Es el 24 de diciembre de 1914, el frente se encuentra en Flandes, hacia el este están las trincheras alemanas y a menos de 100 metros de distancia se encuentran las trincheras aliadas ocupadas por franceses, ingleses y belgas. Hacía pocos meses que la guerra había comenzado, el disparador fue el asesinato de un ignoto archiduque que adquirió trágica fama cuando en Sarajevo, un extremista arrojó una bomba a su carruaje.
La causa de la guerra, como siempre hay que buscarla en intereses económicos, la presión de la industria bélica y la incapacidad de los seres humanos para resolver las discrepancias por la vía diplomática.
El termómetro marca varios grados bajo cero, el terreno está cubierto de nieve y el espacio que separa ambas zonas está sembrado de cadáveres que nadie se anima ni tiene fuerzas para enterrar.
Mientras los generales festejan la navidad en salones versallescos a cientos de quilómetros del frente, los soldados infestados de piojos tiritan de frio y comienzan a aparecer los primeros signos del pie de trinchera, el preludio de una inevitable amputación del miembro.
Entonces ocurre lo insólito, de la trinchera alemana asoma un árbol de Navidad con velas encendidas que recibe algunos disparos que pronto cesan cuando se oye el “Stille Nacht, Heilige Nacht”. Del lado aliado responden con el villancico “Silent Night” y lentamente, como provenientes de la entraña de la tierra, sucios y barbudos comienzan a surgir de ambas trincheras los soldados, sin las armas, algunos con velas encendidas y saludándose.
Cada uno se da cuenta que el enemigo no es ese monstruo asesino como les habían contado sus superiores. Días anteriores, el capellán les había dicho que esta guerra era una cruzada donde ellos luchaban en nombre de Dios y el enemigo representaba al demonio.
Como de la nada surgen algunas botellas de champagne y se intercambian regalos. Cuando los superiores de ambas partes se enteran cunde la furia y la indignación, la guerra debía seguir y como castigo se hicieron cortes marciales. Se envían nuevos batallones en reemplazo de estos soldados pusilánimes, que cometieron el gravísimo delito de intercambiar saludos navideños con el enemigo.
Si esa noche se hubiera puesto fin al conflicto, se hubieran ahorrado millones de vidas, cientos de miles de combatientes con daños físicos y psíquicos irreparables y la humanidad se habría salvado de Hitler.
Existe una coproducción europea llamada Feliz Navidad (ver video), que recrea ese episodio y es uno de los alegatos más fuertes contra la locura de la guerra.
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