Griselda Blanco
Griselda
Blanco (1943-2012)
La
araña Lactrodectus matans, es
conocida popularmente como “viuda negra”, porque después de copular mata al
macho y seguidamente lo devora. Ese era uno de los apodos de Griselda Blanco
quién mató a su marido, aunque sin cometer canibalismo. También se la conocía
como “reina de la cocaína”, título que como se verá, se lo había ganado con
creces.
Griselda
nació un día de febrero de 1943 en el pueblo colombiano de Santa Marta, pero no
en la zona turística, sino en los arrabales de la ciudad. Hija de una
prostituta y de padre prácticamente desconocido, sufrió el hambre y la pobreza
durante su infancia, sobreviviendo de pequeños hurtos, asaltando a los
transeúntes capitaneando una banda de niños tan hambrientos como ella.
En
su adolescencia conoció a José Darío Trujillo, un delincuente de poca monta que
traficaba drogas, falsificaba documentos e introducía inmigrantes ilegales a
Estados Unidos. Pocos años después el hombre falleció de cirrosis dejándole
varios hijos y por sobre todo, el contacto con el mundo de la droga y el
ambiente de los gánsters de Nueva York.
Con
su segundo esposo, Darío Sepúlveda, tuvo el cuarto hijo que ella, fanática de
la novela El Padrino de Mario Puzo,
bautizó con el nombre de Michael Corleone. Para entonces, Griselda ya estaba
afincada en el narcotráfico a Estados Unidos. Rápidamente creó una red
para distribuir la «mercancía» siendo despiadada con sus competidores. Fue ella
quien rompió la relativa paz que había entre los distintos grupos de narcotraficantes,
inaugurando la metodología de los sicarios que en número de dos en una
motocicleta interceptaban el auto del contrincante y lo cosían a balazos. Se
llegó a decir que si Griselda Blanco no hubiera existido no se habría instalado
la guerra de la droga entre los cárteles.
Griselda que
ya era conocida como “reina de la cocaína”, fue la que instó a
Escobar a que abandonara el robo de camiones y se metiera en el contrabando de
la droga y se independizara en su carrera criminal. Fue ella quien recibió el
primer envío que Escobar hizo a los Estados Unidos camuflado en llantas de
avioneta y fue ella, la que alimentó al monstruo que hoy en la televisión
llaman Patrón del Mal. De estatura mediana, estructura robusta,
ligeramente obesa, cara redonda que sabía sonreír cuando quería, pero que podía
lanzar miradas fulminantes sobre sus hombres ante el menor error, no gobernaba
mediante la seducción sino por el miedo.
Griselda se
convirtió en multimillonaria, llegando a manejar un tráfico mensual de 1500
kilos de cocaína por rutas salpicadas con la sangre de enemigos y competidores.
En
su prontuario se le atribuye la responsabilidad de unos 250 homicidios, entre
ellos el de su tercer marido Alberto Bravo. A éste lo mató con sus propias
manos cuando sospechó que le estaba robando tanto mercancía como dinero, luego
pagó los gastos del funeral y se hizo presente en el entierro. Fue a partir de
entonces que le colgaron su segundo mote, el de “viuda negra”.
Entre el 79
y el 82, los asesinatos ordenados por La Reina en La Florida se convirtieron en
un sello inconfundible del horror: descuartizamientos, cuerpos empacados en
bolsas, orejas enviadas en sobres y cadáveres flotando en el agua. La tasa de
homicidios de Miami, que en 1976 no superaba los 35 por cien mil habitantes,
llegó a 175 por cien mil en 1981.
Las sangrientas luchas entre
los carteles de cocaína empapaban de sangre las calles de Miami, y las
autoridades pusieron los ojos en los narcos colombianos, de quienes la “Viuda”
era una cabeza importante. En 1985, cuando tenía 42 años, Griselda fue
capturada en Irvine, California. Su captura no fue sencilla, Robert Palombo, el
oficial de la DEA (Drug Enforcement
Administration) a cargo de la tarea de poner a Griselda entre rejas, se
pasó 11 años persiguiendo a un fantasma escurridizo. La mujer ya formaba parte
de su vida que se había convirtiendo en una pesadilla porque estaba más tiempo
detrás de ella que con su familia, el cabello se le llenó de canas y varias
veces estuvo al borde de crisis nerviosas descontroladas.
Finalmente decidió aplicar
el plan B: localizar y seguir a los hijos. Uno de ellos trabajaba junto con su
madre en el narcotráfico, pero otro fue más fácil de ubicar porque era un
apasionado por los autos de lujo y hacía ostentación de la vida opulenta que
llevaba. Siguiendo a este segundo sujeto localizaron la vivienda de Griselda en
California y la arrestaron.
Griselda se pasó 20 años en la
cárcel y si se salvó de la silla eléctrica se debió a la eficaz tarea de la
defensa llevada a cabo por sus abogados. En 2004 fue liberada y deportada a
Colombia, donde llevó una vida de mujer de hogar durante 8 años. Nadie se
imaginó que la señora regordeta que hacía las compras en el mercado era la
mujer que más crímenes había cometido en la historia de la delincuencia
femenina.
