La llegada de la East India Trading Company
Cuando
Inglaterra incorporó la India a sus posesiones se transformó en el imperio más
vasto de la historia, mucho más extenso que la Roma imperial, pero también más
efímero. La conquista de la India no fue una aventura de pocos meses ni se
logró mediante importantes batallas, pero podemos ponerle una fecha de inicio:
la tarde de un 24 de septiembre de 1599.
Todo
comenzó con un episodio de muy escasa trascendencia cuando ese día se reunió un
puñado de comerciantes en Londres. Estaban preocupados e indignados, porque
Holanda, que por entonces manejaba el mercado de la pimienta, había aumentado
en una libra esterlina el valor de esta especia, muy apreciada en las mesas
inglesas.
Decidieron
formar una empresa que se llamó East
India Trading Company, consiguieron un préstamo que les otorgó la reina
Isabel I y ocho meses más tarde el Hércules,
un galeón de quinientas toneladas,
recaló en el pequeño puerto de Surat, al norte de Bombay. Era el 24 de agosto
de 1600 y tanto los comerciantes ingleses como los hindúes ni remotamente se
imaginaron que se iniciaba la conquista de uno de los territorios más vastos y
el más poblado del planeta.
Escudo
de la Compañía
William
Hawkins, el capitán del Hércules, un
avezado marino, muy aventurero, hábil diplomático y poco escrupuloso, digamos
casi un pirata, se entrevistó con el Gran Mogol que gobernaba un estado turco
islámico del continente indio. Jehangir, que así se llamaba el hombre más rico
y poderoso del mundo, a cuyo lado la reina Isabel se reducía a la soberana de
un pequeño feudo, quedó embelesado ante la habilidad diplomática del inglés,
que además dominaba el idioma turco. Le autorizó a la compañía para que abriera
varias sucursales y hasta le cedió a Hawkins, la muchacha más hermosa de su
harén.
El emperador Jehangir
Muy
pronto en los muelles del Támesis empezaron a llegar con regularidad mensual
dos navíos cargados de pimienta, caucho, azúcar, seda y algodón y regresaban a
la India con las bodegas abarrotadas de productos manufacturados. La compañía
fue adquiriendo enorme poder económico y pese a que llegó con la consigna de “Trade not territory”: comercio sin
objetivo territorial, el desarrollo de los negocios, llevó a sus agentes a
intervenir necesariamente en los conflictos locales.
Una conquista subrepticia
Lentamente,
casi sin quererlo, el territorio que poseía la compañía se fue expandiendo y
comenzó a poseer fuerza militar propia que creció en forma considerable cuando
Francia también empezó a interesarse en sacar tajada de aquel fascinante mundo.
La Compañía que ya contaba con un verdadero ejército, derrotó a las fuerzas
francesas en diversos enfrentamientos que finalmente abandonaron sus
pretensiones sobre la India y dejó a Inglaterra en completa libertad de acción.
General Robert Clive
A
mediados de 1757 el general Robert Clive, al frente de un batallón de
infantería y con apoyo de cipayos indígenas, bajo la lluvia torrencial del
monzón, liquidó a las fuerzas de un turbulento sultán en los arrozales de
Bengala. Esta victoria le abrió a la Compañía toda la India del norte y los
puertos del este.
En
1858, el Parlamento inglés puso fin a la Compañía y dio origen al virreinato. A
partir de ese momento la joven Reina Victoria se transformó en Emperatriz de la
India incorporando a Gran Bretaña trescientos millones de hindúes, que por entonces
significaban la quinta parte de la humanidad. A comienzos del siglo XX sesenta
mil soldados británicos y doscientos mil soldados indígenas, tenían bajo su
control toda la India. Se multiplicaron los típicos clubes donde comerciantes, militares,
recaudadores de impuestos e ingenieros del ferrocarril, trasplantaron el
microclima londinense, con sus reuniones de gala, sus deportes y sus juegos
preferidos, regados con abundante whiskey. Existía la profunda convicción entre
todos esos súbditos de su Graciosa Majestad, de que pertenecían a una raza que
Dios había elegido para gobernar y someter.
