domingo, 26 de febrero de 2017

HISTORIA DE LA CENSURA EN EL CINE ARGENTINO


De la década infame hasta 1955
Se puede decir que durante la Década Infame que se inició con el breve período de la dictadura de Uriburu de solo dos años, quienes gobernaron no se percataron que el cine podía ser una herramienta de propaganda. Esto se debió en gran parte, a que esta industria en la Argentina alcanzó envergadura recién en 1933 con los estudios Lumiton y Argentina Sono Film que además incorporó el cine sonoro. 

Sin embargo, hubo una velada censura promovida por la Iglesia Católica y conservadores de peso como el anticomunista y antisemita Matías Sánchez Sorondo que promovió la creación del Instituto Cinematográfico Argentino y además fue su director.

Entre 1933 y 1943 el cine argentino creció en forma exponencial, mucho más en cantidad que en calidad. Los guiones brillaban por la escasez de temas sociales, estaban dirigidos hacia las clases medias y altas con protagonistas ingenuos y escenarios fastuosos. Constituyó sin embargo, una época en que esta industria con las películas de Gardel y de Libertad Lamarque, hicieron furor en toda América Latina.


                      Carlos Gardel con Mona Maris en Cuesta Abajo (1934)

En los años 40 el cine argentino entra en crisis; Estados Unidos castigó la neutralidad adoptada por nuestro país y favoreció al gran competidor de habla hispana que era México. Se restringió a nivel cuenta gotas el envío de celuloide para frenar el creciente mercado expansivo que estaba teniendo Argentina. Como respuesta, durante el gobierno de facto de Farrell y bajo la influencia de Perón, se dictó en 1944 el decreto 21.344 que reguló la industria del cine y promovió su desarrollo fomentando la obligatoriedad de exhibición de un cierto porcentaje de películas argentinas en las salas cinematográficas.

Una mancha negra del golpe militar del 43 fue la censura que sufrió la actriz Nini Marshall (Marina Esther Traveso 1903-1996), figura emblemática de la radio y la cinematografía argentina. A su personaje Catita se lo catalogó como vulgar ya que lesionaba el lenguaje y fue metida en la misma bolsa en que cayeron las letras de muchos tangos a los que se les suprimió la terminología lunfarda perdiendo toda frescura y la fuerza expresiva que los caracterizaba.


                   Niní Marshall en una escena de Carmen (1943)

El gobierno peronista no fue benévolo con Niní Marshall quien terminó autoexiliándose en México y esta actitud constituyó un contrasentido dentro de la filosofía popular del peronismo.

El peronismo sancionó el primer reglamento de censura tomando el modelo del presidente norteamericano Frankin D. Roosevelt en el Código Hays, y estableció que no se permitiría ningún film que “pueda rebajar el nivel moral de los espectadores”, una generalidad concretada en que “la familia, el Estado, la Iglesia, el ejército y la ley no pueden ser objeto de escarnio”.

Podemos decir que el comportamiento del régimen con el séptimo arte fue contradictorio. Al obligar a la exhibición de películas nacionales y favorecer la industria nacional del cine, ganó el respaldo de los productores locales y de actores por las mayores fuentes de trabajo, pero el “clima de época” hostil obligó a estrellas, como Libertad Lamarque, Luisa Vehil y Delia Garcés, a migrar mientras que grandes actores como Francisco Petrone entraron en un cono de sombra.

Por otra parte, tuvo la habilidad de saber aprovechar al cine como herramienta de propaganda a través de “Sucesos Argentinos” que fueron noticiosos de fuerte contenido de exaltación del régimen y sus obras. La restricción a los medios fue total y la única información provenía del accionar propagandístico de la Secretaría de Prensa y Difusión a cargo de Raúl Apold, el inventor de la frase “Perón cumple, Evita dignifica”. Fue el principal responsable de llevar a niveles desmesurados el culto a la pareja presidencial.


                                              Raúl Apold (1898-1980)

De la dictadura militar del 55 hasta 1976
La revancha “gorila” luego de 1955 fue mucho peor porque llevó a la cárcel al cantante, actor y productor Hugo del Carril, director de un clásico del cine social como “Las aguas bajan turbias”, de 1952, y también a Lucas y Atilio Mentasti, propietarios de Argentina Sono Films, propulsores de la industria del cine nacional acusados de contrabandear celuloide.

Sin embargo, los golpistas sancionaron el decreto-ley 62/57, que creaba el Instituto Nacional de Cinematografía gracias al cual se reactivó la filmación de películas y contiene un artículo de singular importancia: "La libertad de expresión consagrada por la Constitución Nacional comprende la expresión mediante el cinematógrafo, en cualquiera de sus géneros". Este instituto fue el antecesor del INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Visuales, ley 17.741 de 2001).

El organismo fue robustecido durante el frondicismo, que le adosó representaciones institucionales de las Ligas de madres y padres de familia, el Movimiento Familiar Cristiano y otros grupúsculos del catolicismo intolerante.

