Merian
Caldwell Cooper formaba parte de esos aventureros que desafiaban todo
tipo de peligros, o más bien parecían buscarlos, siempre usando la temeridad más
que la prudencia. Cuando el resto de los mortales huía de las guerras, Cooper
se lanzaba gustoso hacia los toques de clarín y el sonar de los tambores y se ofrecía
a participar en lo que más sabía hacer: la aviación militar. Pero la historia
lo registra menos por sus proezas aéreas, que fueron muchas y accidentadas, que
por su participación como guionista de películas, particularmente por ser el
creador del ícono King Kong, que reúne ficción, suspenso y aventura y, determinó
un antes y un después en todos estos géneros.
Merian Caldwell Cooper (1893-1973)
El afán por aventuras de Cooper
comenzó tan temprano como a los 6 años cuando leyó un libro sobre exploraciones
y aventuras en el África ecuatorial. Ya adolescente se incorporó a la Academia
Naval de los Estados Unidos, de donde fue expulsado por su comportamiento y por
sus declaraciones sobre la superioridad de la aviación sobre los barcos.
Evidentemente, el mar no era su fuerte.
A la edad de 23 años lo encontramos
luchando contra Pancho Villa en México como miembro de la Guardia Nacional,
pero tampoco lo apasionaban la infantería ni las batallas campales. Ingresó en
la Escuela de Aeronáutica Militar en Atlanta de donde egresó con las más altas
calificaciones. Al año siguiente sufrió el primer accidente de aviación con
traumatismo de cráneo que le produjo una amnesia temporal.
En cuanto se recuperó se incorporó a
la Aviación de Guerra de los Estados Unidos y participó en operaciones de
combate contra Alemania y el Imperio Austro-húngaro. Le adjudicaron un
bombardero de la época y aquí conviene recordar que solo habían pasado 15 años
desde que los hermanos Wright realizaron un vuelo de 59 segundos en una máquina
más pesada que el aire. Por lo tanto los aviones de entonces eran lentos,
volaban bajo y de por sí bastante vulnerables.
Bastó que el aparato fuera alcanzado
por una ráfaga de ametralladora para que se prendiera fuego. Cooper consiguió
maniobrar para realizar un aterrizaje forzoso, saltó del avión con numerosas
quemaduras y cayó en brazos de soldados alemanes que lo enviaron a un hospital
de prisioneros. Por un tiempo se lo dio por muerto, hasta que finalizado el
conflicto se reincorporó a su unidad, pero entonces su país ya no estaba en
guerra y Cooper, que no había escarmentado en absoluto se alistó en el
escuadrón Kosciuszko que según el tratado de Riga debía apoyar a las fuerzas
polacas en la guerra polaco-soviética.
El 13 de julio de 1920 Cooper fue
nuevamente derribado, pero logró aterrizar y mal herido fue hecho prisionero,
en esta oportunidad por los rusos que lo encerraron en un campo de
concentración del que logró escapar a los nueve meses. Por su valor recibió de
Polonia la Virtuti Militari la máxima condecoración otorgada por ese país en
acciones en combate.
La vida aventurera de Cooper
adquirió cierta estabilidad y calma cuando conoció a Ernest Schoedsack. Según
las crónicas ambos se vieron las caras por primera vez en Viena en 1918, otras
versiones sostienen que el encuentro fue en Polonia en 1921. Schoedsack había
sido camarógrafo de Mack Sennett, el director que descubrió a Charles Chaplin.
De temperamento tranquilo había dedicado su vida casi por completo a la
cinematografía y tenía un sólido bagaje de conocimiento sobre el séptimo arte.
Ernest Schoedsack (1893-1979)
De la unión Cooper y Schoesdsack
surgieron varias películas relativamente exitosas, muchas de ellas como Grass, eran documentales sobre África y
Asia, pero ya no había secretos en el mundo y el interés de la gente por este
género estaba decayendo. Había que recurrir a lo fantástico y la guionista Ruth
Rose inventó una isla desconocida, a la que llamaron Calavera, donde una tribu
le rendía culto a su rey representado por un gigantesco gorila que fue
bautizado como King Kong.
La productora de cine RKO estaba en
crisis económica y puso todas sus fichas en esta nueva creación, inédita en la
historia de la cinematografía. La pieza esencial que faltaba era la persona que
debía hacer realidad a un monstruo gigantesco, tarea nada fácil en tiempos en
que los programas de computación estaban lejos de convertirse en realidad.
Entonces apareció Willis O’Brien, genio de los efectos especiales que con la
técnica del stop-motion (fotograma por fotograma) podía darle vida a modelos
animales. El resultado fue King Kong, de más de 15 metros de altura donde una
persona podía calzar fácilmente en su mano. A la película había que darle
cierto grado de erotismo y la persona que depositada suavemente por el gorila, entró
en la palma de su mano fue la bella actriz Fay Wray, quien con ropas ajustadas y algo transparentes, no
podía evitar el rechazo visceral que le producía la ternura de King Kong.
Ninguno de los participantes de este
emprendimiento tenían noción de que estaban gestando la historia de amor y
deseo más desmesurada del siglo XX: la de un gorila enorme y una joven que a su
lado parecía salida del país de Lilliput. Ella lo rechazaba aterrorizada
mientras que la bestia enloquecía de deseo.
Fay Wray
El éxito de King Kong fue fulminante.
Esto determinó que varias décadas más tarde, en 1976, para ser preciso, se
llevó a cabo una segunda versión dirigida por Dino de Laurentis. Contenía mayor
carga erótica muy bien representada por la sensual actriz Jessica Lange quien ligera
de ropas no manifiesta ningún rechazo por el gorila, más bien todo lo
contrario. Al respecto, existen escenas muy sugestivas. King Kong la coloca
bajo una caída de agua para que se saque el barro de encima y después, mojada y
temblorosa, la sopla repetidas veces para que se seque, ella disfruta con el
aliento de la bestia como si se tratara de una lengua gigante que la está acariciando.
En otra escena, el dedo del gorila hurga el cuerpo de la chica y le toca el
pubis, como un pene desmesurado y renegrido.
Jessica Lange y King Kong
En 2005 se llevó a cabo una tercera
versión que barrió con todo erotismo y la relación con el monstruo se parece
mucho a la de una niña con un animal del que se hiciera amiga.
Sin embargo, la escena de antología que
quedó grabada en la retina de los espectadores de cualquier parte del mundo, es
la correspondiente a la primera versión, la de 1933. El gorila con la joven en
su mano escapa por las calles de Manhattan y trepa al Empire State hasta llegar
a su punto más alto. Allí es atacado por aviones que lo ametrallan, uno de
ellos piloteado por el propio Cooper. Moribundo King Kong se precipita al vacío
y cae a tierra. Inmediatamente es rodeado por una multitud que contempla al
gorila muerto. Mientras los periodistas toman notas y fotografías de la muerte
del simio, uno de ellos murmura: “lo mataron los aviones”, pero otro le
responde: “no, no fueron los aviones fue la belleza la que mató a la bestia”.
David Thopmson. Wild Boys. The
Guardian, 01/03/2003.
Buenísimo artículo Richard! Conciso y potente como ráfaga de uno de aquellos aviones. Un abrazo
ResponderEliminarQUE BUENO!!!!, Muchas Gracias " AMIGAZO", EXCELENTE!!!! COMPLIMENTI!!!
ResponderEliminarABBRACCIONE!!!!
Muy buen artículo !! Gracias Ricardo.
ResponderEliminar