El
aislamiento respecto de la población nativa era total, pese a lo cual lograron
imponer en todo el país el idioma inglés, que permitió que los hindúes lograran
comunicaran entre sí ya que tenían más de 30 lenguas en una verdadera Babel de incomunicación.
La
ventaja del idioma fue aprovechada por muchos hindúes de clases más pudientes,
que por ser miembros del imperio tenían derecho a ingresar en las universidades
inglesas. De ellas egresaron como abogados los hombres que liderarían los
movimientos independentistas, siendo los dos más importantes Sri Pandit Jawaharlal Nehru y Mahatma
Gandhi.
Sri Pandit
Jawaharlal Nehru y
Mahatma Gandhi.
Los ingleses pierden el
control de la colonia
A
medida que avanzaba el siglo XX la colonia se iba transformando en un volcán,
el movimiento nacionalista encabezado por Gandhi que impuso el método de la resistencia
pasiva y la no violencia, puso en jaque al poder británico, por entonces la
mayor potencia mundial. Hizo que millones de hindúes utilizaran la primitiva
rueca para confeccionar sus propias ropas contra la importación de las telas inglesas,
produciendo un duro golpe a la industria textil inglesa.
La
otra acción que trascendió las fronteras, y más tarde inspiró a Martin Luther
King, fue la marcha de la sal. Como
una forma más de dominio, los ingleses, al ocupar el territorio hindú se
apropiaron de la producción de sal que hasta ese momento era un acto libre del
pueblo. Después de un recorrido a pie de 300 kilómetros, Gandhi llegó el 5
de abril de 1930 a la costa del
océano Índico. Avanzó dentro del agua y recogió entre sus manos un poco de sal.
Mediante este gesto sencillo, pero altamente simbólico, alentó a sus
compatriotas a violar el monopolio impuesto por el gobierno británico sobre la
producción y distribución de sal.
Gandhi encabeza la gigantesca marcha de la sal
Pero sin duda el problema más grave con el que
se enfrentaban las fuerzas inglesas era el antagonismo irreconciliable que
existía entre los trescientos millones de hindúes y los cien millones de
musulmanes. Estos últimos exigían que Gran Bretaña desgarrase la unidad del país
para otorgarles un territorio propio.
Si bien ambas etnias convivían en una misma
ciudad y comerciaban entre sí, vivían en barrios separados y con profundas
diferencias religiosas y de modo de vida. Por dar un solo ejemplo, los
musulmanes no soportaban que con la escasez de alimentos hubiera millones de
vacas desplazándose por las calles, merodeando los puestos de comida sin que se
las pudiera ahuyentar y menos matarlas para comer. Además, el Islam
representaba una fraternidad de creyentes, mientras que el sistema de castas y
subcastas de los hindúes era interminable y divisionista.
Cualquier hecho trivial despertaba una
estampida de odio que dejaba decenas de muertos y heridos. Los episodios se
venían repitiendo en todo el territorio con frecuencia alarmante. El virrey
mariscal Archibal Wavell, era consciente de la inminente amenaza de una
devastadora guerra civil, sabía que sus fuerzas no podrían controlarla y que la
única solución era darle a la India su independencia. El factor disparador fue
la masacre de Calcuta, una metrópoli con fuerte reputación de salvajismo y de
violencia. El 16 de agosto de 1946, hordas de musulmanes enardecidos blandiendo
barras de hierro, porras, hachas y picos, asesinaron implacablemente a todos
los hindúes que encontraban y quemaron sus bienes y hogares. Pocas horas
después, los hindúes hicieron lo mismo sin que la policía aterrada intentara
frenarlos. Después de 24 horas las calles de varios barrios de Calcuta estaban
cubiertas de cadáveres, sobrevoladas por mies de buitres que se hartaron de
comer carne humana.
