El aquelarre
Hace treinta
años, para ser más preciso el 26 de junio de 1980, en Sarandí, partido de
Avellaneda de la provincia de Buenos Aires había un baldío, donde se alzó una
gigantesca hoguera alimentada constantemente con material combustible. No se
trataba de hojas secas, ni de basura, lo que se estaba quemando eran miles de
libros. Desde Sófocles hasta Alejandro Dumas, desde Platón hasta Charles
Dickens, todos se estaban transformando en cenizas que el viento desparramaba.
Miles de horas de escritura, de trabajos de corrección, de gastos de imprenta,
logrados trabajosamente, eran pasto de las llamas.
Hombres
uniformados danzaban alrededor como las brujas en un aquelarre en homenaje a
Satán, porque quemar libros es un acto diabólico, una de las perversiones más
bajas a la que puede llegar un sistema totalitario. Las publicaciones que fueron
presa de las llamas no proclamaban la violencia ni el desorden, eran clásicos
de la literatura, pero aquellos militares no entraban en tales detalles, eran libros
y los quemaban con el mismo placer que embargaba al hombre de las cavernas cuando
contemplaba el fuego que le daba calor.
Eran 24
toneladas de historia, de arte, de cultura y de memoria que se estaban
destruyendo. Eran los libros del Centro Editor de América Latina, una de las
editoriales más prestigiosas en lengua española. Su director se llamaba Boris
Spivacow.
La quema de libros del Centro Editor de América latina
El matemático devenido en editor
Boris, hijo
de inmigrantes rusos nació en Buenos Aires en 1915 y desde la infancia se
interesó por la lectura que se transformó en una pasión que mantuvo hasta su
muerte. Solía leer mientras caminaba lo que en varias oportunidades le
significó choques y tropezones. En la adolescencia, lo atrajo también la
política y se hizo miembro activo del partido comunista y con este rótulo
conoció las cárceles del peronismo que lo alojaron en varias oportunidades.
Junto con
César Civita y otros inmigrantes recién llegados, a quienes les enseñó el
castellano, fundó la Editorial Abril. Mientras tanto, había completado la
licenciatura en matemáticas y esa formación hizo que Manuel Sadosky lo
convocara para dictar clases de Análisis Matemático en la Facultad de Ciencias
Exactas de la Universidad de Buenos Aires.
Con su
bagaje de conocimiento como editor y con el apoyo del rector Rizieri Frondizi,
Boris fundó EUDEBA (Editorial Universitaria de Buenos Aires), cuyo objetivo era
producir libros de calidad a bajo costo. La editorial incluyó tópicos de
ciencia, literatura, historia, arte y cultura general. Se transformó en la más
importante de América del Sur con 803 distribuidoras y librerías en todo el
país, en el resto de América y varias naciones de Europa.
Estos logros
adquieren valor descomunal al considerar que nunca tuvo suficiente apoyo
económico y menos durante el período en que Alsogaray fue ministro de Economía y
lanzó su célebre frase “hay que pasar el invierno”. Para EUDEBA fue siempre
invierno, pero lo peor estaba por venir.
Boris Spivacow (1915-1994)
La noche de los bastones largos
EUDEBA había
alcanzado a publicar el ejemplar número diez millones, cuando el 28 de julio de
1966 se produjo la tristemente célebre noche
de los bastones largos. Juan Carlos Onganía el general de caballería de las
tres neuronas: una para manejar el caballo, otra para saludar con el sable y la
tercera para desfilar, había derrocado al gobierno democrático de Arturo Illía.
Bajo sus órdenes, esa noche, fuerzas policiales entraron en varias facultades y
sacaron a bastonazos a profesores y alumnos.
Así lo
relataba el investigador Warren Ambrose del Instituto Tecnológico de
Massachusetts quién tuvo la mala suerte de estar presente esa noche: “Nos
hicieron pasar entre una doble fila de soldados, que nos pegaban con palos o
culatas de rifles, y nos pateaban rudamente, en cualquier parte del cuerpo que
pudieran alcanzar. Debo agregar que los soldados pegaron tan duramente como les
era posible y yo (como todos los demás), fui golpeado en la cabeza, en el
cuerpo, y en donde pudieran alcanzarme. Esta humillación fue sufrida por todos
nosotros -mujeres, profesores distinguidos, el decano y el vicedecano de la
Facultad, auxiliares docentes y estudiantes”.
A partir de
entonces, cayó la oscuridad sobre la Universidad de Buenos Aires que durante
décadas no pudo recuperarse.
Un total de
301 profesores universitarios de primerísimo nivel, emigraron del país.
Rápidamente, fueron fagocitados por universidades de América latina, Estados
Unidos, Canadá y Europa. Equipos completos fueron desmantelados, destruidos los
laboratorios y arrasadas las bibliotecas universitarias.
La noche de los bastones largos
Nace el Centro Editor de América Latina (CEAL)
Boris no se
amilanó y fundó el CEAL que siguió los principios de EUDEBA, vender excelente
material y a bajo precio. El equipo del CEAL estuvo conformado por
el diseñador Oscar Diaz, Beatriz Sarlo, Aníbal Ford, Horacio Achával, Graciela Montes, Susana Zanetti y Jorge Lafforgue.
