La negación de la realidad
Existen
dos excelentes films de historia novelada, pero basados sobre datos reales en
cuanto a fechas y acontecimientos, que muestran la agobiante burocracia de
diversas instituciones de los Estados Unidos y la indiferencia del presidente
Ronald Reagan, quién por entonces habitaba la Casa Blanca, ante el crecimiento
y la gravedad de la enfermedad que hoy se conoce como SIDA (síndrome de
inmunodeficiencia adquirida).
En
1987, el periodista Randy Shilts publicó el libro Y la banda siguió tocando, que fue best seller y se tradujo a varios idiomas. Mientras lo escribía,
Shilts, que era homosexual, sospechaba que se había contagiado la enfermedad,
pero decidió no hacerse ningún estudio hasta no haber terminado su obra; quería
evitar cualquier influencia emocional en el texto. Murió 7 años después a la
edad de 43 debido a infecciones oportunistas provocadas por el SIDA.
Y la banda siguió tocando,
fue llevada a la pantalla en 1993 por el director Roger Spottiswoode y es un
excelente relato de la historia de la enfermedad en los Estados Unidos. El
personaje principal es el epidemiólogo Donald Francis quién se desempeñaba en
el CDC (Center of Disease Control and
Infection), en Atlanta, Georgia.
Izquierda: Donald Francis;
derecha: el personaje interpretado por el actor Matthew Modine en la película: Y la banda siguió tocando
En
1980 comenzaron a llegar a ese instituto informes de diversos hospitales del
país sobre pacientes que sufrían enfermedades infecciosas y tumorales de
extremada rareza, que sólo las padecen personas con el sistema inmunitario
destruido. Lo que llamó la atención al equipo del CDC fue que no había causa
previa que justificara la aniquilación devastadora del sistema inmunitario.
Hubo dos aspectos más que sorprendieron a Francis y sus colegas: todos los
pacientes eran homosexuales y la mortalidad era altísima, se podía afirmar que el
100% de los enfermos fallecía a corto plazo.
Al
principio los medios guardaron silencio, pero la multiplicación de los casos
obligó a que empezaran a surgir comentarios, muchos de ellos disparatados y
pronto se estigmatizó a la comunidad gay
como responsable de la diseminación de la enfermedad. Este fue un hecho
puramente circunstancial y se debió a que la primera persona (paciente 0), que
padeció SIDA era un comisario de una aerolínea canadiense, homosexual y
totalmente promiscuo. Los epidemiólogos del CDC rastrearon a quienes habían
tenido contacto con el paciente 0 y comprobaron que la mayoría estaba enferma
de SIDA.
El
instituto necesitaba desesperadamente apoyo económico, especialmente la
adquisición de un microscopio electrónico, porque se sospechaba que el agente
causal podría ser un virus. La situación empeoró cuando Ronald Reagan asumió la
presidencia y con todo desparpajo anunció que el Departamento de Defensa sería
el único en todo su programa que se beneficiaría con un aumento del
presupuesto. Los norteamericanos y el resto del mundo pronto se enterarían que
Reagan, junto con Margaret
Thatcher, iban a ser los promotores de políticas de exclusión social y de
economías neoliberales cuyas secuelas padece hoy día el propio imperio y todo
el continente europeo. Ver Un cowboy en la Casa Blanca
En 1983, el CDC comprobó que el SIDA, también
se podía contagiar a través de transfusiones sanguíneas y que había dejado de
ser patrimonio de los homosexuales. Se descubrió que las personas que
contrajeron la hepatitis B, que es de transmisión sexual, tenían más del 80% de
posibilidades de estar infectados con el virus del SIDA. En reuniones con los empresarios
de bancos de sangre, los miembros del CDC, plantearon la necesidad de hacer la
prueba de hepatitis B a todos los donantes. Las empresas se negaron a realizar
este estudio porque aumentaba los gastos. Impusieron la rentabilidad sobre la
salud de la población y recién en 1985 acataron la sugerencia del CDC, cuando
más de 30 pacientes habían muerto de SIDA, la mayoría hemofílicos, por recibir
transfusiones de sangre contaminadas. Durante ese período, tanto la FDA (Food & Drug Administration), como la
gestión Reagan mostraron total ausencia de apoyo y no aportaron presupuesto
alguno para incentivar la investigación.
En octubre de 1983, el equipo del doctor Luc
Montagnier, del Instituto Pasteur de París, logró aislar una forma nueva de
retrovirus de un paciente con SIDA y se comunicó con Robert Gallo, a cargo del
Instituto de Virología Humana de la Universidad de Maryland y reconocido experto
en el tema. Éste pidió a Montagnier que le enviara muestras para cotejar con
sus propios hallazgos. Aquí surge un episodio sumamente confuso, porque Gallo
sostuvo que el virus que le enviaron de París, él ya lo había descubierto. El
conflicto duró varios años hasta que los presidentes Reagan de Estados Unidos y
Chirac de Francia convinieron en que fue un descubrimiento realizado por ambos.
