Antonin Artaud (1896-1948).
Antonin Artaud nació en
Marsella el 4 de septiembre de 1896. Ya desde su adolescencia sufrió los
primeros ataques de demencia, y sus padres lo internaron en diversas
instituciones, donde transcurrieron seis años de su vida. Aprovechó este
encierro para leer, entre otros autores, a Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud y
Edgar Allan Poe. En mayo de 1919, el director del sanatorio le prescribió
láudano, que fue la puerta de entrada y viaje sin retorno para Artaud a la
adicción con los opiáceos.
Cuando llegó a París en
1920, tenía 24 años y una larga experiencia como interno en instituciones
psiquiátricas. Pronto entró en contacto con André Breton, quien acababa de
publicar el Manifiesto surrealista,
movimiento al cual Artaud adhirió con pasión, convirtiéndose en uno de sus
adalides. Breton le
confió la dirección del folletín Révolution
surréaliste, donde casi todos los textos eran redactados por él; en ellos
Artaud niega la civilización en su totalidad; no quiere rehacer, sino inventar
una nueva forma de relación humana.
Pocos años después, su
temperamento inestable y fácilmente irritable lo llevó a romper violentamente
con este movimiento. Su interés pasó a volcarse en el cine, el teatro y también
la pintura. Al primero lo impregnó con su filosofía surrealista en una
producción fílmica que más tarde inspiró a Buñuel y a Dalí, dos baluartes
españoles del surrealismo, para crear la antológica película Un perro andaluz.
Entusiasmado, creó el
teatro Alfred Jarry, en homenaje al dramaturgo francés a quien admiraba por su
obra Ubú rey, que se estrenó el mismo
año en que nació Artaud y está considerada como antecesora directa del teatro
del absurdo. La obra de Jarry fue una de las líneas de las que se nutrió Artaud
para desarrollar, poco tiempo después, sus conceptos innovadores en el arte
escénico.
Su falta de éxito como
empresario lo llevó a refugiarse en la teoría del teatro y se dedicó a cambiarlo,
mejor dicho revolucionarlo, a tal punto que hoy se lo considera como el padre
del teatro moderno.
Parece ser que esta idea
renovadora se le presentó por primera vez cuando en 1931, en la Exposición
Colonial de París, asistió a danzas balinesas actuadas por un grupo de la isla
de Bali, en Indonesia. Si bien no alcanzó a comprender las alegorías y el
significado de los complejos movimientos de aquellos bailes, Artaud quedó
profundamente influenciado y fue el germen de su Teatro de la Crueldad. En líneas generales, se lo puede
definir como aquel que apuesta por un impacto avasallante sobre el espectador.
Para ello, las acciones, casi siempre violentas, se anteponen a las palabras,
liberando así el subconsciente en contra de la razón y de la lógica.
Artaud sostenía que el
teatro debería afectar a la audiencia tanto como fuera posible. Para ello,
utilizaba una mezcla de formas de luz, sonido y ejecuciones extrañas y
perturbadoras. En una ocasión, durante la producción que hizo acerca de una
plaga, utilizó sonidos tan reales que provocó náuseas y vómitos de los
presentes en la mitad del espectáculo.
Según Artaud, “El Teatro de
la Crueldad ha sido creado para restablecer en este género una concepción de la
vida apasionada y convulsiva. Esta crueldad, que será sangrienta en el momento preciso,
pero no de manera sistemática, puede ser identificada con una especie de pureza
moral severa que no teme pagar a la vida el precio que sea necesario”.
Se pueden pensar algunos
aspectos del Teatro de la Crueldad, basados
en las descripciones del propio Artaud.
El
espectáculo. En todo espectáculo habrá
un elemento físico y objetivo, para todos perceptible. Gritos, quejas,
apariciones, sorpresas, efectos teatrales de toda especie, belleza mágica de
los ropajes tomados de ciertos modelos rituales, esplendor de la luz, hermosura
fascinante de las voces, encanto de la armonía, raras notas musicales, colores
de los objetos, ritmo físico de los movimientos y apariciones concretas de
objetos nuevos y sorprendentes.
La luz y
la iluminación. Los aparatos luminosos
que hoy se emplean en el teatro no son adecuados. Es necesario investigar la
particular acción de la luz sobre el espíritu, los efectos de las vibraciones
luminosas, junto con nuevos métodos de expandir la luz, en napas, o en
andanadas de flechas de fuego.
La
vestimenta. Deberá evitarse en lo
posible el ropaje moderno, no a causa de una fetichista y supersticiosa
reverencia por lo antiguo, sino porque es absolutamente evidente que ciertos
ropajes milenarios, de empleo ritual -aunque en determinado momento hayan sido
de época-, conservan una belleza y una apariencia reveladoras, por su estricta
relación con las tradiciones de origen.
La escena
y la sala. Se suprimirá la escena y
la sala, que serán reemplazadas por un lugar único para establecer una
comunicación directa entre el espectador y el espectáculo, entre el actor y el
espectador. No habrá decorado.
Una
escena del Teatro de la Crueldad
Pero el público sigue sin
concederle su favor y Artaud abandona definitivamente el medio. Abominando de
la cultura occidental, consigue una beca y parte hacia México, donde vivirá
durante varios meses con los indios tarahumaras, habitantes de la Sierra Madre
y consumidores habituales de hongos alucinógenos. Es muy probable que Artaud se
entregara gustoso a estas experiencias durante su etapa mexicana y que
seguramente contribuyeron a profundizar su desequilibrio mental.
