaciable
y que por su lecho pasó una larga lista de amantes tanto efímeros como
estables, pero también se supo rodear de las mentes más brillantes de Europa,
especialmente los iluministas franceses, que solían visitarla y platicar con
ella de igual a igual.
Catalina La Grande en una etapa avanzada de su reinado
Su reinado, uno de los más largos en la historia de
Rusia, fue también uno de los más prósperos para el país ya que lo sacó del
estupor medieval en que se hallaba para introducirlo en el mundo moderno. Para
ello contó durante gran parte de su reinado con la asistencia de Gregori
Potemkin, quien se desempeñó en forma brillante tanto como estadista como en el
lecho de su amada Catalina.
Grigory Potemkin
Henry Troyat. Catherine the Great. E.P. Dutton, New
York, 1980.
Vsevolod Nikolaev y Albert Parry.
Los amores de
Catalina la Grande. Javier Vergara Editor, Buenos Aires,
1985.
Muchas gracias AMIGAZO Excelente Mateial.!!!!!
ResponderEliminarGRAN ABRAZO!!!!
Trágica historia, Ricardo. Pero a pesar de todo, Catalina parece haber gobernado bien.
ResponderEliminarAbrazos,
Oswaldo
Muy bueno tu blog sobre las olimpiadas y el racismo, Ricardo, y disculpa que no haya tenido tiempo de comentar antes.
ResponderEliminarActualmente hay aquí una polémica en los juegos de fútbol (norteaamericano): antes de iniciar los partidos se toca siempre el himno nacional y se honra la bandera. Los ciudadanos en el estadio, incluso jugadores, se ponen de pies para oírlo. Pues algunos jugadores negros en vez de eso se arrodillan con una pierna durante tales ceremonias. Quieren llamar atención a los problemas raciales que, aunque enormemente disminuidos, aún existen aquí. Esto se ha tomado, y no solo por Trump y sus secuaces, por falta de respeto a la bandera y al himno. Poco a poco va bajando el número de personas que asisten a los partidos.
Ya estoy terminando de leer detenidamente tu libro sobre el tango. Como dije anteriormente es uno de tus mejores. Creo que habrá mercado en Argentina y en latinoamerica, especialmente, para una edición electrónica. El texto de tal edición, podría llevar al lector a links (al final de cada capítulo por ejemplo) de YouTube con interpretaciones clásicas de los tangos cuya historia y letra fueron descritos.
Te agradezco por la detallada información que encontré en tu libro sobre la tangoterapia para el Parkinson. Una de mis hermanas tiene una forma muy severa de esta enfermedad y ya le he recomendado que empieze a aprender a bailar tango.
También encontré en YouTube el tango "Tristeza Marina" en el cual la mina (como dicen Uds.) se llamaba Margot como la de otro de los tangos que tratas en el libro (https://www.youtube.com/watch?v=ju05ofjP8SQ). Pero en la version cantada por Libertad Lamarque su nombre es Ilusión.
Disculpa lo largo de este mensaje. Cuéntame que hay de nuevo con la publicación de tu libro sobre sueños.
Estrechos abrazos para tí y para Alicia