La
participación de los judíos en el tango es un fenómeno poco conocido a pesar de
que se trató de un aporte fecundo, a tal punto que existen al menos dos libros
relacionados con este tema: Tango judío
de Julio Nudler y Crónica de los judíos
en el tango de José Judkovski, quien además tiene en la radio Jai el programa “Buenos Aires fervor y
tango”, los domingos de 10 a 12 horas.
De
estas fuentes obtuve la información para la confección de este artículo. Como
son tantos los aportes de judíos a la música ciudadana fue imprescindible hacer
una selección, desde ya arbitraria.
VIOLINISTAS
Hay
más de treinta violinistas judíos que participaron en orquestas de tango, porque
es el instrumento más afín en esa comunidad y existen varias razones que
explican este fenómeno. Todos estos personajes eran inmigrantes e hijos de
inmigrantes y provenían en su mayoría de Europa del Este y de Rusia,
principalmente Odesa. Vinieron con la tradición del violín heredada a lo largo
de generaciones.
Se
acepta que este instrumento fue inventado en la región de Brescia por Gasparo
da Saló, un judío sefardí escapado de la Inquisición española. De alguna forma,
la compleja artesanía de fabricar violines fue tomada por la familia Amati que
también estaba constituida por judíos sefardíes de la ciudad de Cremona. Ellos
inspiraron a Antonio Stradivari que los perfeccionó y los hizo insuperables.
Otra
razón para la preferencia del violín es su reducido tamaño y huir de la
persecución de un pogromo con un violín es mucho más práctico que hacerlo con
un piano.
Raúl Kaplún
Raúl
Kaplún (1910-1990)
Su
padre era un inmigrante venido de Besarabia que se ganaba la vida vendiendo
sombreros y gorras que llevaba en una cesta de mimbre. A pesar de la estrechez
económica, la familia se las arregló para que Raúl estudiara violín desde la
infancia. Cuando terminó el colegio primario se presentó a un aviso del diario
que pedía violinista. Los examinadores lo miraron con sorpresa no exenta de
sorna, era por lejos el más joven de los veinte postulantes que se habían
presentado, pero cuando lo oyeron tocar ganó el puesto.
Así
comenzó a acompañar las películas mudas en diversos cines de la ciudad y
formando parte del cuarteto del pianista Armando Baliotti, estrenaron el tango Esta noche me emborracho de Discépolo.
Gran
parte de los violinistas de entonces no estaban a la altura de lo que el tango
empezaba a exigir y esa fue la oportunidad de Kaplún quien se adaptó
rápidamente a los requerimientos de los arreglos del violinista Argentino
Liborio Galván. El primero de estos arreglos lo ejecutó en 1937 con la orquesta
de Miguel Caló y según Gobello, el dúo Galván Kaplún dio origen a la escuela de
virtuosismo de violín en el tango. El otro arreglador es Julio Ceitlin, también
judío quien provenía de la escuela de Julio de Caro. Como compositor se le debe
a Julio Ceitlin la autoría, junto con Armando Ziella, del hermoso tango “Estaño”.
Después
de participar durante un tiempo en la orquesta de Lucio Demare, Kaplún formó en
1946 su propio conjunto y en ella debutó como cantante Roberto Goyeneche que
solo tenía 18 años de edad con el tango Corrientes
y Esmeralda.
Antiperonista
acérrimo fue excluido de la radio por el régimen y disolvió su orquesta en
1952.
Szymsia Bajour
Szymsia
Bajour (1928-2005)
Diez
y ocho años después que naciera Raúl Kaplún vino al mundo Szymsia Bajour y si
bien entre ellos hubo poco o ningún contacto, sus vidas tuvieron
características similares. A semejanza de Kaplún, Szymsia provenía de una
familia muy humilde y a la edad de 12 años, leyendo un aviso en el diario se
presentó a una prueba para integrar un conjunto tanguero. “Pibe, tóquese algo,
le dijeron”. Bastante amilanado Bajour interpretó una pieza de Prokoief,
mientras los examinadores lo contemplaban azorados. Fue inmediatamente aceptado
y debutó en un club de barrio durante los bailes de carnaval.