En una de sus salidas a la
carnicería del barrio, surgió de la nada una moto con un par de sicarios que le
pegaron dos certeros tiros en la cabeza. Griselda tenía enemigos que no se
habían olvidado de ella y que la mataron siguiendo el mismo estilo que había
aplicado durante décadas.
LOLA
LA CHATA
María Dolores Estévez Zuleta (1906-1959)
María Dolores tenía 13 años cuando transportaba por las calles del barrio
de La Merced en el centro del Distrito Federal (DF), una canasta donde
ocultaba, según el pedido del cliente, heroína, morfina o marihuana que le
había dado su madre en su pequeño negocio donde vendía café como pantalla.
Estamos en el año 1919 cuando María Dolores Estévez Zuleta, más tarde Lola La
Chata, ya estaba involucrada en el narcotráfico y por lo tanto se podría decir
que fue una precursora de las “mulas”, como así se llama a los que transportan
drogas en pequeña escala.
En su adolescencia conoció a Castro Ruiz
Urquizo, que la trasladó consigo a Ciudad Juárez, donde aprendió que también
existía un tráfico transnacional que además era mucho más redituable que el
menudeo en el barrio que la vio nacer. Pronto engendraría dos hijas: María
Luisa y Dolores, las cuales más tarde también ingresarían al negocio del
tráfico de drogas, continuando la dinastía que se inició con su madre.
En la década de 1920 encontramos a Lola
nuevamente en el DF, pero ya con su propio puesto de comida que en realidad era
un disfraz para su venta de drogas. Diez años más tarde, Lola había extendido
su red a Estados Unidos, llegando hasta Canadá. Este salto se debió en gran
parte a que apareció en su vida Enrique Jaramillo, un ex policía que tenía un
taller mecánico que también sirvió como centro de distribución, que se agilizó
gracias a los contactos de Jaramillo con la policía, la burocracia y la clase
política.
La Chata fue considerada peligrosa por los gobiernos mexicano y
estadounidense, incluso fue calificada de amenaza con similar rango al de otros
narcotraficantes, incluido su propio esposo, lo que trastocó el estereotipo de
las mujeres en el narcotráfico de la época. Así, Estévez surge como figura
dominante en el trasiego y venta de estupefacientes en un tiempo en que ser
mujer en y alrededor de esa actividad era el de víctima, ya sea como prostituta
o explotada a un grado cercano a la esclavitud. Su presencia e imagen ni de
lejos era pasiva, menos aún ingenua, como pudiera haberse pensado.
Lola la Chata fue arrestada siete veces
de 1934 a 1945 yendo a parar a diversas cárceles de mujeres. Durante sus
estancias en prisión mantuvo un estilo de vida semejante a un hotel de 5
estrellas, con sirvientes y una mujer que la atendía una vez al mes para
arreglar su cabello. Recibía muchas visitas que buscaban consejo o ayuda, así
como de su círculo familiar. Incluso se hablaba de que Lola mandó construir un
hotel y pista de aterrizaje en las Islas Marías para comodidad de sus hijas que
asiduamente concurrían a la cárcel a saludarla y especialmente pasar y recibir
información con el objeto de mantener activa la red.
En 1945 el presidente Ávila Camacho
promulgó un decreto presidencial condenando a los traficantes de droga y exigió
el arresto de la Chata, quien también había sido identificada por el Buró de
Narcoticos (ahora DEA) de los Estados Unidos. Finalmente fue en la Ciudad de
México donde se realizó la captura y en 1945 se la mandó a prisión en las Islas
Marías, de la cual salió años después debido a una condición médica que obligó
a las autoridades a transferirla de regreso a la Ciudad de México, donde
continuó manejando su oficio. En 1957 se realizó el último arresto de la Chata
mientras procesaba heroína en su casa. En su mansión se encontraron 29,000,000
de pesos en efectivo (5 millones actuales), joyas, rifles y municiones.
Aceptando su responsabilidad, se aseguró de que ningún cómplice fuera
arrestado, logrando proteger el negocio. Fue encontrada culpable y enviada a la
Cárcel de Mujeres, donde murió en septiembre de 1959 aparentemente de muerte
natural. A pesar de su mala fama, aproximadamente 500 personas atendieron su
funeral, una tercera parte de los cuales se dice que eran miembros de la
policía.
Buscarle atributos a un personaje como Lola
la Chata es una tarea difícil, pero escarbando su persona se destacan dos
rasgos: nunca en los interrogatorios a los que fue sometida entregó a nadie y a
diferencia de Griselda, no se le conocen crímenes. Fue una de las musas del
escritor estadunidense William S. Burroughs, quien la usó como modelo para
varios de sus personajes, lo que la introdujo a la cultura popular
estadounidense. Burroughs visitó México en 1940 huyendo con su esposa e hijo de
cargos por consumo de droga. La Chata aparece en sus escritos como Lupe, Lupita
o Lola.
David
Ovalle. Asesina a Griselda Blanco, la madrina de la cocaína de Miami. El Nuevo
Herald, 04/09/2012.
Agencia
AFP. Griselda Blanco, la sádica maestra de Pablo Escobar. El Heraldo,
09/09/2015.
Me quedé con ganas de saber otras historias de mujeres criminales!
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