A partir de 1957, nace en Argentina el cine erótico y su creador, actor y director fue Armando Bó, quien junto con la actriz Isabel Sarli, formaron un dúo inseparable. La primera producción fue El trueno entre las hojas, sobre el libro de Augusto Roa Bastos. Bó e Isabel se convirtieron en el paradigma latinoamericano del cine erótico, que alcanzó un éxito enorme en todo el continente, llegando incluso a Estados Unidos y Europa. Sus películas cosecharon el fanatismo de otros cineastas como John Waters quien violentó los límites del decoro y lo convencional en la sociedad norteamericana.


                            Armando Bo e Isabel Sarli en una de sus películas

Bó mantuvo permanentes conflictos con los sistemas de censura de los distintos gobiernos y su peor momento lo tuvo bajo el gobierno del dictador Onganía.

El cine de Armando Bó es muy personal y distinto de cualquier otro. Pretender analizar  las 27 películas del director y su estrella fetiche, excede las reglas establecidas para la elaboración de cualquier análisis. Las críticas oscilan desde un cineasta de vanguardia hasta considerarlo el peor director a nivel mundial.

Inspirado en el edicto franquista que prohibía difundir las “actividades sexuales ilícitas”, el código de censura dictado en 1968 bajo la dictadura de Onganía, haciéndose eco de la típica moral formal que caracteriza a los militares, prohibió las escenas con “insinuaciones de orden sexual, estimulo del erotismo” y otras que promovieran las relaciones extramatrimoniales. Mientras, en orden a la ley 17.401 que prohibía el pensamiento comunista, se prohibieron filmes que promovieran el conflicto y “la negativa del deber de defender a la Patria”.


                         Afiche de la película El trueno entre las hojas

Durante los años 60 comenzó a vislumbrarse en América Latina la emergencia de un cine que intentaba ensayar una mirada renovadora, tanto en la ruptura con las formas tradicionales de entender y hacer cine (estético-burguesas de Hollywood, por decirlo de alguna manera), como en el compromiso político con los cambios que se iban gestando en el continente. El objetivo era mostrar una lectura histórica de la sociedad que se enmarcara en un acto de denuncia contra la opresión o la desinformación, para instruir, sensibilizar y sublevar al espectador.

Una de las primeras experiencias se realizó de la mano de Fernando Birri, quien de regreso a la Argentina, e influenciado por el neorrealismo italiano, en 1957 fundó en Santa Fe el Instituto de Cinematografía de la Universidad del Litoral con la idea de experimentar un cine “realista, popular y crítico”. La propuesta tuvo gran impacto y prontamente su influencia marcó el fundamento teórico y práctico a partir del cual sería posible un trabajo cinematográfico más concreto y politizado. De las producciones realizadas por Birri y su equipo se destaca Tire dié, (1958), que representa para muchos el primer film político de Latinoamérica. La película recorre datos estadísticos e imágenes del poderío económico de la ciudad de Santa Fe hasta llegar a los asentamientos en las “afueras” de este desarrollo industrial, expresando de manera sencilla y sin grandes pretensiones las contradicciones de la sociedad argentina de aquellos años.

Con Tire dié, el objetivo no era solamente mostrar esa realidad conmovedora de los niños pobres corriendo al costado del tren, gritando “tire dié” a la espera de una moneda del pasajero sensibilizado, sino denunciar esa situación que era silenciada o negada por gran parte de la sociedad.

Años más tarde, durante el gobierno militar de Juan Carlos Onganía (1966-1970), Fernando Solanas y Octavio Getino realizaron La hora de los hornos. El film explicitaba sin mayores eufemismos la denuncia contra el neocolonialismo en Latinoamérica, presentando a su vez, un llamado a la acción revolucionaria.

Catalogada por muchos como ensayo político-cinematográfico, La hora de los hornos consta de cuatro horas y media de material de diferentes fuentes: imágenes documentales, entrevistas, estadísticas y fragmentos de cortometrajes. Se exhibía clandestinamente en salones privados y de clubes que eran colmados por la gente, ávida de respirar aire fresco.

Después de finalizada la película, Solanas y Getino, junto con Gerardo Vallejos y Egdardo Pallero, fundaron el Grupo Cine de Liberación, que se oponía al cine de Hollywood y tenía como objetivos informar y esclarecer al público. Se exhibía en salas de barrios, clubes y agrupaciones sindicales. Durante 1971, el Grupo Cine de Liberación rodó en España dos largometrajes documentales que consistieron en largas entrevistas a Juan Domingo Perón: "Actualización política y doctrinaria para la toma del poder" y "Perón, la revolución justicialista", producciones que afianzaron las ideas de un cine militante.

Por su lado, el cineasta Raymundo Gleyzer fundó el Cine de Base.
Uno de los films más significativos de aquel momento fue Los traidores (1973), un relevamiento documental de la burocracia sindical.


   Raymundo Gleyzer (1941-desaparecido por la dictadura en 1976)

Durante la llamada primavera camporista surgieron películas como Operación Masacre, La Patagonia Rebelde (1974) y Quebracho (1974), entre otras.

Los años de plomo 
A partir de 1976, con los militares nuevamente en el poder, la censura, la represión, el exilio y la desaparición de cineastas despejaron el camino para que un cine cómplice a los fines e intereses del gobierno militar, dominara la cartelera de estrenos nacionales. Octavio Getino, Fernando Solanas, Humberto Ríos, Gerardo Vallejos, Lautaro Murúa, Jorge Cedrón, entre otros, tuvieron que exiliarse en el exterior. Y Raymundo Gleyzer, Pablo Szir y Enrique Juárez fueron secuestrados y continúan hoy desaparecidos.

