La plazoleta de los hermanos Collyer
En la intersección de la quinta avenida
con la calle 128, en pleno corazón de Harlem, existe una plazoleta de
dimensiones reducidas protegida por una reja a lo largo de su perímetro. El
Departamento de Parques de Nueva York la mantiene prolija y limpia y colocó un
cartel que la identifica con el nombre de Collyer
Brothers Park. Los pocos transeúntes que se detienen a mirar la placa
ignoran su significado y para ello habría que recabar la ayuda de algún vecino
memorioso y de edad avanzada que siendo adolescente en el año 1947, presenció un
espectáculo insólito que ocupó la tapa de los diarios durante varios días.
Fue
cuando la policía y un par de dotaciones de bomberos allanaron la casa de los
hermanos Collyer que vivían en la esquina de la quinta avenida y la calle 128.
Para llegar a este final conviene relatar la historia desde el principio.
Collyer Brothers Park
El excéntrico Dr. Collyer
La familia Collyer mostró siempre facetas
extravagantes, Herman Livingston Collyer era un ginecólogo que atendía a sus
pacientes en el City Hospital, situado en la vecina isla llamada Roosevelt
Island, una estrecha franja de tierra en el East River que separa el distrito
de Manhattan de la zona de Queens. Por entonces existía un cable carril (el
subterráneo vino mucho después), que unía Manhattan con Roosevelt Island, pero
el Dr. Collyer no usaba ese transporte. Los vecinos lo veían salir de su casa
enfundado en impecable traje, arrastrando una canoa a lo largo de tres cuadras,
llegar a la orilla, depositarla en el agua y después remar hasta alcanzar la
costa de Roosevelt Island.
El Dr. Collyer estaba casado con su prima
hermana, Susie Frost, una ex soprano y ambos sostenían, sin argumentos sólidos,
que sus antepasados llegaron a América del Norte una semana después de que lo
hizo la tripulación del Mayflower, o sea en el año 1620. Los dos hijos del
matrimonio: Homer y Langley, que son los protagonistas de esta historia,
nacieron en 1881 y 1885, respectivamente.
En forma repentina en 1919, el Dr.
Collyer abandonó a su familia y poco tiempo después su esposa Susie hizo lo
mismo, quedando los dos hermanos como únicos habitantes de una mansión que
poseía numerosas habitaciones. A partir de ese momento se aislaron totalmente
del mundo y abandonaron los hábitos y costumbres que caracterizan a los
habitantes normales de una ciudad.
Los estrafalarios hermanos Collyer
En el vecindario empezaron a correr los
rumores de que los Collyer llevaban una vida extravagante rodeados de lujos y
riquezas importadas de Oriente. La realidad era totalmente opuesta, los
hermanos se estaban deslizando hacia la locura y vivían en un estado de pobreza
extrema. En 1917 por morosos, les cortaron la línea telefónica y diez años
después, la municipalidad también les cortó el gas. A partir de entonces se quedaron
sin agua caliente y sin calefacción.
Langley salía todas las noches y rebuscaba
restos de comida en los tachos de basura. Al mismo tiempo empezó a colectar
cualquier tipo de objeto que pudiera despertar su interés y en este aspecto su
fascinación por adornos, aparatos eléctricos, juguetes, muebles, revistas y
diarios, era ilimitado. Todo lo que encontraba lo arrastraba al departamento.
Temiendo que le robaran, Langley había distribuido varios tipos de trampas caza
bobos en la vivienda.
Los objetos acumulados llegaban hasta el techo
Homer por su parte se quedaba en la casa,
estaba prácticamente ciego y la artrosis lo había convertido en un inválido.
Para la ceguera de su hermano, Langley había diseñado un tratamiento que
consistía en el jugo de cien naranjas semanales, pan negro y manteca de maní.
