Un intelectual irreverente
Por Silvina Friera (extracto) Ver artículo completo aquí
La calle Corrientes ya no será la misma sin el viejo David Viñas, obstinado insuperable y voz entrañable, que murió ayer a los 83 años, a raíz de una neumonía que derivó en una septicemia. El gran escritor, crítico y polemista inigualable deja a varias generaciones en ese doloroso desamparo llamado orfandad. Muchos han tenido el inquietante placer de verlo subrayar con malicia y ferocidad el diario La Nación en el café Losada, en La Paz o los bares que frecuentaba. Cuántos escritores y lectores de a pie han devorado sus novelas y ensayos y lo adoptaron, sin vacilar, como modelo y maestro, aunque por su formación “más bien anárquica”, su estilo visceral, a contrapelo de todo aquello que oliera a biempensante, no perdía la ocasión para aclarar que no le gustaban los títulos ni las consideraciones. Lo exasperaba que lo consideraran un pedagogo, pero a través de sus páginas y sus clases formó a varias generaciones de intelectuales. Roberto Fontanarrosa solía comentar que su primer enganche con la literatura había sido a través del autor de Un dios cotidiano y Hombres a caballo. “Los personajes de sus novelas –decía Fontanarrosa– hablaban como mi viejo. No hablaban de tú. Y puteaban.”
La memoria es un engranaje fallido que no respeta la cronología cuando hay que escribir, con urgencia y tristeza, una necrológica. Lo primero que irrumpe en el manojo de recuerdos no es meramente literario, es un gesto político que alborotó al mundillo cultural de la Argentina. Sus resonancias aún persisten. En 1991 Viñas rechazó la Beca Guggenheim. “Fue un homenaje a mis hijos. Me costó veinticinco mil dólares. Punto.” Así nomás, sin muchos artilugios: contundente y demoledor. Sus hijos, María Adelaida y Lorenzo Ismael, conviene agregar para calibrar más y mejor las dimensiones de esa decisión, fueron secuestrados y desaparecidos por la dictadura militar. Pero antes de exiliarse y dar cátedras magistrales de literatura en California, Berlín, Dinamarca, Roma, México y Venezuela, habría que repasar su formación. Nació en Buenos Aires, en la esquina de Talcahuano y Corrientes, en 1929. Estudió en una escuela de curas, ingresó en el colegio militar, pero fue dado de baja, según escribió, en 1945, por insubordinación ante la tropa armada. Hay una foto que registra un momento memorable de principios de la década del ’50: el joven Viñas (tenía entonces 23 años) le tomó el voto a Evita, que agonizaba en el Hospital de Lanús. “Mi familia no era gorila –advertía por las dudas que lo confundieran–; éramos contreras, que no es lo mismo. Los gorilas despreciaban al pueblo, los contreras criticaban al peronismo sin ningunear sus bases.”
Viñas fundó la revista Contorno, cuyas páginas combinaron altas dosis de marxismo y existencialismo. En esa emblemática revista se releyó el peronismo, a Mallea, Marechal y Arlt. Parafraseándolo, porque la tentación es fuerte, fue un intelectual irreverente que se subió al caballo de la historia por la izquierda. Y se bajó, siempre, por la izquierda. Nunca cedió un ápice de su posición frontal, combativa. Ni en sus mejores páginas. Ni en su vida cotidiana. Uno de los ejes de la obra del autor de Los dueños de la tierra (1958), Cuerpo a cuerpo (1979) e Indios, ejército y frontera (1982) ha sido la constante indagación sobre las formas de la violencia oligárquica y sus múltiples manifestaciones en distintos planos de la historia nacional, como observó Ricardo Piglia. Ganó el premio Gerchunoff en 1957 por su novela Un Dios cotidiano. Un año antes, en 1956, Dar la cara había recibido el Premio Nacional de Literatura, que volvió a ganar en 1971 por su libro Jauría. En una entrevista con Página/12 en 2006 decía que le interesaba más Evo Morales, por su “mayor nitidez y latinoamericanismo”, que el entonces presidente Néstor Kirchner. “Lo mejor de Kirchner fue cuando le dijo al teniente general Bendini: ‘Proceda’. Ese fue el mejor momento del gobierno de Kirchner, no me lo voy a olvidar. Bendini tuvo que poner un banquito y sacarlos”, afirmaba.
Nota de Ricardo: Personalmente creo que la escena del general Bendini retirando el cuadro del dictador Videla fue el momento más sublime de toda la historia argentina.
Concuerdo que hay una diferencia entre el contrera y el gorila. El primero no está de accuerdo con el gobierno peronista, el segundo tiene fuertes elementos de antiargentinidad y es el típico cipayo vernáculo.