domingo, 10 de noviembre de 2013

LA LARGA LUCHA DE BORIS


El aquelarre
Hace treinta años, para ser más preciso el 26 de junio de 1980, en Sarandí, partido de Avellaneda de la provincia de Buenos Aires había un baldío, donde se alzó una gigantesca hoguera alimentada constantemente con material combustible. No se trataba de hojas secas, ni de basura, lo que se estaba quemando eran miles de libros. Desde Sófocles hasta Alejandro Dumas, desde Platón hasta Charles Dickens, todos se estaban transformando en cenizas que el viento desparramaba. Miles de horas de escritura, de trabajos de corrección, de gastos de imprenta, logrados trabajosamente, eran pasto de las llamas.
Hombres uniformados danzaban alrededor como las brujas en un aquelarre en homenaje a Satán, porque quemar libros es un acto diabólico, una de las perversiones más bajas a la que puede llegar un sistema totalitario. Las publicaciones que fueron presa de las llamas no proclamaban la violencia ni el desorden, eran clásicos de la literatura, pero aquellos militares no entraban en tales detalles, eran libros y los quemaban con el mismo placer que embargaba al hombre de las cavernas cuando contemplaba el fuego que le daba calor.

Eran 24 toneladas de historia, de arte, de cultura y de memoria que se estaban destruyendo. Eran los libros del Centro Editor de América Latina, una de las editoriales más prestigiosas en lengua española. Su director se llamaba Boris Spivacow.

              La quema de libros del Centro Editor de América latina

El matemático devenido en editor
Boris, hijo de inmigrantes rusos nació en Buenos Aires en 1915 y desde la infancia se interesó por la lectura que se transformó en una pasión que mantuvo hasta su muerte. Solía leer mientras caminaba lo que en varias oportunidades le significó choques y tropezones. En la adolescencia, lo atrajo también la política y se hizo miembro activo del partido comunista y con este rótulo conoció las cárceles del peronismo que lo alojaron en varias oportunidades.

Junto con César Civita y otros inmigrantes recién llegados, a quienes les enseñó el castellano, fundó la Editorial Abril. Mientras tanto, había completado la licenciatura en matemáticas y esa formación hizo que Manuel Sadosky lo convocara para dictar clases de Análisis Matemático en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires.

Con su bagaje de conocimiento como editor y con el apoyo del rector Rizieri Frondizi, Boris fundó EUDEBA (Editorial Universitaria de Buenos Aires), cuyo objetivo era producir libros de calidad a bajo costo. La editorial incluyó tópicos de ciencia, literatura, historia, arte y cultura general. Se transformó en la más importante de América del Sur con 803 distribuidoras y librerías en todo el país, en el resto de América y varias naciones de Europa.

Estos logros adquieren valor descomunal al considerar que nunca tuvo suficiente apoyo económico y menos durante el período en que Alsogaray fue ministro de Economía y lanzó su célebre frase “hay que pasar el invierno”. Para EUDEBA fue siempre invierno, pero lo peor estaba por venir.

               Boris Spivacow (1915-1994)

La noche de los bastones largos
EUDEBA había alcanzado a publicar el ejemplar número diez millones, cuando el 28 de julio de 1966 se produjo la tristemente célebre noche de los bastones largos. Juan Carlos Onganía el general de caballería de las tres neuronas: una para manejar el caballo, otra para saludar con el sable y la tercera para desfilar, había derrocado al gobierno democrático de Arturo Illía. Bajo sus órdenes, esa noche, fuerzas policiales entraron en varias facultades y sacaron a bastonazos a profesores y alumnos.

Así lo relataba el investigador Warren Ambrose del Instituto Tecnológico de Massachusetts quién tuvo la mala suerte de estar presente esa noche: “Nos hicieron pasar entre una doble fila de soldados, que nos pegaban con palos o culatas de rifles, y nos pateaban rudamente, en cualquier parte del cuerpo que pudieran alcanzar. Debo agregar que los soldados pegaron tan duramente como les era posible y yo (como todos los demás), fui golpeado en la cabeza, en el cuerpo, y en donde pudieran alcanzarme. Esta humillación fue sufrida por todos nosotros -mujeres, profesores distinguidos, el decano y el vicedecano de la Facultad, auxiliares docentes y estudiantes”.

A partir de entonces, cayó la oscuridad sobre la Universidad de Buenos Aires que durante décadas no pudo recuperarse.
Un total de 301 profesores universitarios de primerísimo nivel, emigraron del país. Rápidamente, fueron fagocitados por universidades de América latina, Estados Unidos, Canadá y Europa. Equipos completos fueron desmantelados, destruidos los laboratorios y arrasadas las bibliotecas universitarias.


                        La noche de los bastones largos


Nace el Centro Editor de América Latina (CEAL)
Boris no se amilanó y fundó el CEAL que siguió los principios de EUDEBA, vender excelente material y a bajo precio. El equipo del CEAL estuvo conformado por el diseñador Oscar Diaz, Beatriz Sarlo, Aníbal Ford, Horacio Achával, Graciela Montes, Susana Zanetti y Jorge Lafforgue. 