Las Fuerzas Armadas se interesaron en fomentar una producción de películas que mejorara su imagen ante la sociedad y contrarrestara el primer impacto que las informaciones “filtradas” en medios del exterior pudieran causar. En función de este objetivo, los films fueron minuciosamente elegidos y apoyados –a través de subsidios y premios– por el Instituto Nacional de Cine (INC), que en aquel entonces se encontraba intervenido. Mientras tanto, la disciplina era completada por el Ente de Calificación Cinematográfica (con la peculiar figura de Miguel Paulino Tato y sus sucesores).

Las películas buscaban mostrar una Argentina de pie ante el mundo en donde la familia, la madre, la iglesia, la patria, la bandera, la amistad y las fuerzas del orden debían ser lo primero ante todo. Palito Ortega se acopló gustoso a esa mediocridad con películas cercanas a lo deplorable como Dos locos del aire (1976) y Brigada en acción (1977).

Por otro lado, no debemos olvidar que también existió, por parte de algunos cineastas, el intento de denunciar la situación que se vivía en la Argentina. Mediante un estilo metafórico, el encierro, las desapariciones y el miedo lograron una representación en clave. Fue así como José Martínez Suárez realizó Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976); Sergio Renán, Crecer de golpe (1977), con libro de Haroldo Conti; y Alejandro Doria, La isla (1979) y Los miedos (1980). Por su parte, Adolfo Aristarain realizó dos films que posteriormente lo consagrarían como uno de los directores más importantes de los años 80: Tiempo de revancha (1981) –la rebelión de un individuo ante una gran corporación puede proyectarse a la relación con un Estado policial– y Últimos días de la víctima (1982), alusión al ocaso del gobierno militar.

Detrás del pomposo título de “Interventor del “Ente de Calificación Cinematográfico”, se encontraba agazapado el personaje más nefasto que recuerda la historia del arte. Miguel Paulino Tato, alias el “señor tijeras”, declarado nazi y racista, fue el responsable de más de 300 prohibiciones, sin hablar de los recortes de segmentos enteros de escenas, muchos de ellos de gran sutileza artística que aquel palurdo era incapaz de apreciar.


                                      Miguel Paulino Tato (1902-1986)

Ante la mirada de aprobación de los uniformados y de la jerarquía eclesiástica, películas como Novecento, Regreso sin Gloria, La Naranja Mecánica y Último Tango en París, debieron esperar el regreso de la democracia para que el público argentino las gozara. Sin embargo, los militares y sus familiares no se privaron de estas obras que retaceaban al resto de la sociedad. Hipócritamente y con curiosidad morbosa las disfrutaban en una sala de conferencias del Ministerio de Guerra. Los porteños tenían que conformarse con cruzar en manada el Río de la Plata y verlas en las salas de Montevideo.

Alfonsín, al asumir en el gobierno, suprimió toda censura en el arte y Tato pasó al merecido ostracismo de los despreciables. La producción cinematográfica al término de la dictadura había caído a menos de 20 películas por año, cuando a partir del 2012 se hicieron más de 100.

Con el gobierno actual del Presidente Macri, la censura es más sutil y se basa en retacearle  apoyo y fomento a la industria cinematográfica, política que se extiende a todas las ramas del arte y la cultura.

Luciano Monteagudo. Prohibido prohibir en democracia. Página 12, 10/12/2008.
Hernán Invernizzi. Cines rigurosamente vigilados. Buenos Aires Capital Intelectual 2014.
1955-1958. La cultura en años de incertidumbre. La Nación 19/12/2004.
Los artistas que enfrentaron a los gobiernos. Perfil.com Política. 19/04/2016. http://www.perfil.com/politica/Los-artistas-que-enfrentaron-a-los-gobiernos--20130108-0008.html
Diego Curubeto. Sin tetas no hay paraíso. Página 12, Radar 24/01/2010.
Gustavo Catagna. Armando Bó e Isabel Sarli El buen salvaje y la mujer codiciada.


domingo, 19 de febrero de 2017

LA GUERRA DEL FIN DEL MUNDO

La guerra del fin del mundo, es el nombre del libro homónimo que en 1981 escribió el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. La obra está considerada como una de los mejores relatos del escritor, un hito fundamental en la historia mundial de la novela. Quien empieza a leerla queda atrapado a tal punto que necesita llegar a la última página, para poder cerrar el libro.
                                Mario Vargas Llosa

Después, Vargas Llosa derrapó en forma inexplicable hacia una lamentable derecha ultramontana y a partir de entonces su estilo literario perdió frescura y el lector debe hacer un esfuerzo para alcanzar la última página de la mayoría de sus obras posteriores.

Canudos
El relato está basado en un episodio real que ocurrió en 1897 en un poblado situado al nordeste del estado de Bahía en Brasil, en pleno sertón o desierto brasileño, azotado por la sequía y los vientos. Al principio el poblado era un rejunte de pocos ranchos hasta que llegó allí uno de esos personajes que tienen una fuerza interior y una capacidad de convocatoria que los hace únicos entre los demás seres humanos.

