sábado, 4 de marzo de 2017

LAS CHICAS FOSFORESCENTES


                                            Sabin Arnold von Sochoscky

Sabin Arnold von Sochoscky se había recibido de médico en Ukrania y le fascinaba la química. Con esos antecedentes y 23 años de edad, ingresó a los Estados Unidos en 1906 en busca de oportunidades. Era inteligente, emprendedor y ambicioso, atributos que 7 años después le permitieron inventar una tintura fosforescente a base de uranio. Se le ocurrió la idea original de emplearla para pintar las agujas y los números de los relojes. 

La idea tuvo amplia acogida por el público y de su fábrica salieron miles de relojes que fueron ávidamente consumidos. A la gente le encantaba poder leer la hora en una oscuridad total o en el medio de la noche. Sochoscky instaló su empresa, la US Radium Corporation, en Orange, New Jersey, donde llegaron a trabajar alrededor de 70 jovencitas.



Sochoscky era un convencido que para tareas delicadas, las mujeres eran quienes mejor lo hacían y además, tenían mayor capacidad de concentración que los hombres. La Gran Guerra de 1914 aumentó considerablemente los pedidos de instrumentos bélicos con diales fosforescentes y Sochoscky amasó una fortuna considerable.



Las trabajadoras utilizaban finos pinceles de pelo de camello y cada tanto se lo llevaban a la boca para afinar la punta. Con ellos pintaban el dial y las manecillas y cada operadora alcanzaba a terminar 250 relojes por día, con una paga de 27 centavos dólar por reloj. Ocasionalmente, una vez terminada la tarea se divertían pintándose la boca, las cejas, las uñas o haciendo un círculo alrededor de los ojos y se introducían en una habitación oscura para ver como brillaban.

Por entonces había escaso conocimiento de que el radio, el componente que tornaba a la pintura fosforescente, generaba radioactividad. Madame Curie, la descubridora de este elemento, había fallecido a los 67 años en 1934 de anemia aplásica, una enfermedad mortal e incurable, pero en un principio no se relacionó su muerte con el contacto permanente que ella tenía con el radio. Cuando se supo su capacidad reactiva, los manuscritos, textos, documentos y hasta un libro de cocina y otros objetos que la científica usó, fueron guardados en cajas revestidas de plomo. Toda persona que quiera tener acceso a ese material de consulta debe colocarse equipos especiales contra la radioactividad.

Poco a poco, las operarias de Sochoscky empezaron a enfermarse, los síntomas eran cansancio y debilidad general, muchas perdieron los dientes y desarrollaron cáncer de la boca y las mandíbulas. El radio tiene la particularidad de fijarse en los huesos y allí se queda para siempre liberando radiaciones tóxicas. Se comprobó que al introducir a una de estas pacientes en una habitación totalmente oscura, le brillaba el esqueleto. 



La realidad demostró que estaban todas condenadas a morir en forma lenta con mucho padecimiento, mientras que las más afortunadas sufrían una muerte fulminante por hemorragias o anemia de rápida evolución. El periodismo que se ocupó extensamente del tema las llamaba “the radio girls” (las chicas del radio).

El Dr. Sochotsky contrajo una anemia que le produjo la muerte en 1928 cuando contaba 46 años. Para él, la última etapa de su vida fue un infierno viendo cómo se fundía su empresa y se iban muriendo una detrás de la otra, las que habían sido sus empleadas. Pese a que era inocente, ya que ignoraba los efectos del radio, tuvo que dilapidar enormes sumas de dinero en tratamientos y  litigios por las denuncias de las operarias.

La tragedia de las chicas fosforescentes mostró aspectos repugnantes del sistema capitalista y de la avaricia humana. Los directivos de otras empresas similares rechazaron las denuncias por enfermedad de sus operarias y atribuyeron sus síntomas a otras afecciones como la sífilis con lo cual además, las estigmatizaron. Los médicos, dentistas e investigadores, presionados por las empresas, abandonaron sus principios y el juramento hipocrático y no hicieron denuncias hasta que el encubrimiento se hizo insostenible.

El poder judicial no se quedó atrás en el ocultamiento de esta verdadera catástrofe laboral. A las mujeres afectadas les costaba encontrar un abogado defensor y cuando las denuncias llegaban a los magistrados, el movimiento de los expedientes era lento y tedioso. Los juicios duraban meses y las obreras denunciantes se presentaban a los tribunales en sillas de ruedas porque estaban tan inválidas que apenas tenían fuerzas para levantar la mano y prestar juramento.

Hubo al menos varios aspectos positivos: se emitieron leyes para mayor protección de los trabajadores en cualquier tipo de tareas y se implementó un seguro por accidentes de trabajo. El personal que operaba con radio debía estar adecuadamente protegido con ropas y guantes especiales para evitar las radiaciones. Se creó el Center of Human Radiobiology que se dedicó a la investigación de la contaminación por sustancias radioactivas. Entre los informes que produjo señaló que debía emplearse radio 226 mucho menos tóxico que el 228 que ataca los huesos produciendo cáncer y fracturas.

Este centro de investigaciones también realizó una pesquisa de las personas, casi todas mujeres, afectadas por el radio durante todos esos años y se llegó al número de 2403 casos, casi todos fallecidos al momento del informe final en 1993. La radioactividad las acompañó hasta la tumba, según lo registraba cualquier contador Geiger aplicado próximo a las lápidas.

MessyNessy. The Radium Girls and the Generation that brushed its Teeth with Radioactive Toothpaste. Julio 2015. http://www.messynessychic.com/2015/07/02/the-radium-girls-and-the-generation-that-brushed-its-teeth-with-radioactive-toothepaste/

Henning Mankel. Arenas Movedizas. Editorial Tusquets. Barcelona 2016.

Kate Moore. The Radium Girls. Ria Christie Collections. 2016.

3 comentarios:

  1. Con mi marido comentamos lo interesante de tus comentarios y artículos seleccionados. Gracias Ricardo. un abrazo Alicia

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  2. Oswaldo C de Maryland5 de marzo de 2017, 11:26

    Me gustan mucho tus reseñas sobre asuntos médicos, Ricardo. En el Radio City Music Hall de Nueva York, allá por las décadas de 1940 o 1950, bailaba un famoso grupo de chicas "fosforescentes" ya que llevavan vestidos de ese tipo. Creo, pero no estoy seguro, que algunas de ellas también fueron afectadas por la radiación, dado que bailaban todas las noches.
    También, como hematólogo me tocó ver pacientes con anemia aplástica preleucémica debida a medios de contraste basados en torio. Estos fueron inyectados para mielogramas, antes que se supiera que el torio era leucemogénico.

    Abrazos,

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