En una nota periodística, Jorge Elbaum señaló el cuestionamiento que recientemente
sufrió el ex integrante de la Corte Suprema Raúl Eugenio Zaffaroni por las autoridades
de la DAIA. El motivo fue que el jurista comparó el Holocausto (Shoá) que
sufrieron los judíos durante la Segunda Guerra Mundial con el “genocidio por
goteo” que sufren los sectores populares en América latina desde hace siglos.
La declaración de la organización hebrea, que se considera autorreferencial de la
comunidad judía argentina –prerrogativa como mínimo inconsulta– calificó de
inaceptables las expresiones de Zaffaroni, al considerarlas una forma de
“banalización” de la Shoá.
La acusación realizada por la DAIA merecería la indiferencia –sobre todo
por el nivel de ignorancia que incluye– si no tuviera varias implicancias
necesarias de esclarecer: por un lado, el hecho de que Zaffaroni es el más
importante académico que ha trabajado temas relacionados con la discriminación
en nuestro país, y quien más aportó a la enseñanza y la difusión de la
problemática de la Shoá.
El comportamiento de la DAIA marca una vez más en qué medida ha desvirtuado
sus objetivos originales, para transformarse en una institución que coquetea
con factores de poder, ajenos a los intereses de la sociedad argentina y la
fracción judía de la misma. Zaffaroni fue atacado porque es un juez “hiperkirchnerista”,
prefijo que se le endilga a toda persona que no está contra el gobierno, pero
también fue un mensaje a la comunidad judía intentando mostrar que la DAIA aún
se interesa por la defensa del judaísmo. Una pantalla pobrísima que no alcanza
para tapar la inoperancia de la institución en el caso AMIA.
En el reciente acto del miércoles 21 de enero, tanto la AMIA como la DAIA,
no hicieron más que ratificar su desviado posicionamiento de los objetivos por
los que fueron creadas. La presencia en el acto de la calle Pasteur del pintoresco
y decadente arco opositor y la ausencia de representantes del gobierno, que
dicho sea de paso fue el único que activó las investigaciones del atentado a la
embajada y a la AMIA, mostró hacia qué lado tomaron partido estas
instituciones.
Julio Schlosser “reclamando justicia” en
el acto del 21 de enero
No es la primera actitud vergonzosa, las hubo peores y Mario Wainfeld nos
recuerda, en una de sus notas, el acto relativo al tercer aniversario del
atentado a la AMIA. Los asistentes se indignaron por la presencia de Corach y
otros funcionarios que asistieron en representación del gobierno de Menem, el
principal responsable en frenar la investigación de la causa. En esa ocasión
cuando le tocó el turno como orador a Rubén Beraja, entonces presidente de la
DAIA y titular de un banco en apuros, fue abucheado e insultado y muchos
asistentes le dieron la espalda, una escena inolvidable, un dictamen de la
concurrencia sobre el pacto entre DAIA-AMIA y el menemato. Como broche de oro
de mansedumbre y capitulación, la plana mayor de la DAIA con Beraja a la cabeza
fue más tarde a la Rosada para pedirle perdón a Menem.
Ruben Beraja cuando fue presidente de la
DAIA tomó partido por el gobierno de Menen en lugar de apoyar a los familiares.
Estuvo dos años preso acusado de liderar una asociación ilícita que causó perjuicios
millonarios a ahorristas e inversores. También se le imputa el manejo
discrecional de 298.600.000 dólares que el Banco Central le entregó a la
entidad en concepto de asistencia financiera.
Como bien señala Jorge Elbaum en su nota de Página 12, el ansia de
protagonismo, las características ideológicas de sus dirigentes y la ausencia
de los judíos progresistas, hicieron que la DAIA le diera la espalda a los
familiares de los muertos por el atentado. Actualmente solo agrupa a un
porcentaje minúsculo de los argentinos judíos.
Ignorados por estas instituciones, los familiares
formaron distintas agrupaciones. Las más críticas son Memoria Activa, 18
J y Apemia. Sus referentes más conocidos son Diana Malamud,
Sergio Burstein y Laura Ginsberg, respectivamente. Hace añares que no le creen
nada a Nisman. La opinión de estos grupos suele ser irrelevante para el periodismo hegemónico y en el reciente acto, tanto La Nación como el grupo Clarín solo destacaron los discursos de los presidentes de AMIA y DAIA.
Diana Malamud, Sergio Burstein y Laura Ginsberg dirigentes de Memoria Activa, 18 J y Apemia.
Sólo el veinte por ciento de la población judía forma parte del entramado institucional comunitario de la DAIA. La inmensa mayoría restante que incluye a estudiantes, científicos, académicos, profesionales de todas las disciplinas, artistas e industriales, no se siente representada por estas instituciones, que en el caso de la DAIA es una verdadera oligarquía, ya que solo 150 votantes eligen las autoridades que son 20 individuos sin relevancia en la sociedad. Ese grupúsculo de personas pretende representar a casi el medio millón de judíos del país.