En
1974, la Tiple A secuestró y asesinó a Daniel Luaces, trabajador del Centro Editor de
América Latina. Tremenda conmoción en todo el personal y colaboradores, nadie
se sentía seguro, pero no abandonaron sus puestos de trabajo estimulados por el
empuje físico y espiritual que permanentemente emanaba de Boris.
El
7 de diciembre de 1978, los depósitos que el CEAL alquilaba en Avellaneda
fueron allanados y clausurados por inspectores municipales y por el Cuerpo de
Caballería de la región. Un mayor retirado del ejército, Héctor Gustavo de la
Serna, que actuaba como juez federal en la ciudad de La Plata, ordenó que los
libros estuvieran disponibles para un fuego purificador y decidió el arresto de
catorce peones.
Boris
sabía que en cualquier momento un grupo de tareas podía irrumpir en su hogar y
transformarlo en un desaparecido. El sentido común indicaba que tenía que hacer
las valijas y emigrar, pero la imagen de los trabajadores presos le revolvía la
mente y la conciencia.
Al día siguiente se presentó espontáneamente ante el
juez para decir que los peones sólo cumplían sus órdenes y explicó que él era
el único responsable de la producción literaria de la editorial. Actuaba bajo
el convencimiento de que era totalmente inocente y como no había cometido
ningún delito no podían hacerle nada. Era un razonamiento lógico, pero que en
aquellos años de plomo, carecía totalmente de valor.
Boris
entró en el juzgado junto a un abogado que tuvo el coraje de acompañarlo, se
entrevistó con el mayor De la Serna, respondió al interrogatorio y salió
indemne junto con los catorce peones que recuperaron la libertad.
Historia de América, una de
las innumerables series que publicó el CEAL
Ocaso de la editorial
Un año y medio después de aquél
acontecimiento, el gobierno de facto organizó en el baldío de Sarandí la que
acaso haya sido la quema de libros más grande en la historia argentina. Sin
embargo, Boris no se doblegó y siguió trabajando. Sus últimos días estuvieron
ligados a la pobreza, vivía muy modestamente, usaba siempre la misma ropa y
tenía zapatos muy gastados. Nunca retiró un centavo de la editorial y si
entraba algún dinero se reinvertía en papel y tinta otra vez, pero ese modo de
trabajo generó un grado de endeudamiento tan grande que cuando murió el 16 de
julio de 1994, también murió la editorial.
Boris era un idealista, un espíritu
puro, cuyo único interés fue ofrecer conocimientos a través de publicaciones
accesibles para todos. Se puede decir sin pecar en exageración, que contribuyó
con su talento, empuje, audacia y enorme coraje, al crecimiento de toda la
cultura argentina del último medio siglo.
Para Boris que amaba tanto la libertad
de expresión habría sido una satisfacción enorme si hubiera vivido para asistir
al desmembramiento de Clarín, el monopolio mediático más grande de América
Latina.
Fuentes
Tomás
Eloy Martínez. La batalla de un hombre solo: La Nación 18/03/2006.
Mempo
Giardinelli. Vienticuatro toneladas de fuego y memoria. Página 12 26/6/2013.
Delia
Maunás. Boris Spivacof. Memoria de un sueño argentino. Editorial Colihue.
Oscar
Ranzani. El vínculo de Boris con los libros era absoluto. Página 12, 24/3/2006.
¡Espeluznante! Muy buena, como siempre tu columna: bien informada y bien escrita.
ResponderEliminarFrente a la Biblioteca Nacional está la Plaza Boris Spivacow, en Las Heras y Austria. Merecido homenaje.
ResponderEliminarHace un par de días me enteré de que prohibieron también el libro de física "La Cuba Electrolítica", porque supusieron, sin molestarse en leerlo, que hablaba del régimen cubano. Sería gracioso si no fuese tan trágico....
ResponderEliminarLos uniformados siempre fueron así. Recuerdo que un tío mio tenía un amigo que militaba en el peronismo y cuando vino la "libertadora", le allanaron la casa y le secuestraron un libro cuyo título era: "El regimen lo hace todo".
EliminarNi se molestaron en abrirlo y comprobar que se refería a dietas alimentarias.
¡ Qué mejor que un texto para homenajear a Boris Spivacow !Y , como siempre lo hacés, tán bien escrito e interesante.
ResponderEliminarEso sí, dá una enorme impotencia y ganas de llorar. Gracias Ricardo, Edith.-
Ud borra comentarios porque no se anima a tener un debate de ideas. Con la situación actual de su querido régimen se le desmoronan tos posibles argumentos que pudiera tener. Es un cobarde.
ResponderEliminarAnímese a dejar este comentario y tengamos un debate.
Por lo vulgar del fraseo y mi experiencia en este foro, juraría que se trata de Carlos Brunetta, el ingeniero fracasado, según relató usted Ricardo en una oportunidad.
ResponderEliminarCoincido con su suposición
EliminarHay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay otros que luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay quienes luchan toda la vida, esos son imprescindibles.Bertolt Brecht
ResponderEliminar"para Boris"