De nuevo en Europa (1937),
otra vez con la razón minada, publicó Los
tarahumaras y se trasladó a Irlanda. En Dublin vivió en la más absoluta
pobreza, pero fue durante la travesía de regreso a Francia cuando sus delirios
volvieron a llevarle al manicomio apenas el barco llegó a puerto. En esta
ocasión permaneció diez años recluido.
Cuando Francia fue ocupada
por los nazis, los amigos de Artaud temieron por su seguridad. Él no era judío,
pero formaba parte de movimientos que para el nazismo eran decadentes y
degenerados. Sus más íntimos hicieron los arreglos para transferirlo a un
hospital psiquiátrico de Rodez, dentro del territorio de la zona de Vichy, un
estado relativamente independiente de la Francia ocupada bajo el mariscal
Petain, quien había hecho una paz vergonzosa con Alemania. Allí fue puesto bajo
el cuidado del doctor Gaston Ferdière, gran entusiasta de los tratamientos con electroshock y que sometió a Artaud a
numerosas sesiones de este discutible método.
Sin embargo, durante ese
período, retomó el dibujo que hacía tiempo había abandonado. Aquí conviene
detenerse, porque no se puede hablar de Artaud sin incorporar sus obras
gráficas, ya que constituyeron otro de los rasgos de su polifacética actividad.
¿Cómo ubicar su estilo
dentro del arte de la pintura? ¿A qué categoría estética pertenece? El propio
Artaud afirmaba: "Mis dibujos tienen que aceptarse en
la barbarie y el desorden de su grafismo que nunca se ha preocupado del arte,
sino de la sinceridad y la espontaneidad del trazo".
Dos pinturas de
Artaud
Al suprimir las categorías
estéticas y los valores artísticos, sus pinturas aparecen en su cruel dimensión
de expresión desgarrada de la lucha a muerte que el autor mantuvo, entre la luz
y las tinieblas, para conseguir recuperar el equilibrio de un espíritu
atormentado por la angustia, la soledad y la incomprensión, y el vigor perdido
de un cuerpo maltratado por las drogas y las correspondientes curas de
desintoxicación. A esto hay que agregar el hambre y el frío padecidos en los
diferentes institutos psiquiátricos en los que estuvo internado, sobre todo
durante el tiempo de la guerra, donde la escasez de alimentos era aún más
acentuada en hospitales e instituciones psiquiátricas. En los hospicios, los pacientes estaban
prácticamente condenados a muerte por el nazismo,
padecían espantosas carencias y morían de hambre de a cientos.
Autorretrato pintado antes de salir del instituto
psiquiátrico de Rodez. El rostro enflaquecido y de profundo sufrimiento muestra
la situación deplorable en que se encontraba Artaud.
Cuando regresó a París, en
1947, fue reconocido como el padre de la nueva escena. Una recopilación de sus
ensayos aparecida en 1938 con el título de El
teatro y su doble, hizo que el antiguo alucinado ahora se transformara en
un genio.
Convertido ya en el gran visionario del teatro contemporáneo, publica
Lettres de Rodez y Van Gogh, le Suicidé de la Société (Van Gogh, el suicidado de la sociedad). El dramaturgo tenía una
identificación plena con el pintor holandés de los girasoles, a quien veía como
presa de los mismos demonios que a él lo perseguían. La publicación fue elogiada por
André Breton, quien la consideró un ensayo de extrema lucidez, una obra maestra
indiscutible. Un año después, la obra
fue galardonada con el Prix
Saint-Beuve al mejor ensayo.
En 1947, realizó el
programa radial Pour en Finir avec le Jugement de dieu (Para acabar con
el juicio de Dios). La obra fue archivada por Waldimir Porché, el director de
la Radio de Francia, justo el día antes de su aparición. El programa fue
prohibido por sus características escatológicas, antinorteamericanas y
antirreligiosas, además de sonidos cacofónicos realizados con instrumentos de
percusión.
Pouey, el director del
Departamento de Cultura y Literatura de la radio, convocó a cincuenta artistas,
filósofos y escritores, entre los que figuraban Jean Cocteau y Paul Éluard. Si bien el panel de notables se manifestó en forma
unánime a favor de Artaud, Porché se rehusó a difundirla. Indignado, Pouey
renunció al cargo. Recién un año después, el programa entró al aire, pero
Artaud no pudo disfrutarlo, estaba agonizando por un cáncer de colon.
Bibliografía
- Artaud, Antonin. The
Theatre of Cruelty, in The Theory of the Modern Stage (ed. Eric Bentley), Penguin, 1968.
- Artaud, Antonin. The
Theatre and Its Double, Trans. Mary Caroline
Richards. New York: Grove Weidenfeld, 1958.
- Jamieson, Lee. Antonin Artaud: From Theory to
Practice (Greenwich Exchange: London, 2007) ISBN 978-1-871551-98-3.
·
Lefebvre, Thierry. Pharmacological genesis of Antonin
Artaud's Works. Rev. Hist. Pharm. (Paris), 2002;50:271-84.
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