Alguien
en Europa decidió que todo el mundo tenía derecho al acceso de la lectura, al
conocimiento de los clásicos, de las grandes novelas y de toda información que
pudiera enriquecer el patrimonio cultural de la gente. Con ese objetivo creó
una editorial que produjo libros a precios irrisorios. El personaje se llamaba
Allen Lane y la editorial que nació en Londres en 1935 y sigue gozando de
excelente salud se llama Penguin Books.
En América Latina otro gran visionario tuvo
la misma idea, noble grande y generosa, se llamaba Boris Spivakow y en Buenos
Aires dio origen a la editorial Centro Editor de América Latina que vio la luz
en 1966, pero las dictaduras que sufrimos, la incomprensión y la indiferencia
le otorgaron solo 29 años de existencia. Quiero rendir homenaje a estos dos
grandes hombres que tanto hicieron por la cultura de sus países y del mundo.
Allen
Lane y Penguin Books
─Es necesario que mis libros sean
más baratos para que mi público pueda comprarlos─ quien así se expresaba era
Agatha Christie, la archiconocida escritora de novelas policiales. Su
interlocutor era el joven Allen Lane, empleado jerárquico de la editorial
Bodley Head que publicaba las obras de la escritora.
Mientras esperaba el tren en la
estación de Exeter de regreso a Londres, Lane empezó a pergeñar la posibilidad
de vender libros a muy bajo precio. Esa noche se reunió con sus dos hermanos
Richard y John y después de largos cabildeos decidieron producir libros al
valor de 6 peniques, serían de tapa blanda con las hojas unidas con pegamento
en lugar de costuras y de un tamaño que cabía en un bolsillo. Más tarde este
tipo de presentación daría origen al término pocket book Tantearon editoriales, pero ninguna aceptó el desafío.
Vender libros a 6 peniques la unidad, el costo de un atado de cigarrillos,
requeriría 15000 unidades para solo cubrir los gastos, sentenciaron algunos.
Para otros era además una ofensa hacia los autores, para el oficio de producir
libros y la historia de la literatura.
Allen Lane (1902-1970)
Aquí nos encontramos con esos
personajes que tienen el coraje y la valentía de sumergirse de lleno en un
emprendimiento que otros consideran una quimera o una aventura absurda. Allen hipotecó
una propiedad y abrió la empresa con un capital inicial de 100 libras y la
magra cantidad de seis títulos. La empresa era parte de Bodley Head, pero las
seguras pérdidas, así como las dudosas ganancias correrían por cuenta de los tres
hermanos Lane.
Solo faltaba el nombre de la
editorial y el logo. Allen insistía en que fuera un ave y cuando una de las
secretarias sugirió al pingüino, Allen señalo que estaba de acuerdo porque
“somos un ave sin pretensiones”. Los demás asintieron y después de varios
diseños y posturas, surgió finalmente el pájaro con el nombre de Penguin Books. Los primeros libros
salieron de imprenta en marzo de 1935 y la cadena de comercios Woolworth y los
Ferrocarriles Británicos se convirtieron en los primeros clientes: La reacción
del público fue explosiva, a los pocos días ya se habían vendido 150.000
ejemplares. En menos de un año el número de libros vendidos alcanzó el millón y
los hermanos Lane ya separados de Bodley Head, se reinstalaron en edificios,
acordes con la magnitud de la creciente empresa.
El logo de Penguin Books
Durante la Segunda Guerra Mundial
había tantos soldados británicos con un Penguin
Book en el bolsillo de sus casacas
que el Estado Mayor inglés le duplicó a la editorial la cuota de papel
estipulada por el racionamiento. Durante los bombardeos a la ciudad de Londres,
la gente se refugiaba en las estaciones del subterráneo y muchos llevaban su pocket book para evadir la angustia de
lo que sucedía en la superficie. Al terminar la guerra la cantidad de libros
vendidos había superado los cien millones. Recién en 1970 el precio de un Penguin Book subió al valor de una libra
y seguía siendo el libro más barato. Actualmente en cualquier parte del mundo
se puede encontrar en los medios de transporte algún lector ensimismado en la lectura
de su Penguin Book.