En 1974, la Tiple A secuestró y asesinó a Daniel Luaces, trabajador del Centro Editor de América Latina. Tremenda conmoción en todo el personal y colaboradores, nadie se sentía seguro, pero no abandonaron sus puestos de trabajo estimulados por el empuje físico y espiritual que permanentemente emanaba de Boris.

El 7 de diciembre de 1978, los depósitos que el CEAL alquilaba en Avellaneda fueron allanados y clausurados por inspectores municipales y por el Cuerpo de Caballería de la región. Un mayor retirado del ejército, Héctor Gustavo de la Serna, que actuaba como juez federal en la ciudad de La Plata, ordenó que los libros estuvieran disponibles para un fuego purificador y decidió el arresto de catorce peones.
Boris sabía que en cualquier momento un grupo de tareas podía irrumpir en su hogar y transformarlo en un desaparecido. El sentido común indicaba que tenía que hacer las valijas y emigrar, pero la imagen de los trabajadores presos le revolvía la mente y la conciencia. 

Al día siguiente se presentó espontáneamente ante el juez para decir que los peones sólo cumplían sus órdenes y explicó que él era el único responsable de la producción literaria de la editorial. Actuaba bajo el convencimiento de que era totalmente inocente y como no había cometido ningún delito no podían hacerle nada. Era un razonamiento lógico, pero que en aquellos años de plomo, carecía totalmente de valor.

Boris entró en el juzgado junto a un abogado que tuvo el coraje de acompañarlo, se entrevistó con el mayor De la Serna, respondió al interrogatorio y salió indemne junto con los catorce peones que recuperaron la libertad.

Historia de América, una de las innumerables series que publicó el CEAL


Ocaso de la editorial
Un año y medio después de aquél acontecimiento, el gobierno de facto organizó en el baldío de Sarandí la que acaso haya sido la quema de libros más grande en la historia argentina. Sin embargo, Boris no se doblegó y siguió trabajando. Sus últimos días estuvieron ligados a la pobreza, vivía muy modestamente, usaba siempre la misma ropa y tenía zapatos muy gastados. Nunca retiró un centavo de la editorial y si entraba algún dinero se reinvertía en papel y tinta otra vez, pero ese modo de trabajo generó un grado de endeudamiento tan grande que cuando murió el 16 de julio de 1994, también murió la editorial.

Boris era un idealista, un espíritu puro, cuyo único interés fue ofrecer conocimientos a través de publicaciones accesibles para todos. Se puede decir sin pecar en exageración, que contribuyó con su talento, empuje, audacia y enorme coraje, al crecimiento de toda la cultura argentina del último medio siglo.

Para Boris que amaba tanto la libertad de expresión habría sido una satisfacción enorme si hubiera vivido para asistir al desmembramiento de Clarín, el monopolio mediático más grande de América Latina.

Fuentes
Tomás Eloy Martínez. La batalla de un hombre solo: La Nación 18/03/2006.
Mempo Giardinelli. Vienticuatro toneladas de fuego y memoria. Página 12 26/6/2013.

Delia Maunás. Boris Spivacof. Memoria de un sueño argentino. Editorial Colihue.

Oscar Ranzani. El vínculo de Boris con los libros era absoluto. Página 12, 24/3/2006.


9 comentarios:

  1. ¡Espeluznante! Muy buena, como siempre tu columna: bien informada y bien escrita.

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  2. Frente a la Biblioteca Nacional está la Plaza Boris Spivacow, en Las Heras y Austria. Merecido homenaje.

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  3. Hace un par de días me enteré de que prohibieron también el libro de física "La Cuba Electrolítica", porque supusieron, sin molestarse en leerlo, que hablaba del régimen cubano. Sería gracioso si no fuese tan trágico....

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    1. Los uniformados siempre fueron así. Recuerdo que un tío mio tenía un amigo que militaba en el peronismo y cuando vino la "libertadora", le allanaron la casa y le secuestraron un libro cuyo título era: "El regimen lo hace todo".
      Ni se molestaron en abrirlo y comprobar que se refería a dietas alimentarias.

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  4. ¡ Qué mejor que un texto para homenajear a Boris Spivacow !Y , como siempre lo hacés, tán bien escrito e interesante.
    Eso sí, dá una enorme impotencia y ganas de llorar. Gracias Ricardo, Edith.-

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  5. Ud borra comentarios porque no se anima a tener un debate de ideas. Con la situación actual de su querido régimen se le desmoronan tos posibles argumentos que pudiera tener. Es un cobarde.
    Anímese a dejar este comentario y tengamos un debate.

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  6. Por lo vulgar del fraseo y mi experiencia en este foro, juraría que se trata de Carlos Brunetta, el ingeniero fracasado, según relató usted Ricardo en una oportunidad.

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  7. Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay otros que luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay quienes luchan toda la vida, esos son imprescindibles.Bertolt Brecht
    "para Boris"

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