Las calles de Almagro, de Boedo y del Abasto; los patios con parra y piso de tierra, y aquellos primeros reductos urbanos, donde se impuso el baile del tango, fueron algunos de los territorios a veces imprecisos de un personaje de leyenda. Había nacido el 14 de febrero de 1885 cerca de la esquina de Boedo e Independencia. No era buen mozo, “pintón” como se decía entonces, incluso tenía el rostro algo picado de viruela y tenía cierto aire de compadrito peinado a la gomina. Para quién no lo conocía y lo veía por primera vez en los bailongos de Buenos Aires, podría resultar un personaje olvidable, uno más en el montón, hasta que prendido a su compañera empezaba a desglosar con sus pasos el ritmo de la orquesta. Se hacía un silencio sólo roto por el quejido de los bandoneones y los asistentes contemplaban fascinados al rey del firulete.
Entonces su figura adquiría una prestancia y un refinamiento que lo transformaban en un ser celestial. Porque por sobre todas las cosas bailaba el tango como los dioses. Se llamaba Ovidio Bianquet y de chiquilín rompió un vidrio de una pedrada en el barrio del Abasto.
Cuando la “cana” cayó a su casa la madre salió y dijo: “Mi hijo es buenito”, pero el cana entendió Benito y en el expediente de denuncia de la comisaría quedó rebautizado como Benito Bianquet.
No sería ese su nombre definitivo, ya adolescente solía propasarse con algunas vecinitas del barrio y su padre terminó diciendo “Mi hijo es un cachafaz” y desde entonces se lo conoció bajo el apodo de El Cachafaz.
Comenzó a bailar de chiquilín en sus tiempos libres, cuando terminaba su trabajo de pintor de brocha gorda. En 1911 ya era lo bastante buen bailarín y lo suficiente entrador como para dejar de pintar paredes y pronto se consiguió una protectora que lo llevó a Estados Unidos y a España. Después de aquel viaje al exterior comenzaron los certámenes y concursos y El Cachafaz se fue imponiendo a los grandes bailarines de entonces.
Concurría con suma frecuencia a los bailes del Olimpo donde no se le cobraba entrada, porque era una verdadera atracción; cuando él bailaba la concurrencia entusiasmada le formaba rueda y él se floreaba a gusto haciendo derroche en las figuras del típico tango de arrabal.
En 1913 brilló en el concurso del Palace Theatre y en 1914 ganó el certamen que el barón De Marchi organizó en el Parisien. Cuentan los memoriosos que el Cachafaz sin hacer caso a las recomendaciones del reglamento, que obligaba a bailar “sencillo”, empezó a tirar cortes y figuras sorprendiendo al público y a influyentes mujeres, como María Roca, la esposa del Barón De Marchi, que lo contrató como profesor.
Fue De Marchi quien lo introdujo en la high life para que impartiera lecciones de tango a doña Zelmira Gainza de Paz y a don Matías Sánchez Sorondo, entre otros. Ya considerado un maestro en el arte del corte y la quebrada, enseñaba para algunas damas de la alta sociedad en un salón del Teatro Olimpo, en Pueyrredón 1463, donde se cotizaba cobrando 50 pesos la clase. Las señoras ricachonas querían ponerse a tono con el tango, que hacía furor en Europa, y sus maridos empresarios, políticos y terratenientes, le siguieron el paso. Entre sus alumnos no faltaron senadores, diputados, ministros y embajadores.
Su biografía incluye un fugaz viaje a París, a donde fue para bailar en El Garrón, pero no resistió el clima y regresó a los dos meses.
Teniendo en cuenta el radio de acción del Cachafaz con predominio en la zona del Abasto, era imposible que su vida no se cruzara con la de Carlos Gardel. El Cachafaz solía asistir a los lugares en que cantaba el Zorzal y deben haber sido numerosas las noches de café donde platicaron juntos, especialmente en el bar de la esquina de Talcahuano y Corrientes.
Murió en su ley, en un salón de baile de Mar del Plata el 7 de febrero de 1942. Dejó anécdotas, un tango que lleva su nombre, de letra mediocre pese a que lo escribió Villordo, pero de música bellísima. También aportó al 2 x 4 nuevos giros, firuletes y quebradas que enriquecieron la música porteña y hace que quién lo baila entre en un mundo sin retorno. Algunos sostienen que el actual tango de escenario, ese de compleja coreografía, tango for export, se inspiró en los pasos y figuras del Cachafaz.
Otro legado del gran bailarín, es el alfajor que se está poniendo de moda y que lleva su nombre y es sabroso y tentador como dejarse llevar por esa vivencia intransferible del cuerpo de seguir los compases de un tango.
Gracias por ocuparte de personajes tangueros históricos de mi barrio.
ResponderEliminarSe puede ver un video de unos segundos del Cachafaz bailando con Olinda Bozán en
http://youtu.be/pTfwzCBNKAY
La guapa del Abasto