Años más tarde, una investigación iniciada por expertos designados por el National Institute of Health, la
principal estructura de salud de Estados Unidos, dictaminó que Gallo había
incurrido en procedimientos de ética dudosa. En 2008 Montagnier fue galardonado
junto con uno de sus colaboradores con el Premio Nobel de Medicina por haber descubierto
el retrovirus del SIDA. Gallo quedó afuera.
Robert Gallo y Luc Montagnier
Randy Shilts en su libro fue despiadado con
Gallo, a quién describió como personaje arrogante y ambicioso, aspectos que
fueron resaltados en el filme. Por su parte, Ronald Reagan recién durante su
segunda presidencia, nombró por primera vez la palabra SIDA. Para entonces ya
habían fallecido por la enfermedad 25.000 norteamericanos.
El cowboy que enfrentó la burocracia
La
otra película sobre el SIDA, es de reciente aparición y su nombre original es Dallas Buyers Club, traducida en nuestro
país con el nombre de El club de los
desahuciados y dirigida por Jean-Marc Vallée. El guion fue escrito por
Craig Borten, un aspirante a cineasta que fue de Los Angeles a Texas, para
entrevistar a Ron Woodroof, el personaje central de esta historia.
Ron Woodroof (1950-1992)
Ron
Woodroof era un electricista de profesión y cowboy en espectáculos de rodeo,
que fue sacado del anonimato por un artículo de tapa de la revista Dallas Life, titulado “Comprando
tiempo”. Y efectivamente, lo que Woodroof hacía era comprar, o mejor dicho
ganar tiempo, porque en 1986 le diagnosticaron SIDA, debido a que un análisis
de sangre que le hicieron por un accidente de trabajo mostró una pobreza
extrema de linfocitos T.
Los
médicos le pronosticaron un mes de vida y por razones económicas no tenía
acceso a la zidovudina o AZT, la única droga por entonces aprobada por la FDA (Federal Drug Administration), el ente
regulador de fármacos en Estados Unidos. Era la época de Reagan y por lo tanto
no había ningún tipo de programa que se dedicara a la ayuda de los pacientes
con SIDA.
Woodroof
inició una lucha personal contra el estado norteamericano y contra la
burocrática FDA, que sólo había aprobado la zidovudina cuando en Europa se
estaban ensayando otros medicamentos. Era también una batalla contra el tiempo
y este vaquero que jamás se sacó el sombrero texano de la cabeza, decidió
formar el Dallas Buyers Club, cuyos
miembros eran personajes tan desahuciados como él en salud y en poder
adquisitivo. Su socio principal era Rayon, una joven transexual que conoció en
el hospital y que asumió las funciones de secretaria, intermediaria y
negociadora.
En la ficción: Ron Woodroof (Matthew McConaughey), con su secretaria Rayon (Jared
Leto)
El
objetivo del club era contrabandear medicamentos contra el SIDA en los mercados
ilegales de países extranjeros e ingresarlos subrepticiamente para distribuirlos
entre sus pares. Con el dinero proveniente de la cuota de los miembros del club
realizó numerosos viajes a México cruzando la frontera disfrazado de sacerdote,
o bien iba a lugares tan distantes como Japón, Israel y China en busca de interferón
y de cualquier otro medicamento que surgiera contra el SIDA. Woodroof probó
todas las drogas, sin considerar las dosis y la posible toxicidad de cada una,
pero logró prolongar su vida durante seis años.
Su historia fue una lucha
contra la burocracia de la FDA, un drama médico y político que puso al
descubierto en forma descarnada la falta de solidaridad de un sistema
individualista y de un estado que si hubiera ejercido un mínimo de colaboración,
habría reducido drásticamente el número de muertes por SIDA en los Estados
Unidos.
Fuentes
Randy Shilts. And the band played
on. St Martin’s Press, 1987. USA.
DSalud.
Discovery. La versión oficial del SIDA se basa en un fraude científico del Dr.
Gallo. http://www.dsalud.com/index.php?pagina=articulo&c=166.
Biografías
y Vidas. Luc Montagnier. http://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/montagnier.htm
The Age of AIDS. Interview to Don
Francis. http://www.pbs.org/wgbh/pages/frontline/aids/interviews/francis.html
Mariana Enriquez. Cuestión
de peso. Suplemento RADAR de Página 12, 16/02/2014.
LEDA at Harvard Law School. The
Inadequate response of the FDA to the Crisis of AIDS in the Blood Supply. http://dash.harvard.edu/bitstream/handle/1/8965576/lrussell.html?sequence=2
Parece que no querés entender que la salud y, por ende, la investigación científica que la ampara, es un gasto que el Estado no debe asumir, ya que es de interés de los particulares.
ResponderEliminarLa guerra es una prioridad absoluta para la "gran democracia del norte", sin importar demasiado quién esté sentado en el Salón Oval.
Ironía demasiado sutil, JC. Debe tirar con munición más gruesa para que los lumpen como yo lo capten.
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