La
rebelión de los esclavos fue un acontecimiento que sacudió los cimientos del
Imperio Romano en el año 73 antes de Cristo (a. C.). Fue una epopeya que se
destaca a lo largo de toda la historia porque los esclavos se enfrentaron con
el ejército más poderoso, disciplinado y mortífero de aquellos tiempos. Los
registros históricos provienen de las narraciones de Plutarco, Floro, Salustio
y Apiano.
Espartaco
nació en Tracia, territorio que actualmente corresponde a Bulgaria. Los tracios
eran un pueblo indoeuropeo milenario conocido por su larga tradición militar,
motivo por el cual Roma solía reclutar tracios para incorporarlos a sus
legiones como mercenarios y Espartaco fue uno de ellos. Su espíritu de hombre
libre lo llevó a desertar con la intención de regresar a su hogar. Fue atrapado
y condenado a trabajar como esclavo en las minas de yeso de Nubia.
De
allí nadie salía vivo, el exceso de trabajo, los castigos físicos, la escasa
comida y peor aún la insuficiente cantidad de agua que recibían, los mantenía
deshidratados y la mayoría moría por destrucción de los riñones. El desprecio
que tenían los encargados de las minas por la vida de los esclavos, sugiere que
la oferta de estos era abundante y bajo el valor de compra.
El
destino de Espartaco cambió súbitamente cuando un obeso individuo,
elegantemente vestido y rodeado de un pequeño séquito de esclavos, realizó una
visita a las minas. Se trataba de Léntulo Batiato, un “lenisti” o entrenador de
gladiadores y por lo tanto era dueño de un “ludus” que así se llamaban las
escuelas de gladiadores. A medida que los circos romanos se fueron expandiendo,
se profesionalizaron las luchas de gladiadores, la atracción favorita de la
época, y así surgieron los ludus, donde los esclavos eran sometidos a una
rígida disciplina de entrenamiento. La compra de esclavos a bajo precio y la
venta a otros circos de gladiadores formados, generaba una diferencia muy
redituable y como la escuela de Batiato gozaba de buena reputación, había
logrado amasar una fortuna respetable.
El
ojo experto de Batiato detectó, y no se equivocaba, que Espartaco reunía las
condiciones para transformarse en un excelente gladiador y se lo llevó a Capua
en las afueras de Roma donde tenía su escuela. Las condiciones de vida
mejoraron considerablemente para Espartaco, era bien alimentado y la dura
disciplina de entrenamiento resultaba un bálsamo comparado con el trabajo
agotador de las minas. Pero él no estaba dispuesto a divertir al pueblo romano
arriesgando su vida en la arena y se sublevó en compañía de otros 74
gladiadores.
Espartaco,
por Denis Foyatier, Museo del Louvre
Vencer
a la pequeña guarnición y a los entrenadores fue tarea fácil y el grupo huyó hacia
el monte Vesubio. Estaba constituido por tracios, celtas y germanos y durante
el trayecto se les unieron numerosos campesinos y esclavos provenientes de las
residencias y palacios que asolaban. Fueron despiadados con sus ocupantes y se
apoderaron de su ganado y riquezas que Espartaco, que ya era el jefe
indiscutido, repartía equitativamente entre sus hombres.
Compungido
porque su negocio estaba en la ruina Batiato acudió a Roma en busca de ayuda.
El Senado envió 3 cohortes urbanas bajo el mando de Cayo Claudio Glabro. Las
cohortes urbanas, cada una compuesta por 1500 hombres, tenían como función el
cuidado de Roma y sus alrededores. Los hombres que la componían estaban lejos
de poseer la disciplina y la capacidad de combate de las legiones. Esta
decisión del Senado se debió a dos razones, por un lado menospreció al enemigo,
al fin y al cabo eran solo esclavos, pero además, las legiones en ese momento
estaban en los confines del imperio sofocando revueltas en Hispania y Asia
Menor.
Cayo
Claudio Glabro también subestimó a aquellos rebeldes que estaban refugiados en
las laderas del Vesubio. Cuando llegó al pie del monte estableció el campamente
en el único sitio accesible, las demás laderas eran escarpadas e imposibles
para trepar o descender. Violando las reglas vigentes de doctrina militar solo
puso guardias de vigilancia en el frente, pensando que por allí podría venir el
ataque. Espartaco mostró que tenía mucho mejores nociones de táctica que su
rival. Sus hombres fabricaron lianas de los árboles de olivos y descendieron
durante la noche por la zona escarpada, atacando al campamento por la
retaguardia y creando gran confusión sobra la tropa que dormía.
Entre
ambos bandos había profundas diferencias respecto del espíritu de lucha, los
soldados peleaban en cumplimiento de una orden de sus superiores, los esclavos
lo hacían por la propia supervivencia y la esperanza de llegar a ser libres.
Pocos
días después, Cayo Claudio Glabro y unos pocos soldados se presentaron ante el
Senado, eran los únicos sobrevivientes de la feroz derrota y tuvieron que
soportar las recriminaciones e insultos de los senadores por su impericia y su
imprudencia.
Esta vez, patricios y magistrados tomaron conciencia de la
gravedad de la situación, los esclavos se habían convertido en un ejército
dirigidos por un comandante astuto e inteligente, estaban mejor armados gracias
a las armas sustraídas a las cohortes derrotadas y eran muy numerosos, ya que
superaban los setenta mil hombres y contaban con una modesta caballería.
Espartaco
decidió abandonar el Vesubio y dirigirse hacia el norte con el objeto de cruzar
los Alpes e ingresar en territorios que no estaban bajo el control del Imperio
Romano. Mientras tanto, los cónsules Léntulo y Gelio al mando de veinte mil
soldados salieron en forma separada a enfrentarse con los esclavos.
