Desde
hace un par de meses me he puesto un pin que tengo colocado en el lado
izquierdo del pecho. Lo llevo a todas partes y consiste en una chapita redonda
con fondo blanco donde se lee en letras bien grandes: Yo no lo voté. Con esto quiero dejar constancia que no me siento
responsable de la catástrofe que ha generado el gobierno de Macri.
Es
una pequeña forma de descargar mi angustia, una minúscula contribución, un
pocillo de agua ante el océano mediático y avasallante que ejerce un blindaje
sólido y protector al gobierno, que en forma acelerada, va retrocediendo todo
lo que avanzamos en 12 años.
Lo
interesante de llevar el pin es observar el comportamiento social de los
habitantes de Buenos Aires. Yo no lo
voté es bien visible hasta 4 metros de distancia si uno no es chicato. El
tiempo que lo llevo puesto es suficiente para afirmar que los resultados son
desalentadores y muy preocupantes, excepto algunos que sonríen, levantan el
pulgar, dicen “yo tampoco” o preguntan dónde se consigue, la indiferencia es
total. Preferiría que me criticaran o me largaran algún insulto, pero nada.
Esa
indiferencia es grave porque señala desconocimiento de lo que está ocurriendo,
por ignorancia o porque la propaganda mediática les oculta la realidad. No
puede ser de otro modo, cuesta creer que no les perturbe que sus hijos y nietos
van a cargar con una pesada herencia, pero no la que repite diariamente el
gobierno actual, sino la que ellos están produciendo con el festival de
préstamos que en solo 9 meses endeudó el país en treinta mil millones de
dólares.
Les
pasó desapercibido que Macri no solo no cumplió ninguna de las promesas
electorales sino que hizo todo lo opuesto, porque hace rato que tendrían que
haberse percatado que es un mentiroso serial sin límites.
No
les incomoda que Pinocho tenga cuentas en múltiples paraísos fiscales o que su
primo Calcaterra sea el destinatario de todas las licitaciones y que Michetti,
la vicepresidenta se encuentra hasta las manos con las irregularidades de una
fundación que es un sello de goma.
No
les mueve un pelo que el presupuesto para ciencia e investigación sea recortado
en 200 millones de dólares y que vamos a volver a la época de fuga de cerebros.
¿Es que acaso ignoran que la ciencia es indispensable para tener la pretensión
de ingresar al primer mundo?
Les
resulta indiferente que Macri le haya pedido disculpas a un ex rey corrupto y
mediocre (despreciado en su propio país), porque nuestros próceres nos
independizaron de España. Podría seguir y seguir, pero no quiero fatigar al
lector.
Esa
indiferencia es muy peligrosa y constituye una pobre imagen de nuestra
sociedad, parece un ganado llevado pasivamente al matadero. Porque muchas de
estas personas ya redujeron su poder adquisitivo, disminuyeron la calidad de la
comida, los paseos y entretenimientos, las vacaciones y las salidas a comer
afuera. Parecen estar resignados a ir perdiendo estatus y derechos, quizás reaccionen
cuando pierdan el trabajo. Lo mismo ocurre con la cúpula de la CGT, a la cual
el gobierno sin despeinarse y ofreciéndoles migajas se los metió en el
bolsillo, pero al menos éstos actúan por conveniencia, porque les pasaron
dinero bajo la mesa o los amenazaron con quitarles prebendas. Peor es ser
indiferente por naturaleza, por un no sé nada o no me importa. Alguien dijo que
la indiferencia es uno de los peores enemigos de la democracia.
La
indiferencia en nuestra sociedad no es un fenómeno nuevo. Recuerdo cuando
muchos salieron a festejar bocinando sus autos y agitando banderas cuando en el
mundial de España de junio de 1982, Argentina le ganó a Hungría 4 a 1. Grotesco
contraste con nuestros soldados de 18 años sufriendo el frío y el hambre en las
trincheras de Malvinas, bajo el bombardeo inglés como consecuencia de la perversa
guerra desatada por el borracho de Galtieri. Después, en la segunda ronda,
perdimos contra Brasil y semanas más tarde vino la doble derrota, la deportiva
y la de Malvinas, y los argentinos lentamente nos fuimos enterando de la
gigantesca mentira que vivimos durante 6 años de atroz dictadura.
Afortunadamente
la semana pasada, la masiva muchedumbre del “ni una menos” contra los
femicidios, trajo un viento de esperanza, mostrando que hay sectores de la
sociedad con reflejos.
A
esta altura tengo que aclarar que todo este relevamiento que hice, en dos meses
de llevar el pin, se circunscribe a menos del 10% de la población que me rodea,
el 90% restante está fascinado y absorbido con mirada bovina sobre sus
celulares y para ellos yo no existo.
Todos son smart phones, ya nadie usa los
modelos anteriores. En primer lugar porque es un quemo, en nuestra cholula
sociedad nadie quiere ser mirado con lástima por el tipo de al lado, o peor aún
que algún caradura le diga: “flaco eso que estás usando es antediluviano”. Pero
además porque ofrece posibilidades infinitas de información.
Sin embargo la
mayoría está enfrascada en juegos, wasap, mensajes, facebook, twitter,
snapchat, etc. Hay una necesidad desesperada por comunicarse, no importa el
tamaño de la boludez que se transmita.
Muchas
veces me puse a pensar cual sería la reacción de una persona que totalmente
ajena a la colonización celular, la sacamos de su hábitat de vida ermitaña y la
metemos en un medio de transporte. Se quedará observando pasmado que todos están
mirando y tecleando febrilmente sobre la superficie de la pantalla de una caja
plástica del tamaño de una agenda pequeña. Una imagen futurista de un mundo de
zombies.
A
pesar de todo voy a seguir usando el pin e invito a los demás a que me imiten.
Si uno de cada mil argentinos lo llevara el resultado puede ser sorprendente.
Es mucho más digno que los patéticos timbreos que Macri y su gabinete realizan
en los barrios.
Sería
una excelente demostración de repudio a este nefasto gobierno.
muy buena idea Rocardo, pero mi decepcion ya es muy grande, como vos decis, gana la indiferencia, es lamentable!
ResponderEliminarMuy interesante. Yo no ando con el pin pero coincido en que hay letargo e indiferencia en mucha gente.
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