En 1942, el comportamiento de los hermanos Collyer atrajo la atención de un
periodista del New York Herald Tribune. Cuando le preguntó a Langley
cuál era la razón de las interminables pilas de diarios y revistas diseminadas
en todas las habitaciones, este le contestó que estaba juntando ese material
para que cuando Homer recuperase la vista, se pondría al día con las noticias.
Con el tiempo, otros diarios, incluyendo el New York Times se referían a los
Collyers como el fantasma Langley que sale a la medianoche y tiene un hermano
escondido que no abandona la vivienda desde hace décadas.
El 21 de marzo de 1947, el Departamento de
Policía de Nueva York, recibió una llamada anónima denunciando la presencia de
olor a cadáver en putrefacción que emanaba de la mansión de los Collyer. Con la
fama que ya habían adquirido en el barrio, fogoneada por los medios, fue lógico
que tan pronto llegaron la policía y los bomberos, cientos de personas se
convocaron en el barrio, bloqueando la circulación de las calles adyacentes.
Cuando los bomberos lograron voltear la puerta, encontraron la entrada sellada
por pilas de cajas. El mismo obstáculo tampoco permitió el ingreso por la
puerta del subsuelo.
Policías y bomberos tardaron semanas en vaciar el departamento de los
Collyer
Finalmente, después de forzar una de las
ventanas los bomberos pudieron penetrar en el edificio. Caminar era
prácticamente imposible por la cantidad de objetos de todo tipo que se elevaban
a más de un metro del suelo, sin contar las ratas que pululaban en la
habitación. Horas después, violentando otra ventana ingresaron a otra parte de
la casa donde encontraron sentado en una silla, en estado de desnutrición
extrema y semidesnudo, el cuerpo muerto desde hacía días de Homer.
Diez días después de vaciar toneladas de objetos entre los que
había libros, diarios, cuadros, juguetes, candelabros, tapices, alfombras,
relojes, pianos, violines, artefactos eléctricos, pelotas de bowling y ocho
gatos vivos, los bomberos encontraron el cadáver de Langley en total
descomposición.
Dos policías
observan el cadáver de uno de los Collyer en total descomposición
Los hermanos fueron enterrados junto con sus padres en el
cementerio de Brooklyn. Asistieron muchos vecinos, más los infaltables
periodistas que cerraron el último capítulo de los extravagantes hermanos
Collyer. Sus vidas inspiraron la creación de tres obras teatrales The Dazzle, Stuff y Clutter y novelas como Mi
hermano, el acumulador, de Marcia Davenport. También afectaron a una generación de neoyorquinos, o mejor dicho
a los niños y adolescentes, cuyas madres, al ver el desorden de sus
habitaciones los amenazaban con que si no ordenaban sus cuartos, terminarían
como los hermanos Collyer.
El trastorno de acumulación
Los hermanos Collyer padecían de trastorno de acumulación (TA).
Según el DSM-IV, el clásico manual de trastornos mentales, se entiende por tal,
la colección descontrolada de objetos de valor dudoso, asociada con la
incapacidad de desecharlos.
El caso de los hermanos Collyer es un grado extremo de TA,
conocido como síndrome de Diógenes, el filósofo griego que decidió vivir en
extrema pobreza y su hogar era un barril. Se cuenta la anécdota que un día
Alejandro Magno se paró frente a él y le preguntó “¿Qué quieres que haga por
ti? “Que no me quites el sol”, le respondió el filósofo.
Los estados extremos se caracterizan por un total abandono de la
higiene personal y de la vivienda, aislamiento social y descuido de la salud.
Generalmente fallecen por diabetes descontrolada, complicaciones
cardiovasculares o infecciones. Tal fue el caso de los hermanos Collyer.
Keith York City. Homer &
Langley Collyer: Hoarders inHarlem. 28/09/2012. http://keithyorkcity.wordpress.com/2012/09/28/homer-langley-collyer-hoarders-in-harlem/
Mayo Clinic Staff. Hoarding. Mayo Clinic.