Boris
Spivakow y el Centro Editor de América Latina
Boris, hijo de inmigrantes rusos
nació en Buenos Aires en 1915 y desde la infancia se interesó por la lectura
que se transformó en una pasión que mantuvo hasta su muerte. Solía leer
mientras caminaba lo que en varias oportunidades le significó choques y
tropezones. En la adolescencia, lo atrajo también la política y se hizo miembro
activo del partido comunista y con este rótulo conoció las cárceles del
peronismo que lo alojaron en varias oportunidades.
Boris Spivakow (1915-1994)
Junto con César Civita y otros
inmigrantes recién llegados, a quienes les enseñó el castellano, fundó la
Editorial Abril. Mientras tanto, había completado la licenciatura en
matemáticas y esa formación hizo que Manuel Sadosky lo convocara para dictar
clases de Análisis Matemático en la Facultad de Ciencias Exactas de la
Universidad de Buenos Aires.
Con su bagaje de conocimiento como
editor y con el apoyo del rector Rizieri Frondizi, Boris fundó EUDEBA (Editorial
Universitaria de Buenos Aires), cuyo objetivo era producir libros de calidad a
bajo costo. La editorial incluyó tópicos de ciencia, literatura, historia, arte
y cultura general. Se transformó en la más importante de América del Sur con
803 distribuidoras y librerías en todo el país, en el resto de América y varias
naciones de Europa. Estos logros adquieren valor descomunal al considerar que
nunca tuvo suficiente apoyo económico durante los distintos gobiernos que se
sucedieron, pero lo peor estaba por venir.
La noche de los bastones largos
EUDEBA había alcanzado a publicar el
ejemplar número diez millones, cuando el 28 de julio de 1966 se produjo la
tristemente célebre “noche de los bastones largos”. Juan Carlos Onganía
el general de caballería de las tres neuronas: una para manejar el caballo,
otra para saludar con el sable y la tercera para desfilar, había derrocado al
gobierno democrático de Arturo Illía. Bajo sus órdenes, fuerzas policiales
entraron en varias facultades y sacaron a bastonazos a profesores y alumnos.
Nadie se salvó del ataque, mujeres, jóvenes y personas de edad avanzada,
recibieron los golpes en igual medida por las descerebradas fuerzas del orden.
Fue la noche más negra en la historia de la universidad, de la educación y de
la cultura.
Boris no se amilanó y fundó el Centro Editor de América Latina (CEAL)
que siguió los principios de EUDEBA, vender excelente material y a bajo precio
hasta que en 1980, bajo la dictadura de Videla tuvo lugar en un
terreno baldío, la quema de libros más grande en la historia argentina. Desde Sófocles hasta Alejandro Dumas, desde
Platón hasta Charles Dickens, todos se estaban transformando en cenizas que el
viento desparramaba. Miles de horas de escritura, de trabajos de corrección, de
gastos de imprenta, logrados trabajosamente, eran pasto de las llamas.
Para los militares cuyos cerebros fueron lavados durante su paso en
las instituciones castrenses, un libro era subversivo o comunista hasta que no
se demostrara lo contrario. Los uniformados danzaban alrededor como las brujas
en un aquelarre en homenaje a Satán, porque quemar libros es un acto diabólico,
una de las perversiones más bajas a la que puede llegar un sistema totalitario.
Las publicaciones que fueron presa de las llamas no proclamaban la violencia ni
el desorden, eran clásicos de la literatura, pero aquellos militares estaban
mentalmente incapacitados para analizar tales detalles, eran libros y los
quemaban con el mismo placer que embargaba al hombre de las cavernas cuando
contemplaba el fuego que le daba calor.
Sin embargo, Boris no se doblegó y
siguió trabajando. Sus últimos días estuvieron ligados a la pobreza, vivía muy
modestamente, usaba siempre la misma ropa y tenía zapatos muy gastados. Nunca
retiró un centavo de la editorial y si entraba algún dinero se reinvertía en papel
y tinta otra vez, pero ese modo de trabajo generó un grado de endeudamiento tan
grande que cuando murió el 16 de julio de 1994, también murió la editorial.
Boris era un idealista, un espíritu
puro, cuyo único interés fue ofrecer conocimientos a través de publicaciones
accesibles para todos. Se puede decir sin pecar en exageración, que contribuyó
con su talento, empuje, audacia y enorme coraje, al crecimiento de toda la
cultura de argentina y de América del último medio siglo.
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