En los días previos al 16 de junio de 1955, se vivía un clima enrarecido en Buenos Aires. Días antes, lo que debía ser una procesión pacífica por Corpus Christi se transformó en una demostración masiva contra el gobierno de Perón.
La multitud convocada frente a la Catedral, estaba constituida por ese núcleo duro que el oficialismo denominaba “gorilas” y que mantenía un odio visceral e irreconciliable con el peronismo, también había ateos confesos y ciudadanos bien intencionados que estaban cansados de demagogia, de dictadura y del control de los medios. Estos últimos, no imaginaban que ese mismo año vendría otra dictadura que suprimiría los partidos políticos, las garantías constitucionales y daría marcha atrás con casi todos los avances sociales logrados por el peronismo.
Desde una ventana de la curia, los obispos Tato y Novoa saludaban felices a la multitud. El enfrentamiento entre la Iglesia y el gobierno había alcanzado su climax.
Entusiasmados por el apoyo de los purpúreos, los golpistas decidieron pasar a la acción. El 16 de junio de 1955, partieron de distintas bases 34 aviones de la Marina de Guerra. Llevaban en sus colas una “V” y una cruz que significaba “Cristo vence”. Tenían el apoyo incondicional de la jerarquía eclesiástica y eso les ayudaba a mitigar el cargo de conciencia de la matanza que iban a cometer.
El enemigo contra el que debía operar esta brigada aérea eran trabajadores, pero también había alumnos que en ese momento salían del Colegio Nacional de Buenos Aires, porque eran las 12.40 del mediodía. Seguramente también se encontraban madres que paseaban a sus hijos por la plaza de Mayo a pesar de ser un día frío y plomizo.
Ese era el adverdario contra el que tuvieron su bautismo de fuego los pilotos argentinos en sus aviones Gloster Meteor, sus propios compatriotas, de cuyo esfuerzo laboral salía el dinero para cubrir el sueldo de aquellos asesinos uniformados.
Entre las primeras víctimas, se contaron los ocupantes de los vehículos de transporte público de pasajeros. Un trolebús repleto recibió una bomba de lleno, muriendo todos sus ocupantes. Se arrojaron 9500 kg de carga mortal, causando la muerte a 355 civiles y un número indeterminado de heridos que hicieron colapsar a todos los hospitales de la ciudad. Debido a que los confabulados no consiguieron bombas de alto poder explosivo, emplearon contra la ciudad abierta bombas de fragmentación de 50 kg de trotil, provocando rápidamente cientos de víctimas y daños materiales. Terminado el operativo, huyeron cobardemente a guarecerse en aeropuertos uruguayos.
Felipe Piña hizo un comentario lapidario sobre el hecho: “Se perpetró el peor ataque terrorista de la historia argentina. Sus autores eran “respetables” militares y civiles que se frotaban las manos imaginándose el triunfo de un golpe militar que devolvería a la “negrada” a los lugares de la que nunca debió haber salido.”
Esa noche personas leales al gobierno, quemaron varias iglesias que dejaron ex profeso sus puertas abiertas para que la gente viera los daños causados por el vandalismo oficialista. Un señor elegantemente vestido, al ver parte de un altar quemado, dijo con voz grave y trágica “en pleno siglo veinte tenemos que presenciar esta barbarie”. Para él, como para muchos que detestaban visceralmente al peronismo, lo que había ocurrido esa mañana en la Plaza de Mayo era intrascendente.
Al día siguiente vino la excomunión del Vaticano, pero no contra los pilotos por la matanza realizada, sino contra Perón, por haber expulsado 3 días antes a los monseñores Tato y Novoa por conspiradores en connivencia con los rebeldes de las Fuerzas Armadas.
Repasando la historia y sin irnos muy atrás, un hecho similar tuvo lugar 18 años antes, cuando el 26 de abril de 1937, la Legión Cóndor de la Aviación Alemana bombardeó la ciudad de Guernica, un objetivo sin interés militar, sólo para evaluar el efecto de un ataque aéreo sobre un determinado blanco.
Hubo sin embargo, dos diferencias entre el ataque nazi y el de los marinos argentinos. Al menos el primero, no fue hecho contra sus propios ciudadanos. La segunda diferencia, fue que carecimos de un Picasso que mostrara al mundo la masacre que ocurrió ese 16 de junio de 1955 en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires.
No hay comentarios:
Publicar un comentario