El anarquista y su hijo
El hombre,
un joven que frisaba los veinte años ingresó con paso firme a la oficina del
Registro Civil. Traía en sus brazos un bebé de varios meses para incorporarlo
legalmente al mundo. Después del saludo formal, el empleado tomó el libro de
registros, mojó la pluma en el tintero y se dispuso a registrar al nuevo
ciudadano.
-¿Qué nombre
tendrá la criatura?-
-Descanso
Dominical González Castillo- sentenció orgulloso el padre.
El
empleado se negó a inscribirlo aduciendo que ese apelativo era imposible de ser
registrado. Se generó una discusión violenta y si las cosas no pasaron a
mayores, fue porque quienes acompañaron al padre, lo convencieron para que
finalmente aquél vástago figurara como Ovidio Cátulo Castillo.
A
esta altura, el lector se puede imaginar que el padre de quién sería un
prólífico autor de letras y partituras de tango era, como ocurrió con los
padres de Manzi y de los hermanos Expósito, un libertario, un anarquista lleno
de ideales. Recientemente, se había promulgado la ley de no trabajar los
domingos y es por eso que José González Castillo pretendió que su hijo se
llamara “Descanso Dominical”.
José González Castillo (1885-1937)
Cuando
nació, su padre en un lirismo de ritual anarquista lo expuso desnudo bajo la
lluvia exclamando: “¡Hijo mío, que las aguas del cielo te bendigan!”. Como era
el 6 de agosto de 1906 y el frío calaba, el pobre Cátulo casi muere de una
pulmonía. Hubo que esperar tres meses hasta que se repuso y pudieron llevarlo
al Registro Civil. De bautismo ni hablar, como era activo anarquista, José
González Castillo también era ateo, había raptado de la casa a la que fuera su
esposa y madre de Cátulo con la cual vivió sin estar nunca registrados como
esposos.
Los Castillo: una asociación
prolífica
Cátulo
y su padre eran muy unidos y éste le transmitió al hijo el interés por la
poesía y la música, porque José fue un conocido dramaturgo, libretista de cine,
director de teatro y autor de varias piezas de tango varias de ellas pergeñadas
junto con su hijo.
En
1910, toda la familia escapó exilada a Chile donde Cátulo quién tenía 5 años
conoció el océano Pacífico en la ciudad de Valparaíso. Regresaron ocho años
después y el padre tuvo la satisfacción de asistir al estreno en el teatro El
Nacional de su sainete “La Serenata”.
Por la casa
de Boedo donde vivían recalaron personajes como Evaristo Carriego, el payador
Betinoti y nada menos que el gran Ruben Darío. Un día se le apareció Homero
Manzi, entonces de pantalones cortos, quién le pidió a Cátulo que le pusiera música
a un tango que había compuesto y que después se llamó Viejo ciego.
Cátulo Castillo (1906-1975)
En 1928,
Cátulo tenía 23 años y era un eminente músico que se había formado en el
Conservatorio de Buenos Aires. Fue ese año que hizo la música de Organito de la
Tarde y su padre lo acompañó con la letra. Esa asociación produjo varios de los
mejores tangos de los Castillo y constituye un caso único
de comunión creadora entre padre e hijo en la historia del género. En París
conoció a Gardel quién le grabó Acuarelita de arrabal, Aquella cantina de la ribera, Caminito del taller, Corazón de papel, Juguete de placer, La violeta y Silbando
.
Regresó a
Europa en la década del treinta, e ingresó como profesor del Conservatorio
Municipal de Música, pese al desdén manifestado por otros profesores, incluyendo
al propio director Enrique Fantoni. “¡Cómo un tanguero va a dictar clases de
solfeo!”. Sin embargo, con el tiempo y siempre a través de concursos, llegó al
cargo de Vicedirector y finalmente, en la década del 50, fue nombrado Director
del Conservatorio y con ese cargo se jubiló.
Cátulo
Castillo escribió la letra o la partitura de más de 30 piezas, a través de
ellas recorrió los temas que siempre obsesionaron al tango: la dolorosa
nostalgia por lo perdido, los sufrimientos del amor y la degradación de la
vida. No tuvo en cambio espacio para el humor ni para el trazo despreocupado, y
tampoco para el énfasis rítmico de la milonga.