Wavell no esperó más, se trasladó a Londres y
expuso la situación ante el Parlamento. Winston Churchill fue el único que se
opuso a la independencia de la colonia y sostuvo que Gran Bretaña no podía
claudicar ante “ese faquir medio desnudo”, en referencia a Gandhi. Se negaba a
aceptar que el tal faquir tenía el poder de movilizar a toda la India y que se
había convertido en el líder de masas más grande en toda la historia de la
humanidad. Para Churchill, la independencia de la India significaba un golpe
atroz para el imperio. Ignorando este vaticino, la Cámara de los Comunes votó
por aplastante mayoría el final del reinado de Gran Bretaña sobre la India.
Un piloto de tormentas
El
Primer Ministro Clement Attlee, convocó al hombre que según su criterio, era el
más capacitado para asumir como virrey e iniciar los mecanismos que le
permitieran a la India la mejor transición posible hacia la independencia. El
almirante y lord Louis Francis Mountbatten provenía de una dinastía que se
remontaba a Carlomagno y en su árbol genealógico abundaban reyes, káiseres y
zares y como si esto no bastara, también era el nieto de la Reina Victoria.
Almirante Lord Louis Francis Mountbatten
Pero
no era por su linaje que Attlee lo convocaba, sino por su habilidad como
político, diplomático y militar. Durante la Segunda Guerra Mundial sobresalió
en operaciones de mar y especialmente en tierra donde con el cargo de
comandante supremo interaliado en el Sudeste asiático condujo a un ejército
desalentado y desorganizado a lograr la victoria terrestre más grande contra
los japoneses.
En
cuanto arribó a Nueva Delhi donde se encontraba el palacio de los virreyes, que
no tenía nada que envidiarle a Versailles o al Kremlin, Mountbatten fue
coronado como el vigésimo virrey de la India. La pompa y la gala no le
mejoraron el ánimo que traía desde que lo designaron en ese cargo, era
consciente de que tenía por delante una tarea hercúlea. Pronto la realidad le
demostraría que sería mucho peor de lo que imaginaba.
Lo
primero que hizo Mountbatten fue romper con todos los protocolos y sobre todo
abandonar el aislamiento que durante siglos separó a los virreyes del resto de
la población local. A partir de su asunción, todas las reuniones políticas o
sociales en el palacio, contarían con un porcentaje de hindúes similar al de
ingleses. Visitó a Nehru en su modesta residencia de Nueva Delhi y lo conquistó
con su sencillez y habilidad diplomática. Nehru dejó sentado en sus Memorias
que “volvía a encontrar en Mountbatten y su mujer a la Inglaterra acogedora y
liberal de su juventud de estudiante”.
Mountbatten
también tuvo entrevistas con Gandhi que compartía con Nehru la idea de
independizar a la India sin fragmentarla, pero al intentar dialogar con Mohammed
Ali Jinnah, el líder de la Liga Musulmana, se encontró ante un obstáculo
infranqueable. Jinnah tenía la sólida convicción de que los musulmanes jamás
recibirían un trato equitativo en una India gobernada por un partido con
predominio hindú.
Mohammed Ali Jinnah
Pese
a su larga experiencia diplomática y numerosas reuniones de horas interminables,
Mountbatten no logró que el líder musulmán cediera un ápice. Para él había dos
territorios con fuerte minoría musulmana que no debían formar parte de la
India, uno era la provincia norte llamada Punyab, tan vasto como la mitad de
Francia y el otro era la provincia de Bengala en la parte noreste del
territorio. Jinnah insistió, hasta quebrar la voluntad de Mountbatten, de que
ambas provincias debían dividirse en dos, una parte sería conservada por la
India y la otra por el futuro Pakistán. Se producía el absurdo geográfico de
que ambos territorios que pasarían a ser Pakistán estaban separados entre sí
por una distancia de 1500 kilómetros.
Mañana, la libertad
Esta
frase repetida por millones de bocas de hindúes y musulmanes iba a estallar el
15 de agosto de 1947, Mountbatten, ante lo insostenible de la situación había
adelantado la fecha considerablemente.
