El novelista y poeta inglés del siglo XVIII Samuel Johnson, era también conocido por sus citas y entre ellas destaco: “El patriotismo es el último refugio de los bribones” Con esto Johnson señalaba que cuando a un gobernante, generalmente un dictador, la situación se le torna insostenible recurre a gestas patrióticas como la reconquista de territorios previamente usurpados. Lamentablemente, ésta táctica siempre funciona con una buena propaganda triunfalista detrás que haga enfervorizar a su pueblo.
A principios de 1982, la dictadura militar hacía agua por los cuatro costados, el plan económico de Martínez de Hoz había enriquecido a unos pocos a costa de la miseria de grandes sectores de la población y se había destruido la industria nacional. En el extranjero se conocían las atrocidades del régimen, pero en la Argentina pocos eran los que sabían que se tiraba viva gente al mar, que la tortura era rutina cotidiana y que mataban a las prisioneras después de parir y les robaban los hijos. Tampoco se sabía que los desaparecidos eran decenas de miles. Sólo las madres de la Plaza de Mayo giraban en soledad ante la mirada curiosa de unos y burlona de otros.
Pero la situación de la dictadura se hacía insostenible y Galtieri y Anaya, los artífices de la aventura bélica más descabellada en la historia Argentina, mediante un operativo de invasión naval, única parte bien organizada de todo el conflicto, se apoderaron de Las Malvinas.
Después todo empezó a fallar grotescamente, la diplomacia de Costa Méndez, la inteligencia, la logística, la ausencia de estrategias y por sobre todo la falta absoluta de profesionalismo de oficiales y jefes. De capitanes para arriba, el espíritu de combate brilló por su ausencia y nunca acompañaron a los soldados, muchachos de 18 años que, en el frente, inexpertos y mal entrenados, fueron los únicos que enfrentaron a los ingleses, infinitamente mejor preparados y armados.
El general Menéndez pariente del tristemente célebre Luciano Benjamín, todos descendientes de una casta de golpistas anticonstitucionales, se rindió antes de que alguna bala despeinara su engominado cabello. Jamás salió de la retaguardia, tampoco los otros altos oficiales del Estado Mayor que lo acompañaron.
Los soldados comenzaron a recibir trato humanitario cuando fueron prisioneros del enemigo ya que durante el conflicto fueron maltratados por sus superiores. Esta bonanza les duró poco, porque cuando los ingleses los devolvieron en tierra patagónica sus jefes los humillaron cargándoles la culpa de la derrota. Con el tiempo, el número de excombatientes que se suicidó sería similar a los que murieron en combate.
El pueblo no salía del asombro y la indignación ¿no era que estábamos ganando, no lo decían todos los días en sus tapas los diarios y la revista Gente? La Argentina se despertó del letargo prolongado a que había estado sumida por la mordaza informativa, resultado del canje de Papel Prensa a cambio de una censura autoimpuesta por parte de La Nación y Clarín.
Se perdió una guerra infame, pero nació la democracia que barrió para siempre los sueños de muchos uniformados de volver a ocupar el sillón de Rivadavia. Sin embargo, las secuelas del daño económico y moral que el proceso dejó enquistadas en la población duraron décadas, pero creo que la mayoría aprendimos la durísima lección.