Con Aníbal Troilo
Tinta Roja es
un ejemplo de la nostalgia del barrio que ya no es aquél que el malevo había
conocido en su juventud. Lo compuso con música de Sebastián Piana.
¿Dónde estará mi arrabal?
¿Quién se robó mi niñez?
¿En qué rincón, luna mía,
volcás como entonces
tu clara alegría?
Veredas que yo pisé,
malevos que ya no son,
bajo tu cielo de raso
trasnocha un pedazo
de mi corazón.
Hacer click aquí paraescucharlo cantado por el Polaco Goyeneche
¿Quién se robó mi niñez?
¿En qué rincón, luna mía,
volcás como entonces
tu clara alegría?
Veredas que yo pisé,
malevos que ya no son,
bajo tu cielo de raso
trasnocha un pedazo
de mi corazón.
Hacer click aquí paraescucharlo cantado por el Polaco Goyeneche
Con Juan Domingo Perón en 1953
La profecía
En cierta oportunidad, coincidió la actuación de Cátulo, con un
espectáculo donde un vidente, a cambio de una módica contribución metálica,
predecía el futuro, tarot y lectura de manos. Un poco en serio y mucho en
broma, Cátulo se prestó a la consulta, tal vez con la idea de tener un tema
para una letra de tango. Cuando estuvo ante el adivino, se sintió inquieto. Y a
poco de comenzar, el malestar parecía contagiar al augur. Éste sorbió agua de
una copa y tratando de recuperarse, comenzó a armar un rosario de
acontecimientos futuros sin demasiada consistencia que alarmó más a Cátulo. Luego
de un gran rodeo, le dio la peor certeza, había visualizado la fecha de su
muerte.
Conmocionado, volvió a su hogar y luego de un corto tiempo,
confesó a los suyos la terrible novedad. Llegaron las palabras de descrédito
para esos vaticinios, tratando de contrarrestar la preocupación de Cátulo. Se
apeló a la incredulidad con que debían tomarse tales brujerías.
Un día le encargó a un joyero una gruesa cadena con un medallón
donde le hizo grabar la fecha pronosticada. Pasó el tiempo, las actividades de
todos parecieron olvidar el hecho. Él continuó con su creación tanguera, con
esa amenaza que cada tanto lo ensombrecía. En la víspera de la fecha prevista,
trató de mantener la calma para no alarmar a sus seres queridos. A la mañana
siguiente se levantó muy temprano y antes ir al baño, fue a revisar el
almanaque de la cocina. El día había llegado, ¡pero él seguía vivo! Alegre
despertó a toda la familia, que participó de su alborozo.
Cátulo, salió a
caminar, como todas las mañanas, nunca la primavera le pareció tan linda, el
sol iluminaba más que nunca el verde de las plazas y el azul límpido del cielo estaba
ligeramente surcado por delgadas nubes.
Se sentía liberado, liviano de esa mochila que soportaba desde
hacía tanto tiempo y continuó aspirando el aire fresco y primaveral. Ese
mediodía, el almuerzo fue un festejo general, un agradecimiento al equívoco, un
alivio que recorría todos los rincones de la casa, luego vino la siesta
reparadora. A media tarde, su mujer fue a despertarlo con un mate. Cátulo yacía
con la frialdad y rigidez de los muertos. Sobre su pecho la pesada cadena con
la medalla que tenía tallada la fecha de ese día “19 de octubre de 1975”.
Fuentes:
Julio
Nudler. Cátulo Castillo. Todo tango. http://www.todotango.com/spanish/creadores/ccastillo.html
Julio
Ardiles Gray. Entrevistas. Cátulo Castillo cuenta aspectos de su vida.
http://www.todotango.com/spanish/biblioteca/CRONICAS/entrevista_catulo.asp
La
profecía. Programa de Silvio Soldán sobre Cátulo Castillo relatado por su hijo.
http://tinus.escribirte.com.ar/1624/catulo-castillo---la-profecia.htm