Sorprende el pesar que sus autoridades dicen
manifestar por la muerte del fiscal Nisman, un personaje que mantuvo paralizada
durante años la investigación de la causa y que regresó súbitamente de Europa,
dejando a su hija en el aeropuerto, para fatigar incansablemente todos los
medios del grupo Clarín, acusando al gobierno de pactos secretos con Irán. Las
autoridades de la DAIA y de la AMIA, salieron a ensalzar a un individuo que
dado lo turbio y siniestro de los hechos que lo rodeaban, merecía que adoptaran
un compás de espera hasta que se aclarara el panorama de su muerte. Por el contrario vociferaron
justicia y a contramano de los familiares de los muertos por el atentado, posicionaron
a Nisman en el pedestal de los héroes. Su actitud no fue falta de prudencia,
sino la muestra clara de cómo estas instituciones perdieron el rumbo de sus
objetivos originales.
Durante gran parte del siglo XX, tanto la DAIA como la AMIA, estuvieron
bajo la dirección de laboristas y socialistas. Un factor desencadenante de su
origen fue defender a la comunidad judía contra las persecuciones de La Liga
Patriótica –financiada por la Sociedad Rural–, la Alianza Libertadora
Nacionalista, Tacuara y la aquiescente mirada del diario La Nación. Sus
dirigentes arriesgaban la vida al pedir explicaciones en comisarías o en
instituciones educativas donde sus hijos muchas veces eran acosados con
insultos antisemitas.
Sin embargo, como señala Elbaum, después de la década del 60 estas
organizaciones fueron mutando alejándose de sus ideas progresistas para
convertirse en una figura más aceptada (a veces “pintoresca”) en los círculos
del poder. Algunos de sus integrantes lograron ingresar al Jockey Club, la
misma institución que los excluyó y los humilló décadas antes y eufóricos, se
codearon con lo más rancio de la camarilla de empresarios gentiles.
Como lo señala Jorge Elbaum, con este viraje se colocaron en las antípodas
de Simón Radowitzky, Marcos Osatinsky, Juan Gelman, Bernardo Verbitsky, Raúl
Kossoy, Moisés Lebensohn, Elías Seman y tantos otros vinculados a las luchas
solidarias y justicieras del pueblo argentino. Más aún, esos nombres de judíos "subversivos" fueron sistemáticamente borrados de los anaqueles y de la memoria o
del conocimiento de la actual dirigencia. El solo hecho de difundir sus
biografías empezó a ser vivido con escozor y vergüenza. No se habla de ellos
porque no responden al modelo hegemónico actual.
La expresión más acabada de este giro ultraconservador se evidenció en los
años ’90, al igual que en gran parte de la sociedad argentina. El
neoliberalismo cambió la agenda de ambas entidades y el componente empresarial
desplazó a los “activistas sociales” característicos de las décadas anteriores.
El nuevo rol asumido implicó una avanzada desde donde articularse con el establishment
del sistema político local y con las corporaciones empresariales y políticas.
Las componendas entre José Beraja, el menemismo, la SIDE de entonces y
seguramente la CIA, se afanaron en tirar pistas falsas en relación con el
atentado. El resultado fue la separación del juez Galeano y los procesamientos
del ex presidente de la DAIA, del titular de la SIDE menemista, Anzorreguy, y
del Fino Palacios que era comisario de la Federal. Este último irrumpió años
más tarde como titular de la policía metropolitana del procesado Jefe de la
Ciudad y las escuchas telefónicas ilegales a familiares de la AMIA.
Juan Carlos Galeano, Hugo Anzorreguy y Jorge
“Fino” Palacios
La foto divulgada por la AMIA y la DAIA, referida al reciente acto en la
calle Pasteur, donde se hicieron presentes Ernesto Sanz, Julio Cobos, Francisco
de Narváez y Patricia Bullrich, la esencia de la mediocridad política argentina,
atestigua que el giro conservador fue eficiente. Lejos, muy lejos, quedaron las
imágenes de aquellos inmigrantes y sus hijos que colaboraron en la construcción
de un país en donde la solidaridad, la justicia social y la sensibilidad hacia
los marginados, eran principios esenciales de las cartas fundadoras de ambas
instituciones.
Mario
Wainfeld. La Historia y la Fábula, Página 12 18/01/2015.
Jorge
Elbaum. La DAIA y Zaffaroni. Página 12, 06/01/2015.
Jorge
Elbaum. La cooptación de las instituciones judías. Página 12, 24/01/2015.
Los
que nunca cejaron. Página 12, 18/01/2015.