Así
comenzó quien sería uno de los más eximios violinistas en la historia del tango
y de la música clásica, tanto a nivel nacional como internacional. Esto lo
logró en base a dos premisas: la práctica intensa del violín y la búsqueda de
la excelencia. Para Bajour no existía música mayor o menor, solo había buena o
mala; lo popular y lo clásico se tenían que tocar con la misma exigencia.
Practicaba
en todos los momentos que tenía libre, incluyendo durante los intervalos en los
cabarets. A veces en el Tibidabo, Aníbal Troilo lo descubría en los ejercicios
y se sentaba a escucharlo y Barouj le regalaba pasajes de sonatas o conciertos
y el gordo se emocionaba hasta las lágrimas.
Su
profesionalismo determinó que lo contrataran las mejores orquestas y así pasó
por los conjuntos de Pedro Maffia, Aníbal Troilo, Edgardo Donato, Miguel Caló,
Joaquín Do Reyes, Atilio Stampone, Leopoldo Federico, Florindo Sassone, Miguel
Nijensohn, Carlos Di Sarli, Osvaldo Pugliese y Astor Piazzolla.
Siguiendo
con la premisa de que no existía música mayor o menor, solo buena o mala,
integró el grupo de primeros violines de la Sinfónica Nacional y fue concertino
de las siguientes sinfónicas: Nacional de Cuba, Universidad de San Juan,
Nacional de México y Universidad de Veracruz, México. Su ida a México ocurrió
cuando estaba en el quinteto de Piazzolla y éste, con su carácter tan especial
y su intolerancia, jamás se lo perdonó y lo que
había sido una entrañable amistad, se convirtió en un distanciamiento absoluto.
De
su escuela de violín salieron grandes intérpretes y dictó cursos de
perfeccionamiento violinístico en Argentina, América Latina, Europa y Estados
Unidos.
Aquel
que señaló: “Lo popular jamás debe perder rigor estético. La belleza no tiene
fronteras ni clases sociales que puedan adueñarse. Solo es…belleza”, falleció
el 24 de febrero de 2005.
ARTURO
BERNSTEIN.
Arturo Berstein (1882-1935)
Arturo no fue un personaje sobresaliente pese a ser
considerado uno de los mejores bandoneonistas de la Guardia Vieja. En ese
sentido Arolas y Greco fueron mucho más populares que él, sin embargo
técnicamente era el mejor. Solía interpretar con su bandoneón música clásica,
trozos de ópera y de opereta.
Fue uno de los primeros en trabajar con partituras y a Ernesto
Ponzio, el compositor de Don Juan,
cuando le preguntaron qué orquesta había tocado en un salón de Barracas
manifestó “si los cosos tocan con el papelito es la orquesta del Alemán”, que
así se lo llamaba a Berstein, pero su mayor aporte no fue como intérprete ni
como compositor sino por haber establecido la primera escuela sobre la técnica
y el empleo del bandoneón.
Era la época en que este instrumento empezaba a
desplazar a la flauta, pero no había profesores del fuelle y Bernstein llenó
ese vacío. Destacados bandoneonistas salieron de sus aulas y cuando hablaban de
su maestro solían decir: “Berstein nos insistía que la técnica tiene que primar
sobre la emoción. Ésta sirve para la composición, pero no para la
interpretación, que tiene que ser
técnicamente perfecta”. De su escuela salieron figuras como Luis Petruccelli,
Carlos Marcucci, Pedro Maffia, Nicolás Pepe, etc.
EL GRAN MAX
Mordejai David Glcksmann (1875.1946)
A
mediados de 1890 llegó al puerto de Buenos Aires, proveniente Ucrania, un joven
de 15 años llamado Mordejai David Glucksmann. Se instaló en el barrio de la
Boca y pronto demostró su gran espíritu emprendedor y su habilidad para los
negocios.