Así lo describe Vargas Llosa y es la forma en que inicia su novela: “El hombre era alto y tan flaco que parecía siempre de perfil. Su piel era oscura, sus huesos prominentes y sus ojos ardían con fuego perpetuo. Era imposible saber su edad, su procedencia, su historia, pero algo había en su facha tranquila, en sus costumbres frugales, en su imperturbable seriedad que, aún antes de que diera consejos, atraía a las gentes”. En la descripción, a Vargas Llosa se le escapa agregar que aquel forastero tenía una espesa barba negra como el carbón que le ocultaba gran parte del rostro y le llegaba hasta la mitad del pecho.

En realidad, este personaje que fue el organizador y promotor de la llamada guerra de Canudos, y que constituye el eje central de la novela, no era tan desconocido como lo pintó Vargas Llosa. El hombre tenía sus antecedentes, se llamaba Antonio Vicente Méndez Maciel y cuando llegó a Canudos tenía alrededor de 60 años. 

A pesar de provenir de una familia de pastores de ovejas que sufrieron la explotación del terrateniente local, Méndez Maciel alcanzó un excelente grado de educación y logró dominar varios idiomas. Se desempeñó como vendedor ambulante y llevó una vida convencional hasta que su mujer lo abandonó seducida por un oficial del ejército.

Desde entonces comenzó a vagar por el sertón sin rumbo fijo hasta recalar en Canudos. Su verdadero nombre y su pasado ya no importaron más, porque se había transformado en otro ser y solo se lo conoció como el “Consejero”. Cuando llegó a Canudos se estableció definitivamente y se puede afirmar que fue el fundador del pueblo ya que debido a su magnetismo y su oratoria afluyeron numerosos habitantes de aldeas vecinas y la población que en su origen contaba con unos pocos centenares de habitantes alcanzó los 25.000 en el momento en que se inició la guerra.

El Consejero

                             El Consejero, boceto anónimo

El Consejero estaba siempre rodeado por un grupo de personajes variopintos que le eran incondicionales y entre ellos figuraban los cangaceiros o bandidos del sertón. Hombres curtidos y despiadados que vivían del saqueo y estaban acostumbrados a todo tipo de enfrentamientos con las autoridades, pero que quedaron subyugados por el Consejero. Éste los dominó con su personalidad y los puso a su servicio, transformándolos en un elemento imprescindible en las futuras guerras con el gobierno. A este conjunto humano la historia y Vargas Llosa los denominó “yagunzos”, término que se extendió a todos los habitantes de Canudos. Cualquier contacto y conversación entre los yagunzos se iniciaba con el siguiente saludo: “Alabado sea el buen Jesús Consejero”.

 Los cangaceiros por sus tácticas y conocimiento de la región fueron fundamentales en la guerra de Canudos

El Consejero declaró la República de Canudos, estableció un sistema socio económico de estilo comunista, con fuerte impronta místico religiosa. Abolió el matrimonio civil, la moneda oficial fue reemplazada por el trueque y estableció una moral rígida prohibiendo las tavernas, el consumo de bebidas alcohólicas y la prostitución. Muchos esclavos y campesinos explotados por los terratenientes escaparon de sus amos y se asentaron en Canudos. La gota que derramó el vaso fue la orden del Consejero de no pagar los impuestos.


José Wilker como El Consejero en la película Canudos dirigida por Sergio Resende (1997)

El gobierno central que hacía poco se había desprendido de la monarquía para constituir la República de Brasil, consideró a los sucesos de Canudos como una amenaza a su autoridad. Además, los grandes hacendados influenciaron con sus quejas para que se tomaran medidas drásticas contra el Consejero y sus fanáticos seguidores. Si el gobierno pensó que sería fácil eliminar este movimiento subversivo se equivocó totalmente como se verá a continuación.

Guerra de Canudos
Primera expedición. El 24 de noviembre de 1896 se lanzó la primera expedición militar, bajo el mando del Teniente Manuel da Silva Pires Ferreira. El Consejero en sus sermones había profetizado que las fuerzas del “Perro” vendrían a prenderlo y pasarían a cuchillo a sus habitantes. 
En realidad la orden que tenía el teniente era arrestar a ese cabecilla mesiánico y para cumplirla se dirigió hacia Canudos con una compañía del Noveno Batallón de Infantería de Bahía, algo más de 100 hombres. Cifra más que suficiente para arrestar a ese loco, pero no para combatir a los yagunzos que en forma incondicional y entusiasta estaban a su servicio.

La noche anterior al encuentro, el Consejero dio un sermón electrizante y antes de que despuntara el alba, un grupo numeroso de pobladores con los cangaceiros a la cabeza salieron a enfrentar al “demonio” o a los “perros”. Poseían muy pocas armas de fuego y la gran mayoría portaba, cuchillos, hoces, machetes, hondas, ballestas de cacería, palos y piedras.

Caminaron 10 leguas cantando, rezando y vitoreando a Dios y al Consejero. Parecían más una multitud festiva o una procesión religiosa que una fuerza combatiente, hasta que enfrentaron a la compañía que se había atrincherado en el pueblo vecino. 