A esta
altura de los acontecimientos Caxio, uno de los hombres de Espartaco decidió
quedarse en Italia y se separó junto con cuatro mil esclavos. Fue la primera
escisión dentro de las fuerzas rebeldes y Caxio y sus hombres pagaron caro su
capricho al ser sorprendidos por las fuerzas de Gelio que los aniquiló totalmente.
Por su parte Espartaco se enfrentó con los dos cónsules y los venció en
batallas separadas. Como homenaje póstumo a su camarada sacrificó a trescientos
prisioneros, obligándolos a combatir entre ellos como si fueran gladiadores
en lucha a muerte. Continuó su marcha hacia el norte, para atravesar los Alpes
y junto a Módena se enfrentó con otro ejército romano, acaudillado por Cayo
Casio, el pretor de la Galia Cisalpina, al que también derrotó.
A esta altura de los acontecimientos cometió su primer error,
abandonó la idea de cruzar los Alpes y realizando un giro enigmático retornó
rumbo al sur. La hipótesis más aceptada por los historiadores es que Espartaco fue
presionado por sus hombres quienes convencidos de que eran invencibles estaban
en condiciones de sitiar y conquistar Roma, algo que Aníbal, cien años atrás y
con un ejército mucho más poderoso no se atrevió a consumar.
En Roma, el pueblo aterrorizado veía como el ejército de
Espartaco, que ya superaba holgadamente los cien mil efectivos, se aproximaba a
la ciudad, Espartaco logró convencer a su gente que conquistarla era una misión
arriesgadísima. El contingente siguió rumbo al sur con la idea de cruzar el mar
y fortalecerse en Sicilia, para ello había hecho un trato con piratas turcos
que proveerían naves para el traslado a la isla. Cuando llegó a la costa
comprobó que ningún barco los estaba esperando: los piratas lo habían
traicionado.
Quiso
regresar, pero se encontró con Marco Licino Craso al mando de un ejército
formado por 6 legiones y fuerzas adicionales que totalizaban setenta mil
soldados. Craso no solo era el hombre más rico de Roma, también era
inescrupuloso, despiadado y tenía vasta experiencia militar por haber
participado en batallas anteriores. Envió a uno de sus lugartenientes con dos
legiones, que fueron derrotadas por las fuerzas de Espartaco y muchos de los
sobrevivientes desertaron. Craso mostró su capacidad de crueldad y para imponer
la disciplina aplicó la decimatio, un
terrible castigo en el que debía morir a manos de sus compañeros uno de cada 10
hombres de su propio ejército.
Espartaco
y sus hombres estaban acorralados y obligados a dar batalla. En un gesto de
grandeza, cargado de dramatismo, sacrificó su caballo diciendo que si triunfaba
tendría otros para reemplazarlo y si moría en combate no lo necesitaría. La batalla fue feroz, nadie pedía ni daba cuartel, Espartaco
pereció en el combate y su cadáver quedó irreconocible entre los millares de
muertos. Craso obtuvo una aplastante victoria. Para escarmiento de cualquier
rebelde, ordenó crucificar a los seis mil prisioneros. Todo el recorrido de la
Via Apia desde Capua hasta Roma ofreció un espectáculo dantesco con miles de
buitres revoloteando a la espera de la muerte lenta de los crucificados.
Varios miles de esclavos lograron huir, pero fueron
masacrados por las legiones de Pompeyo que habían sido enviadas por el Senado
para consolidar la victoria. Con habilidad política Pompeyo se las arregló para
compartir el triunfo junto con Craso.
La
guerra de los esclavos fue desastrosa para la economía de Roma, pero el imperio
lo resolvió en poco tiempo con nuevos esclavos obtenidos de las exitosas
campañas de Julio Cesar en la llamada Guerra de las Galias.
La
epopeya de Espartaco no cambió la institución de la esclavitud ni mejoró sus
leyes que prevalecieron durante todo el Imperio Romano y perduraron hasta el siglo
XIX. El valor de esta gesta radica en el mensaje que dejó a la humanidad,
mostrando que el ser humano, cuando lucha por sus derechos, es capaz de
enfrentarse al poder de turno por más grande que éste sea. La figura de
Espartaco pasó a la posteridad como sinónimo de justicia, rebeldía y libertad.
En
aquellos tiempos eran pocos los que fallecían de muerte natural, especialmente
si detentaban cargos importantes y comandaban ejércitos. Pompeyo y Marco Lisino
Craso no escaparon a esta regla. El primero cayó en una trampa durante su
campaña en Egipto, fue apuñalado por sus propios compañeros y su cabeza
presentada como trofeo al rey Ptolomeo, tenía 58 años. Craso también fue
víctima de una traición a la edad de 62 años cuando luchaba en Irán contra los
Partos. Hecho prisionero le hicieron tragar oro derretido en alusión a su
avaricia.
Spartacus.
Encyclopaedia Britannica. Tomo 11, pag 73. Chicago 1995.
Spartacus.
Encyclopaedia Britannica. Tomo 11, pag 73. Chicago 1995.
Buenísima reseña histórica, Ricardo!!!. Fué un placer leerla mientras pensaba en la historia del poder y su repetición de diferentes formas.¿Es tan brutal antes como ahora?.Gracias . Cariños. Edith.
ResponderEliminarGracias. Cariños.
Edith
No cambió nada Edith, ahora no crucifican, pero arrojan napalm y bombas en poblaciones que matan a mujeres, niños y ancianos. Antes había una esclavitud abierta, ahora es encubierta.
Eliminar}Besos
Buenísimo lo de Espartaco
ResponderEliminarEnormemente interesante y bien escrito, Ricardo, tu blog sobre Espartaco. Gracias por mandar.
ResponderEliminar