La
noche anterior comenzaron las matanzas por ambas partes, los trenes que partían
cargados de musulmanes hacia el territorio pakistaní eran interceptados en el
camino e invadidos por hordas de sikhs. Cuando el tren finalmente llegaba a
destino los familiares y autoridades musulmanas que los esperaban, vieron que nadie
descendía de los vagones y solo encontraron pilas de cadáveres, muchos de ellos
mutilados, mientras que ríos de sangre descendían por las puertas. En forma
inversa se producía la misma carnicería con los hindúes que querían trasladarse
hacia la India. La meticulosa organización que constituía el orgullo de la red
ferroviaria inglesa en el país fue barrida por completo.
Templos
sagrados hindúes que quedaron en territorio musulmán fueron incendiados y la
misma reciprocidad se les dio las mezquitas musulmanas en la zona hindú. En
Calcuta, gracias a Gandhi, quién con su sola presencia tenía más poder que todo
un ejército, las masacres no pasaron a mayores.
La
partición además produjo cataclismos económicos, se había trazado la frontera
asignando a los indios la mayoría hindú y a los pakistaníes la de mayoría
musulmana, si bien en el mapa parecía aceptable en la realidad fue un desastre.
En Bengala la partición condujo a la ruina económica porque el 85% del yute mundial
crecía en la zona asignada a Pakistán, pero las fábricas que lo procesaban
estaban en zona hindú que carecía de yute. Canales de riego tenían sus
compuertas de alimentación en un país y su red de distribución en el otro. A
estas calamidades había que agregarle una feroz orgía de violaciones a mujeres
de ambas etnias.
Cuando
despuntó el amanecer en el día de la independencia comenzó la más grande
migración en la historia de la Humanidad. Campesinos analfabetos que ni sabían
que la India se había independizado debieron abandonar presurosamente las
tierras que cultivaron durante generaciones para trasladarse con solo lo puesto
a un nuevo territorio donde vagarían por las calles en calidad de mendigos.
Las
caravanas que se desplazaban por los caminos en direcciones opuestas oscilaban
entre cien mil y ochocientas mil personas y cubrían decenas de quilómetros. Con
los ojos y las gargantas quemados por el polvo, abrasadas las plantas de los
pies, torturados por el hambre y la sed y envueltos en un asfixiante olor a
orina y excrementos, parecían autómatas que se arrastraban penosamente, dejando
un reguero de muertos. Miles de ancianos, mujeres y niños caían extenuados,
dejándose pisotear por la marea humana que seguía avanzando o se sentaban a la
vera del camino esperando la muerte. Un oficial inglés anotó en su diario que
los buitres habían engordado tanto que no podían levantar vuelo y los perros
salvajes se habían vuelto exigentes y solo devoraban los hígados de sus
víctimas.
Hubo
gestos de altruismo por ambas partes que marcaban islotes blancos en una marea
negra de tragedia. Quien más se destacó por su humanidad y ayuda fue Edwina, la
esposa de Mountbatten. Incansablemente recorrió los campos de refugiados
mezclándose con la gente sus olores y sus excrementos, ofreciendo todo tipo de
ayuda.
Como
si todas estas penurias no fueran suficientes, se desató el tardío monzón con
una violencia como no la había conocido la India desde hacía medio siglo. Los
cinco ríos del Penjab se desbordaron y miles de migrantes quedaron sepultados
bajo sus aguas. Nunca se sabrá el número de muertos que se produjo durante esos
meses de 1947, pero las estimaciones más sombrías hablan de uno a dos millones.
Para
los supervivientes, el largo y doloroso período de reubicación duraría años y
dejaría amargos recuerdos a toda una generación. En la zona de Cachemira los
conflictos territoriales entre Pakistán y la India desataron guerras y
escaramuzas que persisten hasta la actualidad.
El
odio entre hindúes y musulmanes es irracional y muestra una faceta de la mente
humana que no evolucionó a lo largo de millones de años y que las religiones,
son más un factor de discordia que de unidad.
Dominique
Lapierre y Larry Collins. Esta noche la libertad. Emecé, Buenos Aires 1978.
India.
Encyclopaedia Britannica. Macropedia.
Gandhi.
Macropedia, tomo 19. Encyclopaedia Britannica, Chicago 1995.