Los somnolientos soldados, después de 12 días de marcha, no entendían lo que pasaba ni los cánticos que los despertaban, pero en cuanto lograron recuperarse, como estaban armados hicieron estragos en las primeras filas de los rebeldes. Estos no retrocedieron ni un instante y terminaron poniendo en fuga a los uniformados que abandonaron sus armas y desalados se dispersaron a campo traviesa.

Un día y medio después de desandar las 10 leguas los yagunzos entraron al pueblo dando vivas al Consejero y aplaudidos por el resto de los habitantes.

Segunda expedición. Tres meses después del final catastrófico de la primera expedición, se lanzó una segunda como más de 600 efectivos, dos cañones Krupp y dos ametralladoras, al mando del Mayor Febronio de Brito. Cuando llegaron al pueblo de Queimada donde hicieron un alto, realizaron un desfile militar frente a la plaza, seguido del discurso de bienvenida del alcalde. Espías del Consejero partieron hacia Canudos para brindar todos los detalles de la nueva expedición.

Antes de llegar a Canudos, la falta de alimentos en la tropa se agudizó y debieron sacrificar los animales de arrastre. Los yagunzos le salieron al encuentro en una zona montañosa y se produjo una encarnizada lucha donde las ametralladoras y los cañones Krupp redujeron los yagunzos a la mitad.

Al caer la noche los soldados estaban rendidos pero alegres, pensando que al día siguiente ingresarían en Canudos y terminarían con este azote. Febronio de Brito decidió acampar en un valle. Pero al poco tiempo, mientras pasaban revista de muertos y heridos y aún se estaban incorporando soldados de la retaguardia, les cayó encima un alud de hombres y mujeres de todas las edades que estaban en condiciones de pelear. A los gritos de perros, infieles y masones, atacaron a la expedición desde diversos ángulos con todo tipo de armas.

La fuerza de Febronio de Brito se desparramó en estampida en todas direcciones, dejando en el terreno partes del uniforme, objetos personales y las armas, que fueron recolectadas por los yagunzos. Los cañones Krupp fueron arrancados de sus cureñas y arrastrados a Canudos para fundirlos.

Tercera expedición. En marzo de 1897 se lanzó la tercera expedición, esta vez de 1400 hombres y comandada por el Coronel Moreira César, hombre altivo y presuntuoso, totalmente convencido que la campaña sería rápida. No podía entender las derrotas anteriores a manos de un grupo de andrajosos, pésimamente armados. En Queimada, el paso obligado para llegar a Canudos, se presentaron ante el coronel el Teniente Pires Ferreira y el Mayor Febronio de Brito. Ambos se ofrecieron a integrar el Séptimo Regimiento. Moreira César los miró con desprecio y dirigiéndose al Mayor lo acusó de haberse hecho derrotar como un novato y los mandó a la retaguardia a encargarse de los enfermos y del ganado.


                    Coronel Antonio Moreira Cesar

Cuando el regimiento alcanzó la cumbre de una sierra, los soldados vieron por fin a Canudos en un pequeño valle. Los cañones Krupp comenzaron a bombardear la ciudad y varias casas estallaron en llamaradas. La tropa descendió la colina y en el instante en que se aprestó a vadear el río recibió una descarga de los yagunzos camuflados entre piedras y arbustos que hizo estragos en la avanzada. Comenzó una lucha cuerpo a cuerpo y finalmente los soldados ingresaron al pueblo matando habitantes e incendiando las casas. Realizaron tres cargas de infantería y caballería, pero las tres veces fueron rechazados por los pobladores. Mientras Moreira César agonizaba con el abdomen destrozado por un proyectil, sus subalternos dieron la orden de retirada.

El regimiento perdió más de 300 hombres y decenas de oficiales masacrados. Los sobrevivientes llegaron al próximo pueblo semidesnudos, desvariando por la sed y la fatiga y sin sus armas que quedaron esparcidas en el campo de batalla. Fue todo lo que quedó del Séptimo Regimiento.

Cuarta expedición. A esta altura de los acontecimientos, Canudos figuraba en la primera plana de todos los diarios y en Brasil no se hablaba de otra cosa que de ese grupo de bandidos y desarrapados fanáticos que habían derrotado a tres expediciones militares. Voces de alarma clamaban que la república estaba en peligro, que el ejército estaba constituido por principiantes y que había que limpiar las afrentas recibidas o ese flagelo se extendería como una marea por el resto del territorio.
La cuarta expedición se diseñó con la ayuda de un gabinete de Guerra y al comando de la misma el gobierno designó al General Arthur Oscar de Andrade Guimarães e incluyó la participación directa del Ministro de Guerra, quien se estableció en Monte Santo, un pueblo vecino de Canudos.

                                 General Arthur Oscar de Andrade Guimarães
La expedición estaba constituida por tres brigadas, ocho batallones de infantería y dos de artillería, morteros y numerosos cañones, entre ellos uno gigantesco llamado “La Matadeira”, que necesitaba ser tirado por una larga yunta de bueyes. Esta fuerza de tres mil hombres comenzó a desplazarse penosamente hacia Canudos. A la espera del ataque, los yagunzos no la estaban pasando nada bien, el hambre, la desnutrición, las fuertes pérdidas sufridas en los ataques anteriores y la escasa disponibilidad de armas de fuego los colocaba en una situación muy desequilibrada para enfrentar al enemigo.
La población debió soportar un bombardeo devastador y resistió numerosos ataques de la infantería y caballería hasta que al cabo de 35 días de lucha, las fuerzas del gobierno, después de sufrir cientos de bajas, tomaron control de Canudos.