Dos
años después de su llegada había aprendido la técnica de la fotografía, lo
suficiente como para instalar el primer laboratorio fotográfico en el Estado
Mayor del Ejército y gracias a sus fotografías se pudieron establecer los
límites fronterizos de nuestro país con Chile y Bolivia.
Para
entonces todos lo llamaban Don Max y en 1900, después de hacer ingresar al país
las primeras máquinas de cine y con la colaboración del fotógrafo Eugenio Py,
dieron comienzo a la cinematografía nacional con la película: La Bandera Argentina, seguida al poco
tiempo por Tango Argentino. En 1914
produjo el primer largometraje argentino: Amalia,
basado en la novela de José Mármol. Durante esos años fue el más importante
cineasta de América Latina y en poco tiempo era dueño de 100 salas
cinematográficas.
El
verdadero aporte a nuestra música ciudadana lo hizo a partir de 1925 cuando
creó los famosos Concursos Max Gluksmann,
que tenían por finalidad promover la creación de nuevos tangos. Estos eventos
duraron 5 años y aportaron al acervo tanguero destacadas piezas musicales como:
Organito de la tarde, Sentimiento Gaucho,
Senda Florida, Alma en pena y Duelo
criollo.
Como
si todo esto fuera poco instaló en 1919 la primera industria discográfica del
país. Su enorme capacidad para el trabajo, su ingenio creativo y su visión para
los negocios, que le permitieron ser pionero en tantos emprendimientos,
hicieron que este joven, que a los quince años bajó del barco sin un centavo,
lograse amasar una fortuna considerable.
Por entonces ya existía la revista Fortune que lo incluyó entre las
personalidades más ricas del continente americano.
Aquí se agrega una cualidad
más de Don Max: fue un gran filántropo que ayudó a muchas instituciones
dedicadas al bien común sin hacer reparos en sus características confesionales.
Falleció a los 71 años el 20 de octubre de 1946.
ISMAEL
SPITALNIK
Ismael Spitalnik (1919-1999)
Ismael Spitalnik siempre se presentó a sí mismo como un
arreglador, especialmente de Aníbal Troilo y pese a que casi no tuvo formación
musical, cuando uno escucha por ejemplo Cafetín
de Buenos Aires, La Perdida o San Pedro y San Pablo, que son arreglos de
Spitalnik, se percibe su talento en esta difícil ciencia de la música.
Nació en una casa muy humilde, laburadora y progresista, como
solía decir. Primero llegó la madre de Lituania, trabajó como un burro de carga
hasta que juntó el dinero para traer a su novio y tuvieron ocho hijos. Como
buenos anarquistas, nunca se
casaron, hasta que en ocasión de las bodas de oro, los nietos les pidieron que
formalizaran la relación.
Spitalnik fue el que le dio su amado bandoneón de toda la
vida a Troilo y le aconsejó que lo usara periódicamente porque de lo contrario
se deterioraría.
En una oportunidad Troilo
le mandó a Spitalnik una carta donde le agradeció el arreglo de Cafetín de Buenos Aires y le envió un
giro por 150 pesos.
Spitalnik participó como arreglador, como bandoneonista o
ambas cosas para las orquestas de Ángel D’Agostino, Juan Carlos Cobián, Aníbal
Troilo, Horacio Salgán y Osvaldo Pugliese. Finalmente logró formar su propia
orquesta llamada Septimino Bien Milonga
que tocó piezas bellísimas, fruto de sus arreglos.
El aporte de los judíos es mucho más vasto, pero por razones
de espacio tuve que hacer esta selección, que como toda síntesis no deja de ser
arbitraria.
Jose
Judkovski. Crónica de los judíos en el tango. Editorial Mila, Buenos Aires 2015.
Julio
Nudler. Tango judío. Editorial Sudamericana, Buenos Aires 1998.