Sí… te veo, vos no lo sabés, pero los veo a cada uno de ustedes que se detienen para contemplarme, aquí en Londres, donde terminé recalando después de un largo periplo, en la National Gallery que parece ser mi hogar definitivo. Continuamente pasan y se detienen a mirarme, rostros cansados después de largas recorridas por las galerías. Rostros frescos de aquellos que vinieron a verme a mí antes que nadie, porque me aman, porque vos me amás, porque te gusto, porque querés retenerme en una fotografía. Si te das vuelta en este momento verás que detrás de tuyo hay una monjita que me mira con el ceño fruncido, ¿habrá conocido el sexo la pobre?
Estoy recostada desnuda dándote la espalda. Mi columna se curva delicadamente y acentúa el borde de mi figura que cae desde el hombro para luego subir y dar forma a mis nalgas que son perfectas y llaman al placer. No lo digo yo, repito lo que dicen los que me miran, el público, vos, los curadores y sobre todo, los artistas. Dicen que hubo que esperar hasta Manet y Renoir para que se vieran desnudos femeninos tan esbeltos e insinuantes. La verdad es que soy atemporal, mi figura se adapta a la moda de cualquier época, no tengo los rollos de celulitis de las Tres Gracias de Rubens y puedo pasar por una belleza actual. Por eso te gusto, ¿no es así?
Para algunos y seguramente para vos, lo más interesante de mi figura es lo que no se ve, mi sexo y mis senos, lo cual da vuelo a la imaginación y la fantasía. ¿Serán sus senos como sus nalgas?, te estarás preguntando. Y su rostro…¿Cómo será su rostro? Mi rostro se refleja en un espejo que sostiene Cupido y por eso te veo, pero quién me pintó me hizo un rostro difuso como si hubiera una neblina, no la neblina de Londres porque me pintaron bajo el sol de Italia. El pintor quiso guardar la privacidad de la modelo, sugieren algunos.
Me creó el gran Diego Velázquez, quién no tenía en sus hábitos el pintar desnudos y menos con esa pose insinuante que desató más que ríos, verdaderas cataratas de tinta y comentarios. No olvides que estoy hablándote del siglo XVI. Diego jamás me hubiera pintado en España, primero porque yo no vivía allí y segundo porque la Inquisición lo hubiera desterrado a pesar de ser el pintor de la realeza. No, a Diego lo conocí en Italia, estaba deslumbrado por la libertad artística de mi país después de haber dejado los opresivos y oscuros salones palaciegos y la tenaza constante del gran Inquisidor.
Lo retuve 3 años bajo el sol de Venecia, bueno, no quiero ser pedante, también lo retuvo la explosiva actividad artística de mi pueblo. No pintó otro desnudo, hizo bien, no me hubiera podido superar. Sabiendo eso, y con gran riesgo me ocultó bajo otras pinturas y me llevó a España como su mayor tesoro. Ignoro cómo fue que después pasé a la colección de un noble español, el marqués del Carpio, de apellido tan largo como su prosapia. Mi marqués era un pícaro que tenía una sala privada con cuadros eróticos (para la época, se entiende) y allí quedé colgada, favorita entre las favoritas. Recuerdo que a través del espejo, veía su rostro contemplándome y su grueso labio inferior descendía en un gesto libidinoso.
Del marqués y sus orgías con cortesanas, que ingresaban secretamente a su “pinacoteca sexual”, pasé a manos del poderoso Godoy, a quién lo que le faltaba de talento político le sobraba como conocedor de obras de arte. Luego, no recuerdo, pero de alguna manera los ingleses, aprovechando las guerras napoleónicas, metieron sus traviesas manos y pasé a formar parte de la colección privada de Rokeby Hall, el castillo de un rico hacendado. De allí uno de mis nombres, “La Venus de Rokeby”, aunque es el título que menos me gusta. Porque sabrás que fui bautizada varias veces ya que originariamente me llamaron “Venus ante el espejo” y después a alguien se le ocurrió que me estaba acicalando y me puso el nombre de “La toilette de Venus”. No se de donde sacó esa idea, cuando en realidad estoy recostada, relajada contemplando como Narciso mi propia belleza.
Retomando mi itinerario, resulta que el noble de Rokeby quebró y sus herederos me pusieron en subasta. Los ingleses estaban desesperados, no querían que yo saliera de las islas y menos que fuera comprada por un patán millonario del otro lado del mar. Se hizo una colecta, que no alcanzaba, hasta que el príncipe Edward, el hijo de la Reina Victoria, llegó un día y me estuvo contemplando durante un largo rato. Edward era definitivamente heterosexual y amaba la belleza femenina, quizás al verme recordó a una de sus amantes, la cortesana Lillie Langtry. El caso es que el futuro rey puso el resto del dinero y pasé a donde estoy ahora, la National Gallery.
No vayas a creer que entonces terminaron mis peripecias. Yo nunca me metí en política, no entiendo porqué me hicieron tanto daño. Eran las luchas por el sufragio femenino y el 10 de Marzo de 1914, ¡Cómo olvidar esa fecha! Mary Richardson, una activista recalcitrante, alcanzó a darme varias cuchilladas, antes que la sujetara el distraído guardián. Le habrá costado el puesto, porque no lo volví a ver. En fin, te cuento que pasé días duros en terapia intensiva mientras los restauradores me componían.
Pero aquí estoy, renacida como el ave Fénix para que me sigas contemplando y gozando de mi belleza. Ah, y por favor mi verdadero nombre es “Venus ante el espejo” o si lo preferís “La máxima expresión del desnudo artístico”.
Ricardo
Diego Velázquez
Maravilllosa Venus!
ResponderEliminarDV sabía que no podría ni él ni nadie pintar un desnudo que lo superara en belleza y misterio.
Muy interesante. no sabia la historia de sus traslados ni donde estaba. gracias
ResponderEliminar