La mayoría de los hombres fueron degollados, las mujeres violadas antes de matarlas y las de mejor apariencia física fueron enviadas a engrosar los burdeles de El Salvador. El Consejero había muerto unos días antes de disentería, pero una vez ubicada su sepultura lo desenterraron y su cabeza, colocada en el extremo de una pica, fue paseada triunfalmente hasta la capital de la provincia.
La guerra de Canudos había durado poco menos de once meses, desde el 24 de noviembre de 1986 hasta el 2 de octubre de 1897. Solo sobrevivieron 150 yagunzos quienes estaban convencidos de que el Consejero había subido a los cielos de las manos de dos arcángeles.

Mario Vargas Llosa. La guerra del fin del mundo. Seix Barral, Buenos Aires 1981.
War of Canudos. Wikipedia, the free Encyclopedia.
Jorge de Gregorio. Brasil para todos. Guerra de Canudos. http://culturabrasilera.blogspot.com.ar/2009/07/historia-guerra-de-canudos.html



domingo, 12 de febrero de 2017

EL CONCILIO CADAVÉRICO

                                  Museo de Bellas Artes de Nantes

La ciudad de Nantes en la zona del Loire posee un importante Museo de Bellas Artes y el observador sagaz que recorra sus obras, detectará una que le llamará la atención. El cuadro muestra tres personajes con atuendo medieval, concretamente del siglo IX. En el extremo izquierdo se encuentra un hombre que lleva hábito correspondiente al cargo de Sumo Pontífice quien con gesto airado, cargado de odio, señala con brazo acusador a otro personaje también con hábito papal. Éste está sentado en un trono situado sobre un podio y debajo de una cruz que cuelga de la pared de la nave principal de la basílica San Juan de Letrán en Roma.

Entre ambos personajes y detrás de un atril se encuentra un hombre con atuendo sacerdotal negro que contrasta con la pompa de los dos papas. Está escuchando atentamente el discurso del pontífice acusador y toda la escena indica que se trata de un juicio. Pero lo que llama la atención del observador es el rostro del acusado. En realidad no es un rostro, sino un cráneo cubierto con lo que queda de piel, y no se trata de un muerto reciente, más bien da la impresión de que hacía tiempo que había pasado al otro mundo, y para ser preciso, alrededor de nueve meses.

               El concilio cadavérico por Jean Paul Laurens

Podemos imaginar el hedor insoportable del ambiente y la desesperación del pobre sacerdote, que haciendo el papel de juez, no vería el momento de acabar con el proceso. Más alejados del pestilente vaho, el cuadro muestra  varias filas de prelados observando aquel juicio macabro.

Formoso, obispo de Portus, una localidad portuaria vecina a Roma fue elegido papa en el año 891. Aparentemente su ascenso al trono de San Pedro empezó con el pie izquierdo ya que, en aquellos tiempos, para ser elegido papa era necesario pertenecer a una de las diócesis de Roma. Al año siguiente de su reinado, fue presionado por Guido de Spoleto, rey de Italia y Emperador Carolingio para que coronara a su hijo Lamberto. Eran los tiempos en que se hacía imprescindible para un gobernante ser ungido por el papa de turno para tener la adecuada legitimidad.

El caso es que Formoso detestaba a todos los Spoleto, a quienes consideraba muy malos cristianos, pero contra sus deseos, debió trasladarse a Rávena para coronar a Lamberto. El desquite le llegó cuando murió Guido y el papa convenció al rey alemán Arnulfo de Carintia para que destituyera a Lamberto. Arnulfo atravesó lo Alpes y asaltó Roma en febrero de 896 y los Spoleto y sus secuaces escaparon al ver el poderoso ejército germano.

Arnulfo fue coronado emperador por Formoso en el atrio de la antigua basílica de San Pedro. Ese mismo año retornó a Alemania dejando al papa vulnerable ante los Spoleto, quienes regresaron a Roma para recuperar el poder. 

La historia no precisa si en abril de 896 Formoso murió por envenenamiento o fue directamente apuñalado por los Spoleto y según la costumbre fue enterrado junto con los papas anteriores en el atrio de la Basílica de San Pedro.
Después de un corto interregno del papa Bonifacio VI, subió al papado Esteban VI quien inmediatamente fue presionado por Lamberto y su madre Ageltruda, de fuerte carácter y enrome influencia sobre su hijo, para que iniciara un juicio post mortem contra Formoso. El objetivo era producir un fuerte escarmiento para que los papas no se entrometieran con el poder imperial, por lo tanto el juicio, cuyo resultado ya estaba decidido de antemano, como sucede hoy día en nuestro país, debía ser ejemplar. 

Se decidió por la pena cruel de los antiguos romanos llamada “damnatio memoriae”, que equivalía a que el personaje desapareciera de la historia junto con sus escritos, sus decretos y sus ordenaciones.

Formoso fue desenterrado, vestido con ropas papales y sentado en la sala del juicio. Le colocaron la mitra sobre la cabeza mientras algún gusano sorprendido se asomaba por las cuencas vacías. Pese al hedor insoportable que invadía la sala, el proceso duró dos horas donde el sacerdote que se desempeñó como abogado del muerto, realizó una excelente tarea. Pero todo fue inútil, la sentencia estaba decidida a priori.

Formoso fue despojado de todas sus ropas, le cortaron los 3 dedos, o lo que quedaba de ellos con los que solía bendecir a la gente, y lo arrojaron a una fosa común. No contentos con esto, algunos familiares Spoleto desenterraron el cadáver y lo arrojaron al Tíber.

El papa Esteban VI no terminó bien, Formoso era muy querido y tenía muchos partidarios, quienes un tiempo después, ingresaron en San Pedro capturaron al papa y lo asesinaron en una mazmorra.

A veces pienso cuanto valor puede adquirir una pintura cuando se conoce el contexto que la rodea. Jean Paul Laurens realizó esta obra en 1870 con lo cual Formoso no desapareció de la historia como deseaban los Spoleto.


                        Jean Paul Laurens (1838-1921), Autorretrato

Juan Vila. El famoso Concilio Cadavérico. Amantes de la historia 24,10,2014. http://amantesdelahistoria-aliado.blogspot.com.ar/2014/10/el-famoso-concilio-cadaverico.html
Henning Mankell. Arenas Movedizas, El cadáver en el banquillo de los acusados. Tusquets, Buenos Aires 2015.
Jean-Paul Laurens.


sábado, 4 de febrero de 2017

ALTIBAJOS EN LA INFORMACIÓN MÉDICA

Es indudable que en el caso de las ciencias médicas, toda investigación realizada a nivel experimental o clínico, necesita ser difundida con el objeto de informar el nuevo avance o hallazgo, para conocimiento de los demás investigadores y de los profesionales médicos.

Este artículo tiene por objeto analizar algunos aspectos negativos de las publicaciones científicas, que consisten en información agobiante, de escasa o nula utilidad, tendenciosa y en muchos casos respondiendo a los intereses de la industria farmacéutica.

La desbordante producción científica
Las primeras revistas científicas surgieron en el siglo XVII y fueron solo 2, una francesa el Journal des Savants y una inglesa la Philosophical Transactions of the Royal Society. Con el transcurso de las décadas, el número fue aumentando y últimamente alcanzó un ritmo de 3,5 nuevas publicaciones por año.

En la actualidad existen más de 25.000 revistas científicas, de las cuales alrededor de 6000 están abocadas al campo de la medicina y ciencias biológicas, que desde 1940 aproximadamente publicaron más de veinte millones de artículos. Si nos restringimos a la disciplina de la cardiología, vemos que existen más de cien publicaciones sobre la especialidad y son numerosas las que solo tratan aspectos específicos. Es así que nos encontramos con revistas dedicadas exclusivamente a la hipertensión arterial, la insuficiencia cardíaca, la cirugía, los estudios por imágenes, el electrocardiograma, o el colesterol, para citar algunos ejemplos.

El médico se encuentra ante una oferta exuberante de artículos, donde el exceso de información termina produciendo desinformación.


Utilidad de los estudios publicados
Es ocioso señalar, que dentro de esta enorme producción científica hay trabajos excelentes, buenos, regulares y malos. La validez de un estudio se mide por los siguientes parámetros:
  • La calidad de la metodología empleada.
  • El aporte novedoso o la utilidad que ofrece a la sociedad.
  • El número de pacientes incorporados en el protocolo (no es lo mismo un estudio sobre 20 pacientes que uno que incluye a 500 o más casos).
  • La independencia de los autores respecto de la industria farmacéutica.
Este último aspecto es relevante porque las compañías farmacéuticas patrocinan muchas investigaciones y no solo promocionan sus fármacos sino también las enfermedades que puedan ser tratadas con sus productos. En este aspecto siguen la lógica comercial de cualquier empresa que es crear una demanda para satisfacer una necesidad.

Richard Smith fue, durante 13 años, director del British Medical Journal, una prestigiosa publicación de medicina. Durante ese período, además de ser uno de los primeros promotores de la edición electrónica de la revista, se preocupó para que mantuviera un nivel de excelencia científica, junto con la amenidad de sus contenidos. Su experiencia lo califica para expresar juicios sobre los manuscritos que se publican y una de sus sentencias es lapidaria. Smith sostiene que de los miles y miles de estudios originales que figuran en las revistas, solo el 1% aproximadamente es a la vez válido y relevante para los profesionales médicos.

Presión para publicar
El jefe de un departamento médico, cualquiera sea la especialidad, es evaluado por la universidad a la que pertenece, a través de diversos parámetros que determinan su nivel de desempeño. Uno de estos parámetros es el número de manuscritos publicados. Si el rendimiento anual fue de 3 o 4, corre serio peligro de ser reemplazado en el cargo.

Por lo tanto, está obligado a producir el mayor número de trabajos científicos. Esto significa que no produce estudios en forma espontánea sino bajo presión, lo que impacta en la calidad de las publicaciones.

Se puede citar el ejemplo del doctor FV, un reconocido cardiólogo de un prestigioso centro de Estados Unidos. FV es uno de los más prolíficos ya que publica un promedio de 50 trabajos por año, lo que implica dedicar 8 horas diarias todos los días hábiles para producir un estudio por semana. 

Esto es imposible porque FV debe atender funciones administrativas, asistenciales y ateneos del servicio. Como se ha transformado en un referente importante de la cardiología, una parte sustancial de su tiempo la agota asistiendo a prácticamente la mayoría de los eventos sobre la especialidad que anualmente tienen lugar en su país y en el mundo, donde es invitado y debe preparar sus conferencias. FV logra este sorprendente rendimiento de la siguiente forma: distribuye las distintas líneas de investigaciones entre los miembros de su equipo, quienes a su vez hacen trabajar a los residentes.

El resultado es que se pueden contar con los dedos de una mano las publicaciones cuya información es de aplicación útil para el cardiólogo que las lee. Es probable que algunos de sus trabajos serían rechazados si estuvieran firmados por un investigador poco o nada conocido, pero como se trata de FV, el comité de evaluación de la correspondiente revista que recibe su manuscrito, lo evalúa con ligereza y lo aprueba.

Otra forma de incrementar el número de publicaciones es recurrir a los “refritos”, es decir que a un trabajo que ya fue publicado en una revista, se le cambia el título, se modifica el texto y si es posible se aumenta el número de casos y se lo envía a otra revista.

También están de moda los llamados “metaanálisis”. Se trata de hacer una tarea de búsqueda sobre todas la publicaciones que se realizaron sobre un determinado medicamento, sumar los resultados y definir su eficacia, seguridad y tolerabilidad. Quienes realizan el metaanálisis no aportan novedad alguna, se limitan exclusivamente a una actividad de pesquisa y el resultado tiene valor cuando los estudios incluidos fueron sometidos a una selección exigente basada en la calidad de la metodología y el número de pacientes. Si un metanálisis incluyó estudios donde hay gran disparidad de casos, o distintos criterios metodológicos, los resultados tendrán un valor muy relativo.

Los antiestudios
Se me ocurre llamar así a las publicaciones que no solo son inútiles, sino que también pueden ser perjudiciales para la sociedad.

En 1998 la prestigiosa revista inglesa The Lancet, publicó un artículo que demuestra, la ligereza con que los revisores científicos pueden evaluar un manuscrito incluso en revistas de ese calibre. El artículo que tenía la firma de Andrew Wakefield, junto con una docena de autores, denunciaba la aparición de 12 casos de niños que recibieron la triple vacuna (sarampión, paperas y rubéola) y presentaron un trastorno intestinal indefinido asociado con cuadros de autismo.

Si bien la publicación no establecía una relación de causa-efecto entre la vacuna y el autismo, el periodismo metió las narices y consideró que podía ser una “noticia bomba”. El resultado fue un descrédito por parte de un sector de la sociedad, hacia las vacunas en general. Se trataba a todas luces de un fenómeno casual y no causal y con el tiempo se supo que Wakefield, ocultó lo que se llama “conflicto de intereses”, o sea que recibió dinero de un grupo de padres para ver si existía alguna base científica que permitiera emprender acciones legales contra el laboratorio productor de la vacuna.

Al poco tiempo,diez de los trece actores se retractaron de la interpretación sobre una posible relación causal entre la vacuna y el autismo, pero a semejanza de la calumnia, una vez difundida la idea es muy difícil borrarla de la mente de las personas. La cruzada antivacunación se mantuvo en el tiempo y la consecuencia grave es que en los Estados Unidos aumentó en forma alarmante la tasa de niños no vacunados. Recién cuando se produzcan numerosas muertes por enfermedades que pudieron prevenirse con las vacunas, se logrará revertir esta histeria colectiva.

Veracidad de los estudios científicos
Han salido varias voces de alarma que cuestionan la veracidad de un número importante de estudios científicos. Por ahora la balanza entre el aporte útil y veraz de las publicaciones científicas y la producción falsa o irrelevante, parece inclinarse a favor del primer platillo. Sin embargo es innegable que existe demasiada investigación superflua, confusa e inservible. También existen sospechas fundadas de que los resultados de muchos trabajos, especialmente aquellos patrocinados por la industria farmacéutica, exageraron las ventajas y minimizaron los efectos adversos de un determinado fármaco.

El epidemiólogo griego John P. A. Ioannidis en el número de agosto de 2005 de la revista PLoS Medicine, fue contundente al sentenciar que la mayoría de los hallazgos biomédicos son decididamente falsos.

Esta situación difícilmente se revierta mientras exista un exceso de producción de artículos, producto de la vanidad de algunos para adquirir renombre o de la presión a que son sometidos otros por la institución a la que pertenecen o por la influencia de la omnipotente industria farmacéutica.

Gonzalo Casino. Escepticemia. Cuaderno 34 de la Fundación Antonio Esteve.


Smith R. Problems with peer review and alternatives. Br Med J (Clin Res Ed). 1988;296:774-7.

Wakefield AJ. MMR vaccination and autism. Lancet. 1999;354:949-50.